Sofía Salazar, la artista ecuatoriana que aborda el concepto del viaje en su versión menos lúdica
Las esculturas de la artista ecuatoriana aterrizan en la galería El Chico de Madrid con su primera exposición individual, una muestra donde ofrece una mirada curiosa hacia objetos mundanos, casi invisibles en su cotidianidad
Sofía Salazar (Quito, 25 años) cursaba el segundo año de universidad cuando un día, durante un trayecto en autobús, miró distraídamente por la ventana y encontró la inspiración que daría forma a su obra artística: un colchón tirado en el suelo de una calle de Lyon. “Observé que tenían estas formas muy antropomorfas y que parecían cuerpos cansados viajando de un lado al otro”. De ahí surgió una frase que funciona como hilo conductor de sus piezas escultóricas: “Hay cuerpos cansados por el viaje que buscan enraizarse”.
Ese concepto del viaje en su versión menos lúdica es recurrente en su trabajo. No es de extrañar porque la propia Salazar ha desarrollado su carrera en ciudades muy distintas entre sí. Se crió en Quito, se formó en Lyon y París y ahora mismo está inmersa en la residencia artística De Ateliers, en Ámsterdam. “Todo mi trabajo habla mucho del desplazamiento, no necesariamente el mío. Me interesa mucho cómo se encuentran ciertos productos en ciertos lugares y por qué, qué relaciones históricas tienen actualmente, cómo han evolucionado…”, explica a S Moda. Salazar ha viajado de Ámsterdam a Madrid para inaugurar su primera exposición individual en la capital, Simulacros de cimiento, en la galería El Chico. Nada más entrar al espacio, se camina, literalmente, sobre la obra de la artista ecuatoriana: “El suelo son las hojas de plástico que utilizo en mi taller para que no se dañe el suelo y está cubierto con polvo de hierro que oxidé. Es una pieza performática donde están todos los gestos que están en el taller”, cuenta bajando la mirada hacia su obra, bautizada como Voces/Gestos/Ejercicios. Con esto, busca “que el visitante camine de otra manera”. “Tienes que caminar un poco más lento, tener más cuidado y más respeto al espacio que estás visitando”, puntualiza Salazar, cuya obra se podrá visitar hasta el próximo 26 de octubre. Aparte del suelo, la instalación se compone de varias piezas ligadas al mundo arquitectónico, como la representación de una viga realizada con resina de poliéster y fibra de vidrio titulada Cuando el esqueleto axial decide hablar, “una escultura que nació después de preguntarme cómo están las estructuras que nos permiten habitar el espacio. (…) Estas vigas son las que sostienen la mayor parte del peso en un edificio y siempre están escondidas, me interesaba que aparecieran en el espacio como cansadas y frágiles”, reflexiona Salazar. Lo cotidiano no pasa desapercibido a su mirada siempre curiosa y eso explica que muchas piezas sean “específicas de ciertos contextos. A veces, después de haber visto cualquier cosa en la calle, sale una idea”.
Su etapa actual en Ámsterdam, la ciudad de las bicis, queda patente en las cámaras de caucho de las bicicletas que forran la estructura de hierro de Escuchando, sin tener que traducir más que en formas, donde se representa una hoja de palma. Por otro lado, sus raíces ecuatorianas se rastrean en la serie Testiga, formada por varias piezas de bronce que emulan “el tronquito que queda cuando terminas de comer los bananos”, una fruta muy presente en el imaginario de Salazar y que conecta con su país natal, el mayor exportador de plátanos del mundo. “Al estar en Europa fue la primera manera de encontrarme con Ecuador, en un mercado”, rememora. En estos años, ha experimentado con materiales tan simbólicos y atípicos como la caña de azúcar o el cacao, y ha dedicado largas jornadas al “trabajo de archivo” indagando, investigando y leyendo sobre la idoneidad de unos y otros materiales. “Hay muchas capas en mi trabajo, huecos y también segundas temporalidades posibles”, dice Salazar en alusión a las segundas (y terceras) lecturas que se desprenden de sus esculturas, abiertas a todo tipo de interpretaciones. “Como artista, mucho de nuestro trabajo es hacer preguntas, no necesariamente dar respuestas, eso me parece un alivio”, reflexiona.
Esta primera exposición individual en Madrid ha supuesto un pequeño descanso de su formación en De Ateliers, la residencia independiente para artistas ubicada en Ámsterdam. “La existencia de estos lugares es mega importante, yo no podría producir nada de lo que estoy haciendo sin esos espacios”, opina acerca de la relevancia de las residencias artísticas, donde los talentos más prometedores pueden rodearse de gente con inquietudes similares. Tras su paso por Madrid, Salazar presentará su primera exposición institucional en la Bienal de Lyon, irá a París para participar en una charla dentro de una feria de arte latinoamericano y participará en varias exposiciones colectivas en Berlín. Frente a los viajes, la necesidad de echar raíces: “Siento como si cada exposición fuera la oportunidad de encontrar un lugar transitorio, para mis esculturas, para mí”, profundiza la artista acerca de esa idea que configura buena parte de sus creaciones.
A sus 25 años, ha comenzado a transitar su propio camino con paso firme, aunque a veces resulte difícil mantenerse en la senda, sobre todo cuando por su juventud está acostumbrada a recibir consejos de más: “Todo el mundo me quiere enseñar muchas cosas todo el tiempo y es increíble, pero a veces necesito escuchar mi propia voz”. Y esa voz empieza a sonar con fuerza.