Perder la cara: pensamientos sobre #mafin, el fenómeno lésbico de ‘Sueños de libertad’

Crónica de una chica enganchada a una telenovela diaria

Fina y Marta, besándose en la serie.Manuel Fiestas Moreno

Es domingo, y siento que tengo 15 años. Una amiga me ha enviado un vídeo de Marta Belmonte por Instagram —una de las protagonistas de la serie diaria Sueños de libertad— diciendo que cuando acude a cualquier fiesta le gusta escuchar Freddie Mercury, por ejemplo, o bailar música latina. Tras verlo 80 veces, me arde la cara y tengo los carrillos a la altura de los ojos. Definitivamente parezco una ardilla, soy un meme de mí misma. Una parodia. Si me viese ahora la escritora estadounidense Emily Segal, me cogería de los hombros, me zarandearía y me diría sobre ese pequeño clip de vídeo: “El amor es un arte visual”. A mí me gusta mucho bailar, quien me conoce sabe que me encanta el reguetón. Bueno, ¿a mí y a medio planeta…? Suspiro. Solo soy una chica.

La batería de mi teléfono se agota rápido, más rápido que de costumbre. Sobre todo desde que me bajé Telegram de nuevo. Y es que en ese sistema de mensajería instantánea hay dos chats multitudinarios de fans sobre Sueños de libertad, la serie española que producen Diagonal TV y Atresmedia Televisión para Antena 3. Sus creadoras, Beatriz Duque y Verónica Viñé, han hecho una adaptación libre de una serie turca, y así han compuesto este melodrama de época: Perfumerías de la Reina, Toledo, 1958. Si bien volví a la aplicación de mensajería por curiosidad, me introduje en aquellas salas virtuales para construirme una herramienta que me sacase de la montaña de trabajo que atravesaba aquellas semanas. “Amor, periodismo gonzo”, me dije. “Aferrémonos a la emoción, regálate algo bonito mientras vuelves a casa en metro”, me repetí. Mi posición siempre fue en ellas —y es— la de voyeur. Un día, sin embargo, acerté al compartir un pronóstico de la trama y se sintió como un logro. Tuve algunos likes y no pocos emoticonos de fueguitos. Estaba in.

II

En la serie, hay un sinfín de hilos argumentales y cada día avanzan más y más veloces. Es una carrera de caballos. Es una novelita diaria, ese ha de ser su ritmo. ¿Qué esperabas, corazón? Hoy estás aquí, hundida en la más absoluta de las miserias; mañana estás allí, feliz de que haya habido una secuencia de un beso. Pienso entonces en Carmen Martín Gaite, en Fragmentos de interior (1976), que también se ideó por entregas. Es eficiente novelar así, según reconoció después la salmantina a un amigo.

Seguir el minuto a minuto de Sueños de libertad me ha vuelto loca y vivo en un constante “perder la cara”. Esto último es algo que me chillaría Emily Segal desde su Mercurio retrógrado (2024). Así que me relajo y procuro engancharme a otras cosas. No puedo.

El enredo mayor del serial es el romance entre Marta de la Reina (Marta Belmonte, Barcelona, 1982) y Fina o Serafina Valero (Alba Brunet, Palma, 1993). Marta y Fina. Ma-fin. #Mafin. Una magdalena. Me brillan los ojos al escribir esto, pero puede que solo sea la enorme resaca que arrastro desde el viernes y que no encuentro las gafas de ver mientras escribo en el ordenador. Como decía, es domingo y siento que tengo 13 o 14 años, mejor. “¿Marta Belmonte es mi Leo DiCaprio?”, reflexiono. En la habitación de casa de mis padres al único hombre que tuve pegado tras la puerta era a Javier Marías, un artículo suyo de El País. Ahora no tengo edad para poner a Marta de la Reina enfundada en su mejor traje —el vestido con detalles en blanco y rojo y el cuello negro— detrás de la puerta de mi estudio. Se me pasó ese tiempo de euforia y labio en carne viva e intento creer que la construcción de la intimidad alrededor de los objetos de fascinación se convierte en otra cosa con la edad. ¿O tal vez no? Los ojos de Marta de la Reina no se acaban nunca.

