La historia olvidada del Hollywood Studio Club, el refugio que ayudaba a las actrices

Marylin Monroe, Kim Novak, Sharon Tate o Rita Moreno fueron algunas de las más de 10.000 mujeres aspirantes a trabajar en la industria cinematográfica que se alojaron en el Hollywood Studio Club, una especie de sororidad de estrictas normas que funcionó en Los Ángeles durante más de 60 años.

Rita Moreno en 1954.Getty

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Cuando Hollywood empezaba a despuntar, hordas de mujeres buscando alcanzar el sueño cinematográfico comenzaron a llegar a Los Ángeles. Dispuestas a convertirse en estrellas o a formar parte de la industria de algún modo, varias de ellas se reunían regularmente en el sótano de la Hollywood Public Library para leer obras de Ibsen y hacer piña tratando de forjarse un futuro en la profesión. Al percatarse de esos encuentros, la librera Eleanor Jones pensó en buscar para aquellas chicas con pocos recursos un lugar en el que no solo reunirse, sino convivir. Así contactó con la YWCA (Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes), que con la contribución de otros negocios locales subvencionaron en 1915 una casa de tres dormitorios donde todas esas aspirantes residirían.

En los años siguientes se sumaron a la iniciativa buscando apoyos para el proyecto la estrella del cine mudo Mary Pickford y Constance Adams DeMille, esposa del famoso productor Cecil B. DeMille -cuya reputación sobre acoso y abusos sexuales no dista de la de Harvey Weinstein-, los grandes estudios como Warner o Metro-Goldwyn-Mayer y otras artistas reconocidas como Norma Talmadge. El resultado, ya en 1925, fue una recaudación de unos 150.000 dólares que permitió la construcción del despampanante edificio que acogió el Hollywood Studio Club a cargo de la arquitecta Julia Morgan. Por allí pasarían durante las seis décadas siguientes más de 10.000 mujeres entre las que destacan nombres como Sharon Tate, Marilyn Monroe, Kim Novak, Marie Windsor, Rita Moreno, Maureen O’Sullivan o Dorothy Malone.

Mujeres ensayando en el Hollywood Studio Club.CSUN Oviatt Library

Alojamiento, dos comidas al día, acceso a salones, espacios de ensayo y un fondo de armario común en el que las residentes compartían ropa para eventos y audiciones. Las condiciones para acceder eran estar buscando trabajo en cualquier puesto relacionado con la industria del espectáculo, tener entre 18 y 35 años y pagar una cuota semanal de entre 10 y 15 dólares. Además no podrían quedarse durante más de tres años. Un planteamiento que resulta cercano al de otros clubes exclusivos surgidos en la era post #MeToo como el famoso cowork y club de eventos para mujeres The Wing. En el Hollywood Studio Club tampoco se permitía la entrada a hombres más allá de la planta baja. Pero a pesar de haber servido como refugio y oasis de protección para muchas de estas mujeres, como señala Vanity Fair en un reportaje en el que entrevista a varias de sus antiguas residentes que así lo atestiguan, el HSC fue usado precisamente por esos mandatarios de los grandes estudios como Louis B. Mayer, Harry Cohn (Columbia Pictures) y el propio DeMille para lavar su imagen: “tenían la reputación de ser el tipo de hombres del que se suponía que el club debía proteger a estas mujeres”, escribe la autora Cari Beauchamp.

Jardines del Hollywood Studio Club.CSUN Oviatt Library

La fórmula les funcionó y durante la mayor parte de su existencia, el Hollywood Studio Club fue considerado un lugar seguro, resultando la única forma de entrada a la meca del cine de muchas de estas aspirantes, a quienes de otro modo no se lo habrían permitido en sus casas. Un ejemplo lo deja Nancy Kwan, protagonista de El mundo de Suzie Wong. Según cuenta la artista en el reportaje de Beauchamp, su padre accedió a mudarse a Hollywood y protagonizar el filme porque el productor Ray Stark, quien la fichó, le prometió que había un hospedaje seguro solo para mujeres en el que esta se quedaría en Hollywood. El caso de Sally Struthers fue similar: “Mi madre se enteró de que lo gestionaba la YWCA (Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes) y eso fue suficiente para ella”.

