Un laboratorio propio: cuando la Residencia de Señoritas fue el refugio de las primeras universitarias españolas
Ruth Prada reivindica a las pioneras de los estudios superiores en ‘Las modernas’. La novela recrea el ambiente de la innovadora Residencia de Señoritas de Madrid, dirigida por María de Maeztu, donde las estudiantes podían realizar experimentos, jugar al tenis o participar en intercambios con ‘colleges’ estadounidenses.
“Creo que toda mujer que piensa deber sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana”, sentenció en 1917 María de Maeztu. La vitoriana fue una pionera en la defensa del acceso de las mujeres a la educación superior, y uno de sus grandes logros fue la Residencia de Señoritas de Madrid, que dirigió desde su apertura en 1915 hasta su dimisión en 1936, cuando se exilió en Buenos Aires. En ese edificio del número 53 de Fortuny, entre la calle de Miguel Ángel y el paseo de la Castellana, se creó un microcosmos donde se alojaban jóvenes universitarias venidas de tod...
“Creo que toda mujer que piensa deber sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana”, sentenció en 1917 María de Maeztu. La vitoriana fue una pionera en la defensa del acceso de las mujeres a la educación superior, y uno de sus grandes logros fue la Residencia de Señoritas de Madrid, que dirigió desde su apertura en 1915 hasta su dimisión en 1936, cuando se exilió en Buenos Aires. En ese edificio del número 53 de Fortuny, entre la calle de Miguel Ángel y el paseo de la Castellana, se creó un microcosmos donde se alojaban jóvenes universitarias venidas de toda España para estudiar en la universidad. Allí disfrutaban de posibilidades impensables solo unos años antes (hasta 1910 las mujeres no se podían matricular): contaban con un laboratorio propio para realizar sus experimentos científicos; podían optar a becas para realizar estancias en colleges estadounidenses o jugar al tenis en las pistas que había en el recinto. “Lo que pasaba en la Residencia era maravilloso, muy distinto de lo que estaba ocurriendo en el resto de la sociedad en ese momento”, señala la periodista Ruth Prada, que recrea esa época en su novela Las modernas, que acaba de publicar Plaza & Janés.
Prada no se ha centrado en la etapa inicial de la Residencia de Señoritas, sino en los últimos tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, que finalizó en 1930. “En ese momento lo que pasaba fuera y dentro de la Residencia suponía un contraste enorme, se ve el conflicto entre los dos mundos, había revueltas estudiantiles universitarias que fueron importantes para acabar con el régimen”, señala. Catalina de León, su protagonista, llega a la Residencia en 1928 para estudiar Farmacia. Es la hija de un boticario de la comarca leonesa de El Bierzo y ve en los estudios una forma de huir de lo establecido para ella: el matrimonio y la maternidad. “Que la mujer tuviera acceso a la universidad fue el gran cambio, porque durante siglos el pensamiento, que siempre ha sido masculino, se empeñó en afirmar que las mujeres eran, como decía Schopenhauer, ‘de cabellos largos e ideas cortas’, y no tenían que tener acceso a la educación superior, porque a ellas las confundía. Su finalidad era el matrimonio”, explica Prada. Catalina descubre un mundo nuevo en Madrid. “Las alumnas solían ir a la Residencia porque sus familias estaban relacionadas de alguna manera con la Institución Libre de Enseñanza. Allí se encontraban un ambiente avanzado, abierto, cultural, que era un choque enorme con lo que había fuera”, apunta la escritora.
Para articular la novela Prada se sumergió durante un año en los archivos que conservan la correspondencia de la directora y en la prensa de la época. Le sorprendió el desconocimiento general de aquella institución que abrió nuevos horizontes a las mujeres y cuyo edificio hoy es la sede principal de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón. “Desde que estudiaba literatura en el instituto me encantaba la Residencia de Estudiantes, esa historia de talento, con Lorca, Dalí, Buñuel. Y muchos años después me enteré de que había un grupo femenino y yo no sabía nada de ellas. Leí las cartas que María de Maeztu escribía a los padres, el reglamento de la institución…”, recuerda Prada. De ese reglamento sacó las normas que marcaban el día a día del complejo: “Ellas se tenían que llevar su propio colchón, cuando llegaban ahí tenían una cubertería de plata que se podía alquilar, la hora del té no se podía perder, en la Residencia tenían el Laboratorio Foster, para estudiar química, porque en la facultad las chicas no tenían acceso al laboratorio, los chicos tenían preferencia”.
Catalina descubre el Madrid de finales de los años veinte, donde a la vez se puede ir al cine o a unos grandes almacenes y la miseria se ceba con familias sin recursos que viven hacinadas en corralas. Conoce a figuras como la escritora Elena Fortún (autora de la serie de libros de Celia), ilustradoras como la carismática Delhy Tejero, periodistas como Josefina Carabias o María Luz Morales… “Me sorprendió que coincidieran todas esas mujeres con talento en la Residencia. Por allí pasaron también María Zambrano y Maruja Mallo, que dieron clases, o Victoria Kent, que fue de las primeras alumnas. Me sorprendió que con todo ese talento yo solo hubiera estudiado el que había en la Residencia de Estudiantes, la de chicos”, indica Prada. En la novela rescata algunas frases célebres de María de Maeztu, como su “Soy feminista, me avergonzaría no serlo”. Pero ¿cómo era el feminismo de finales de los años veinte e inicios de los treinta? “En ese momento lo que perseguía era el acceso de la mujer a la educación superior. En el libro hablo del derecho al voto, pero no era el gran tema, la propia Victoria Kent dijo que las mujeres no estaban preparadas para votar porque seguirían el consejo de sus confesores”, subraya la autora.
El ambiente político y las presiones sociales hacia las mujeres son el trasfondo de Las modernas, pero Prada también describe fiestas o escapadas a esquiar (con faldas superpuestas, porque no estaba bien visto que una mujer llevara pantalón). “Estas modernas rompían totalmente con lo establecido y la tradición, porque ellas además de ir a la universidad hacían deporte, viajes culturales, no llevaban corsé… Ocupaban espacio público, eso sí que era lo moderno, lo que no se había hecho hasta entonces”, afirma.
El estilo de la época plasmaba ese cambio salto la modernidad: una de las inspiraciones para Catalina es la actriz estadounidense Louise Brooks, diva del cine mudo que personificó el estereotipo de mujer fatal. La protagonista se corta el pelo como ella, su padre le echa en cara que viste como una flapper. “La moda reflejaba los avances que vivían las mujeres. Iba en paralelo”, reflexiona la autora, “una mujer que ocupaba el espacio público, tenía una vida activa y no estaba en su casa no podía seguir vistiendo con faldas largas, llevando melenas y moños. Se tenía que cortar el pelo y ponerse unas prendas más cortas y cómodas para poder hacer una vida activa. Me gusta mucho ese cambio de moda porque representa mucho el cambio de la mujer, el avance hacia su independencia”.