No sería capaz de pegarme una magdalena en la parte trasera del iPhone. ¿Esto me convierte en menos fan? Me paro. ¿Soy fan? Me cambia el tono de voz cuando empiezo a hablar de la serie en público, hasta en la oficina: ya me lo han señalado las compañeras.

III

Me levanto ahora para cargar el teléfono: en una sala de conversación hay casi tres mil personas, en la otra cerca de ochocientas. Me he fundido la batería, hay más de cuatro mil mensajes sin leer. Llevo dos horas haciendo scroll en Twitter (X) porque un grupo de fans han ido a ver a Donosti a una de las dos actrices que dan vida a ese romance. He de entregar tres manuscritos corregidos para mañana en el trabajo, tres reseñas y un artículo. Pero Marta Belmonte, tras performar Cielos (del escritor canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad), atiende a sus fans a la salida del teatro con cariño y comprensión, y yo lo veo con entusiasmo desde mi pequeña pantalla. Recibe regalos, le hacen fotografías. Le cantan el no-cumpleaños-feliz debido a un running gag con ella en internet. Lo último que veo antes de que se me apague el teléfono es una bolsa de tela en la que se lee: “Girls don’t like boys, girls like Marta de la Reina”. También que el fandom intenta conseguir un trending topic en Twitter con un hashtag de apoyo a Alba Brunet, que comentó en una entrevista recientemente que estaba atravesando una etapa complicada. La red se llenó entonces de fotografías tanto públicas como privadas de la actriz —estas últimas, sacadas de su cuenta de Instagram— y de otras imágenes tanto fijas como en movimiento de otros trabajos audiovisuales suyos. El contenido volcado —y siguiendo a Marta G. Franco en su más que excelente ensayo Las redes son nuestras (2024)— no era otra cosa que un cúmulo de información que reflejaba otra realidad: “Trabajar gratis 24/7 para producir la materia prima más valiosa: los datos”.

Si algo he aprendido desde abril (¿fue cuando comencé a ver la serie…?) es que los entornos digitales organizados alrededor de un fenómeno fan son espacios de trabajo colectivos enfocados a la producción de contenido que genere bienestar y que alimente cierta fantasía —en ocasiones algo delulu que nos permita salir de nuestros bucles cotidianos y de la precariedad estructural —laboral y afectiva— en los que vivimos. Pongo un tuit: “Un beso a todas esas chicas que van a ver a Marta Belmonte hoy en Donosti”.

IV

Lo que subyace bajo un fandom es siempre el deseo de interlocutor, el fantasma de un anhelo. En este caso —y como se trata de una comunidad alrededor de una pareja de mujeres en la ficción— hay cierta voluntad de subsanación, de reparación. El relato de poder volver a ser una jovencita y comentar con tus amigas cada detalle del romance de la serie de cabecera es poderoso. Saciar ese deseo a toda costa resulta a veces… ¿un error? Algo peligroso, quizá. La intimidad es un ente viscoso que puede desbordarse, intelectualizarse en exceso. Te devora. ¿Dónde están los límites de mi intimidad, dónde los de la intimidad de los demás? ¿En qué lugar se encuentran las franjas entre lo público y lo privado? Y, sobre todo, ¿dónde meteré toda la información alrededor de la novelita que voy acumulando? Los ricos que murieron al ir a visitar el Titanic en las profundidades, que se volatilizaron, son historia. Ya no me acuerdo de sus caras. Pero sí tengo presente el episodio en el que Fina no va a la verbena con sus amigas para coserle durante toda la noche un delantal a Marta por su cumpleaños. ¿Cuántos delantales habré cosido yo?

