De la falda del uniforme escolar a la americana: nueve reglas de protocolo que perderán todo el sentido con el cambio climático

A medida que los días y noches se vuelven más calurosos cambiar la manera en que vestimos no solo puede hacernos la vida más fácil sino que también contribuye a ahorrar energía y detener la crisis climática.

izusek (Getty Images)

La ropa que vestimos es algo tan personal como cultural y, a menudo, es más un reflejo de la sociedad en la que vivimos que del clima exterior al que nos enfrentamos. “Curiosamente, al investigar la reacción de la industria de la moda al cambio climático, la mayor parte de la discusión se centra en el origen de sus materiales y casi nada en la adecuación climática de la moda que impulsan. ...

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La ropa que vestimos es algo tan personal como cultural y, a menudo, es más un reflejo de la sociedad en la que vivimos que del clima exterior al que nos enfrentamos. “Curiosamente, al investigar la reacción de la industria de la moda al cambio climático, la mayor parte de la discusión se centra en el origen de sus materiales y casi nada en la adecuación climática de la moda que impulsan. Podemos darle a la ropa una vida más larga, pero ¿cómo fomentamos atuendos efectivos en lugar de calefacción y refrigeración ineficientes?”, reflexionan desde Earth Overshoot Day, una plataforma que fija todos los años el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra (este ha sido el 2 de agosto), ese en el que la humanidad ha agotado los recursos naturales disponibles para todo el año, y que anima entre otras cosas a que cambiemos nuestra forma de vestir. La industria de la moda, ciertamente responsable del calentamiento global, parece saber que las cosas van a cambiar: en un artículo publicado en la web de la famosísima estilista hollywodiense Rachel Zoe se advierte de lo poco que hablamos sobre cómo la adaptación climática hará que demandemos otro tipo de prendas. “Los climas globales están cambiando y las funciones que priorizaremos en nuestra indumentaria seguirán cambiando debido a eso”, anticipa Lorna Hall, directora de inteligencia de moda en WGSN, una empresa de análisis de tendencias.

Con olas de calor cada vez más extremas, temperaturas en constante ascenso y fenómenos meteorológicos desatados vaticinamos nueve protocolos de vestimenta que perderán todo el sentido con el cambio climático.

1. La corbata

En el verano de 2022, Pedro Sánchez se quitó la corbata para ahorrar energía y dar ejemplo, y pidió a sus ministros y al sector privado que evitaran el uso de esta prenda para gastar menos en aire acondicionado. Ya en 2011 Miguel Sebastián, entonces ministro de Industria, dio una serie de datos que impulsaban a eliminar la corbata, según los cuales cada grado reducido en aire acondicionado consigue un 7% de ahorro energético. El del presidente era un mensaje de ahorro energético que parte de la derecha rechazó de pleno y algunos tuiteros se fotografiaron en bañador y con una corbata al cuello, y propusieron ir a la playa llevando la prenda.

La idea, sin embargo, no era nueva y sí tenía referencias de éxito: con veranos cada vez más bochornosos Japón lideró el cambio de protocolo de vestir en climas cálidos cuando en 2005 puso en marcha una exitosa campaña que animaba a un cambio de vestuario en entornos de trabajo tanto en hombres como mujeres. La idea era vestirse de una manera más adecuada para el clima y así poder limitar el aire acondicionado cambiando la temperatura de las oficinas a 28 grados. Entre los hombres el cambio ha sido más evidente (adiós a corbatas y chaquetas, hola a la manga corta) y entre las mujeres el nuevo protocolo (que este año dura hasta septiembre) anima a vestir con mangas más cortas, dejar las americanas y primar tejidos frescos y naturales como el lino.

Pedro Sánchez con traje y sin corbata en agosto de 2022.Getty (Getty Images)

2. La americana en la oficina

El primer punto nos lleva directamente a este. Desaparecida la corbata, la cuestión es si seguirá teniendo sentido vestir las corporativas americanas, tanto hombres como mujeres, cuando las temperaturas superen los 25 grados. La estilista del Financial Times Anna Berkley responde en este artículo a la pregunta de cómo vestir para ir a la oficina cuando hace demasiado calor para ponerse cualquier cosa: aconseja elegir telas naturales, largos más holgados y cortes ingeniosos como una sisa más baja en las mangas de las camisas que permita circular más aire en la zona de la axila. Esta recomendación es más sencilla de seguir en el caso de las mujeres, cuyo guardarropa admite más tipos de cortes (como la manga ranglan, más holgada) en blusas y vestidos. Asegura también esta estilista que si el traje sigue siendo imperativo es recomendable apostar por el algodón, el lino o las mezclas de fibras naturales, y que si el código de vestimenta es más relajado y lo permite, la popelina de algodón (muy presente en los vestidos de las colecciones de verano de infinidad de marcas, desde Zara a Gucci, Loewe o La Redoute) es perfecta porque mantiene el equilibrio entre frescor y formalidad.

Vestido camisero trapecio en popelín de algodón, de Loewe.@ Loewe

3. Las invitadas de estreno en cada evento

Una de esas normas no escritas pero bien instauradas socialmente dice que no se debería repetir atuendo en las grandes ocasiones, especialmente cuando hablamos de las mujeres. Hasta hace poco estaba mal visto llevar el mismo vestido una boda tras otra, por ejemplo (algo que cada vez más voces femeninas cuestionan en internet), o que las actrices no estrenaran “look” en la alfombra roja. Sin embargo, la crisis climática también ha cambiado nuestros valores y ahora se observa con aprobación cuando una famosa rescata una pieza de archivo de una gran casa de moda o la reina Letizia «recicla» sus prendas como una decisión en la que se entremezclan la conciencia ecológica y un aura de ilustración en la historia de la moda.