Kwan recuerda que a muchas de las amigas que tiene hoy en día las conoció allí. “Nunca estás sola cuando te sientes parte de una comunidad más grande”, dice apelando a ese sentimiento de apoyo entre mujeres que hoy reconocemos bajo el término sororidad. Pero no todas las residentes lo vivieron como una vía para encontrar oportunidades disfrutando de esos valores de apoyo comunitario. Para otras, con el paso de los años, sus estrictas normas pesaron más percibiéndolo como un lugar restrictivo y asfixiante. El club también era usado por los estudios como una forma de control sobre sus estrellas. Los poderosos manejaban a su antojo y a golpe de llamada las listas de espera (para las que solía haber largas colas). El caso de Kim Novak es el más significativo. Cuando cerró su contrato con Columbia, Harry Cohn se encargó de estipular en el mismo que Novak siguiera residiendo en el HSC con la finalidad de controlar su vida privada por completo y mantenerla alejada de Sammy Davids Jr. Para ello, según recuerda en Vanity Fair la ex residente y trabajadora de la CBS Betty Kelly, que coincidió con Novak, Cohn llegó a contratar un vigilante privado que la custodiaba en todas partes, aunque “ella hacía lo que le daba la gana”. Rita Moreno relata cómo decidió abandonar el HSC conforme su romance con Marlon Brando avanzaba porque lo encontraba “restrictivo”. En cuanto su situación laboral fue estable, se juntó con otras tres residentes y alquilaron su propia casa.

“Fue curioso ver cómo en Hollywood se quedaron en shock al saber que había posado desnuda en esas fotos”, dijo Marylin Monroe. La icónica actriz se refería a la mítica sesión de fotos que en 1948 le tomó el fotógrafo Tom Kelley. La finalidad tras estas imágenes era precisamente conseguir los 50 dólares que cobró por ellas para poder pagar su estancia en el Hollywood Studio Club. La noticia no fue bien recibida allí, muestra de la doble moral imperante. Era un secreto a voces cómo esos mismos hombres de poder en la industria que presumían de haber participado en la creación de un espacio seguro para mujeres, promocionaban a estas mismas jóvenes aspirantes a cambio de sexo. Cora Sue Collins relata a Cari Beauchamp cómo se dio cuenta de que los abusos sexuales y de poder eran la norma en la industria poniendo de relieve los pocos cambios que ha habido al respecto a lo largo de estas décadas y hasta la llegada del #MeToo. Primero en 1935 presenciando cómo Norma Shearer gritaba al propio Louis B. Mayer en la puerta de su despacho recriminándole ‘¡No me digas! He follado con todos vosotros, capullos, por el camino’. Después lo vivió en sus propias carnes, el guionista Harry Ruskin, al que consideraba su mentor (también de Metro-Goldwyn-Mayer) le ofreció un papel protagonista a cambio de acostarse con él. Cuando buscó comprensión en su madre esta la puso en duda y después el propio Mayer le dijo que “se acostumbraría a ello”. La anécdota de la escritora Ayn Rand, que recibió la ayuda de un donante de 50 dólares para pagar su estancia por ser la residente más necesitada, y corrió a gastárselo en lencería negra, pone de relieve cómo de interiorizada estaba la idea de que el sexo con los mandamás o el matrimonio eran asumidos como una vía para alcanzar la fama y salir del club.

Residentes del Hollywood Studio Club.CSUN Oviatt Library

El éxito y la pompa del HSC -y también su sentido y razón de ser- se quedaron especialmente caducos con los cambios culturales que comenzaron en California a partir de los años 60. El club se había quedado anticuado mientras entre esa década y la siguiente el movimiento hippie y el feminismo se instalaban abogando por la libertad y la independencia de las mujeres. Como resumió Dorothy Malone, que vivió allí durante los años 40, a Los Angeles Times cuando en 1975 el Hollywood Studio Club cerró sus puertas definitivamente tras un largo periodo bajo mínimos: “Está pasado de moda vivir en ese ambiente tipo club. Allí nunca permitieron a los hombres entrar en las habitaciones y las chicas entonces no vivían con sus novios”. Poco tiempo después, en 1979, el HSC fue declarado edificio histórico y, desde el pasado año, aún bajo la propiedad de YWCA Greater Los Angeles, ha sido recuperado como refugio solidario para mujeres sin hogar.

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