Volviendo ahora a esos viajes en metro a casa, pensé que cada clip a modo de resumen de algo que había sucedido en el último capítulo no era otra cosa que un atiborrarme de intimidad sola. Hay que tener —desde luego— cuidado con esto, por si se confunde la línea que separa el narcisismo y el autocuidado retroactivo. No siempre lo que te devuelve la vida con el tiempo es justo o se adecúa a lo que deseas, quieres o necesitas.

Leo de pronto en Chelsea Girls, de Eileen Myles: “No sabes lo difícil que es ser lesbiana”. “Ya lo sé”, me digo. Y ya no sé si estoy hablando yo o Fina Valero cada vez que Marta de la Reina le dice que todo para ella cuando están juntas “es tan nuevo y tan diferente…”. Ando muy convencida de que leí hace unos días a una usuaria enumerar cuántas veces Fina había dicho esa frase en la televisión.

(No me lo quito de la cabeza: esta “nueva” intimidad supone recuperar ese espacio perdido cuando, en su momento, no lo hubo).

La pareja, en una escena de la serie.Manuel Fiestas Moreno

V

Los datos que se pueden rastrear sobre la serie son abrumadores, hay tanto. Al margen de aquellos grupos de Telegram, debe haber otros cientos en otras plataformas. Grupos exclusivos, más reducidos. Yo misma tengo uno con Laura y con Judith. Las presenté de manera virtual, sin preguntarles. Íbamos a hablar sobre la serie diaria, a reírnos. Nunca tuve eso y me gusta. Con Laura y con su novia hemos quedado en ir a ver un podcast en directo en el que participará Marta Belmonte. Judith me vino a ver a la Feria del Libro de Madrid con un muffin de arándanos de Starbucks. A su novia no le gusta el personaje de Fina.

La serie se emite en castellano. Hay usuarias que se molestan en subtitularla para que las grandes comunidades de espectadoras en el extranjero —principalmente Brasil y Polonia— no pierdan ripio de nada, porque son en su mayoría mujeres quienes la ven, y aquí retomo lo de la edad. Por lo que puedo ver en la fotografía que se sacan las fans con Marta Belmonte en Donosti, estas son de todas las edades, algo que compruebo igualmente en los dos chat. Los fenómenos colectivos en entornos virtuales dirigidos e integrados por mujeres son el éxito de la diversidad afectiva. Si al inicio pensé que solo había lesbianas, ¡mec! Me equivoqué.

Formar parte de un fandom exige dedicación y no pocos sacrificios. Hay que saber cosas, tener en la cabeza una cronología. Conocer los puntos débiles y las zonas fuertes del fenómeno. Reforzar la idea de comunidad es clave: diluirte en ella sin dejar de ser tú. Ir en el metro con tu teléfono móvil mientras ves por decimoquinta vez una escena y reírte sola como una enajenada, pasarte la parada. Saber que en el capítulo 120 (en teoría) se comen a besos Marta y Fina. La Belmonte subió una fotografía de un folio del guion y se ¿filtró?

La serie se emite en antena, pero en la plataforma de pago de la cadena los capítulos van más adelantados. La hora de emisión es a las 15.45, pero el becario —lo que la comunidad cree que es un becario— no lo comparte hasta las 15.52, si hay suerte. Si no es así, hay que esperar hasta las 15.56.

V (bis)

Las entrevistas a Marta Belmonte y a Alba Brunet en YouTube ya las he visto todas. También las fotografías de las première a las que asisten. Mi novia está frita, la pobre. “¿Sabes que la Belmonte ha coincidido con Marta Pombo y Luis Zama en un evento de Dior?”. Hay una idealización de base, un querer ser. Un buscar algo sin encontrarlo. Cuando era pequeña me enamoré de la tía de una amiga en su comunión y me pasé años pensando que quería parecerme a ella.

¿Todas las chicas que me gustan son variaciones de aquella? En la oficina hace poco, en la hora de la comida, me preguntaron que cuándo fue la primera vez que me enamoré. Tuve que bucear y decir que a los dieciséis de un chico, no iba a contar lo otro. No por ser una chica, sino porque era muy cursi. Desde que veo la novelita diaria soy un peluche y escribo cosas como: “Enamorarse de alguien es como bucear hasta el fondo de una piscina: consigues llegar, tocar el suelo, y comienzas a ir súper rápido mientras te quedas sin aire y el agua se te mete por dentro del gorro. El objetivo es ir de extremo a extremo y ver qué se siente al salir”. También corrijo sin querer “safismo” cuando se lee “sufismo” en un texto, soy una vergüenza nacional. Me van a echar del trabajo.

A veces me siento como Marta de la Reina en todos esos fotogramas en los que ahoga sus penas en alcohol sola, en la cocina. Luego pienso en Fabricio Makeup, el maquillador de la novelita. Él le cambia de Twitter (según parece) la fotografía a Marta Belmonte de blanco y negro a color y viceversa, cuando el fandom está de luto porque Marta y Fina no están juntas. Son pistas. Una chica se ha tatuado la silueta de #Mafin en el brazo. Alguien da los buenos días por uno de los chats con un sinfín de stickers de Marta Belmonte sacados de no sé muy bien dónde. Otra mujer comparte fan arts sobre la serie que son una fantasía. Según he podido contar, hay hasta cinco fanficciones en marcha en la plataforma Wattpad sobre la serie: Diamond heart, Tus huellas en mi camino, Anhelos de mujer, La constelación de tu mirada y Un refugio infinito.

VI

La primera vez que leí la palabra “Heterotopía” —que supone la reacción a una crisis— fue en Femmes Damnées, un poema de la poeta Carmen Jodra Davó. Dice: “”Muchacha, si te entregas a los cerdos / merecerás morir en la matanza. / No sería en todo caso más horrible que la horrible, cínica contradanza. / Pregúntate por qué has de estar debajo / si eres mejor que ellos. / Créeme, muchacha, la heteropatía / nunca fue un buen invento». Automáticamente pienso en cuántas horas de mi vida he consumido viendo una y otra vez escenas en las que dos mujeres se amaban en la pantalla. Pienso en Muchachas de uniforme, la película de 1931 dirigida por Leontine Sagan. Especialmente, cuando la profesora del internado del que Manuela está enamorada la llama por su nombre con suavidad y ternura. Manuela cae rendida, es una escena tan bonita. Pienso en Marta Belmonte cuando se sirve de Marta de la Reina y afirma: “¿Te crees que no es humillante para mí tener que dar explicaciones de cómo soy?”. Pienso también en la reacción de de la Reina cuando Fina le dice en su segunda noche de hotel tras abrir una botella de espumoso: “Nos van a echar del hotel por escandalosas”. “Pues brindemos por el escándalo”.

Hará unos meses leía en Traumacore (2023), de Núria Gómez Gabriel, “Un hoyo. Tengo un hoyo, un hueco negro que es abismo y también morada”. Intuyo que hablaba sobre la intimidad. A mí solo me interesa la intimidad. ¿Cuándo empezó esto? No recuerdo un tiempo anterior a no ver la serie diaria. Si cierro los ojos, puedo escuchar el mar.

Las escenas de intimidad en la novelita están mediadas por la figura de lo que Brooke M. Haney denomina: Intimacy professionals (profesionales de la intimidad) y no Intimacy coaches (entrenadores de la intimidad). Así lo ha expresado el elenco de la serie. La diferencia estriba en que los primeros crean una simulación, los segundos impactan sobre la vida sexual de una o dos personas o de una pareja estricta en la realidad. He buscado a Brooke en Instagram y parece una tía seria. Me he comido su libro en internet en tres días: The intimacy coordinator’s guidebook (2024).

VII

Momentos delulu, que nunca son la solulu. Fina defendió a Marta de un ladrón y recibió una puñalada. Tiempo más tarde entendí, cuando enfocaron la herida, que todo era aún reconfortante: alguien (¿Fabricio Makeup?) había trazado una línea granate y había colocado unos ilusorios puntos de sutura. Hablo de todo esto con otra amiga que me dice que formar parte de este fandom es mi proyecto final de carrera. Ya tengo un sinfín de bibliografía al respecto producida: muchos mensajes en Twitter, una entrada en un blog.

27-04-24: No entiendo muy bien por qué, pero, de repente, estoy súper al tanto del romance entre unas tales Marta y Fina, de una serie de Antena 3.

30-04-24: Que mi ocio actual se resuma en jugar a la Nintendo y ver una serie de época en diferido da muchas postas sobre el nivel de delulu contemporáneo

3-05-24: Ojalá leer algo sobre el debate que se está dando gracias a la serie diaria Sueños de libertad entre las lesbianas. Lo que comenzó como un fandom se ha convertido en una auténtica maquinaria de relatos en primera persona y reflexiones significativas.

7-05-24: O sea, no me avergüenzo: fan total de la serie diaria Sueños de libertad, y del affaire Marta y Fina.

8-05-24: Bueno, pues he escrito un textín sobre una de mis recientes obsesiones: la serie diaria Sueños de libertad.

11-05-24: Acaba de suceder que @Jesus_Olmedo ha pasado por la puerta de mi casa y yo enajenada perdida mientras hablaba con una amiga la he cortado para darle las gracias por tanto.

16-05-24: Profundísima desafección primaveral.

Sin darme cuenta, salgo del armario una y otra vez en la red social con cada mensaje o comentario. Salir del armario es salir siempre del armario, ya sea con una serie diaria, con una recomendación de un libro o una canción. Mediante un gesto.

VIII

En los chats se habla de cómo han asesinado a mujeres por su orientación sexual en algunos países de América Latina. Una apunta: “El miedo y el pánico son tenaces”. Otra escribe: “El odio hacia la comunidad sigue intacto”. En otro lugar, alguien abre un melón sobre una de las subtramas de la serie: “La procreación en la relación heterosexual”. Una noche, leo: 2Es mejor vivir el amor en secreto, Mary, porque la gente lo estropea todo…”. No es posible seguir a todas las fan pages que se abren tanto en Instagram como en Twitter sobre la novelita diaria. He escuchado algunas veces a Claraedits2 en TVMafin, he de decir. Es como un podcast, pero los domingos y en un sitio de internet que no entiendo y en el que, ay, he dejado todos mis datos de forma gratuita. Hay un podcast como tal de todos modos, se llama No somos primas. No lo he escuchado. Sé que hay una quedada en septiembre a la salida de La Abadía donde Marta Belmonte estará interpretando Cielos, de Mouawad, de nuevo. No iré, me parece excesivo. ¿Quizá acudan La Bala, Sandracloud, Magui López o Ivana (”la zorra de Ivana”)? Son las celebrities del fandom, pero hay opiniones encontradas. En la comunidad, dicen, tienes suerte si Marta Belmonte te da un like en Twitter o te responde a un mensaje. Es casi como quien tira un ramo de flores en una boda a la multitud. Yo prefiero volver a ver mis escenas favoritas y arguyo que es con fines documentales. Las mujeres podemos, y tenemos, una vida privada en internet. Generamos intimidad. Alguien ha creado una cuenta de Jaime Berenguer (el “atún”, el “Pescanova” o el “ceviche”, porque es un médico que ejerce en alta mar), el marido de Marta de la Reina (¡hay marido!), y es una cuenta parodia. También hay otras de las propias Marta de la Reina, Fina Valero. De esta última siempre se destaca su valentía. «Nuestra lesbiana de 1958», se dice. Mi cuenta favorita es la de la mano de Marta de la Reina. Todos los días hay fotogramas de su mano. La cuenta la alimenta Ivana, es decir, “la zorra de Ivana”.

Con todo esto que ahora sé, podría identificar a cualquier #Mafin por la calle. Sin problemas. ¿Me verán a mí?

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