Los datos dan peso a estas decisiones: al parecer un acto tan pequeño como llevar la ropa que tenemos el doble de veces de lo que lo hacemos normalmente podría reducir el impacto de las emisiones relacionadas con la ropa un 44%, según un informe de 2017 de la organización benéfica Ellen MacArthur Foundation, del que también se hizo eco el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

4. El «slim-fit» y los pantalones pitillo

El talle ajustado de pantalones, camisas y americanas fue la respuesta de los primeros años 2000 a la holgura de los trajes de Armani de los años noventa. El diseñador Thom Browne, por ejemplo, creó el llamado “shrunken suit” que parecía precisamente eso, un traje encogido, y Hedi Slimane revolucionó para siempre el ajuste masculino con sus pantalones, camisas y americanas hiperestrechas que diseñó para Dior Homme, que hicieron que Karl Lagerfeld adelgazara 40 kilos solamente para embutirse en ellos. Slimane también influenció la moda femenina trasladando a las mujeres su silueta hiperajustada desde el momento en el que tomó las riendas creativas de Saint Laurent en 2012. Referentes de estilo del momento, como Kate Moss, pusieron el sello definitivo al estilo «skinny».

Aunque este talle se resiste a irse (en la nueva colección de mujer de vaqueros de Zara, por ejemplo, hay 26 modelos dedicados a este ajuste) es evidente que está condenado a ser pasado. Las colecciones femeninas más esperadas que se presentarán este septiembre lo vaticinan: desde el regreso a la moda de Phoebe Philo (la mujer que al frente de Celine entre 2008 y 2017 hizo elegantes los pantalones anchos de pinzas) con su propia marca o los esperados pantalones, faldas y jerséis holgados que ha diseñado Clare Waight Keller (antigua directora creativa de Givenchy) para Uniqlo que se pondrán a la venta el 15 de septiembre.

Si analizamos el cambio desde un punto de vista climático veremos que este talle es más adecuado a nuestros tiempos: numerosos estudios concluyen que es más recomendable primar prendas amplias que dejen espacio entre la tela y la piel, y ante los picos de altas temperaturas cada vez más frecuentes parece buena idea adaptar la lección de los beduinos para vestir para el calor extremo y desterrar el pitillo de una vez por todas.

5. El blanco a partir del 4 de septiembre

Un protocolo del siglo XIX nunca escrito pero aún vigente en EE.UU. dicta que a partir del Día del Trabajo, que allí se celebra a comienzos de septiembre, no se puede vestir de blanco. Los orígenes de esta tradición se remonta a finales del siglo XIX, en los años posteriores a la Guerra Civil de ese país. Se dice que las mujeres de las familias más prominentes económicamente de la época sintieron la necesidad de crear una docena de normas de estilo para distinguir quienes provenían de un linaje de alcurnia y quienes eran nuevos ricos, y una de ellas era evitar el blanco después de agosto y reservar este color para los días calurosos del verano. Existen muchas versiones de esta historia pero la crisis climática probablemente acabe derogando esta costumbre, ya que el blanco se considera el color más fresco para vestir, siempre que se lleve en prendas holgadas. Con el aumento de temperaturas y la volatilidad del clima, parece razonable hacerlo.

6. La falda del uniforme escolar

Diversos estudios y reivindicaciones llevan un tiempo apuntando a que el uniforme escolar clásico, concretamente el de las niñas, es sexista e incómodo. Vestir falda no solo es un engorro en el patio del colegio sino que además, visto desde una perspectiva climática tampoco tiene sentido: se pasa mucho frío en invierno. Un centro de Reino Unido saltó a las noticias en 2017 al ser el primero en imponer un uniforme de género neutro, que además de solucionar el sexismo entre alumnos y alumnas tiene sentido climático al adecuarse mejor a las temperaturas: en invierno todos llevarían pantalón largo con camisa y jersey de mangas largas, y en verano pantalón corto con polo de manga corta.

7. La pajarita y chaleco para camareros y camareras

Que una ropa inadecuada es un factor de riesgo para enfermedades causadas por el calor, especialmente en trabajos al aire libre y expuestos a las altas temperaturas es algo de sobra documentado. Las prendas holgadas y de tejidos transpirables suelen aparecer entre las primeras recomendaciones del vestuario profesional cuando hablamos de trabajar con calor, y sin embargo el uniforme tradicional de camarero de camisa y chaleco abotonado se extiende entre los bares, terrazas y locales más castizos de la geografía española, también en verano. ¿Pero qué sentido tiene este atuendo, tan incómodo y complicado para trabajar, cuando las olas de calor dan paso una a otra? ¿Acabará la crisis climática por enterrar el uniforme de sala?

8. El chaqué en las bodas

Establece el protocolo que si el novio lleva chaqué, el padrino y los testigos también están obligados a llevarlo. Si, por el contrario, el novio no lo lleva, ninguno de los invitados puede hacerlo. Teniendo en cuenta todos los argumentos para vestir prendas más adecuadas para el clima parecería razonable que desapareciera esta prenda al menos en las bodas que se celebren en los meses cálidos, con lo que no será necesario refrigerar tanto restaurantes, salones de baile ni carpas. En la sastrería Suit Supply recomiendan trajes de tejidos más ligeros para el verano como la seda o el lino y recuerdan que esta es la temporada para minimizar las capas y maximizar la transpirabilidad. Si se desean llevar tres piezas, aseguran que la lana de verano es un tejido estructurado pero lo suficientemente aireado para la comodidad del verano, y recuerdan que incluso las bodas formales de verano dejan un poco de espacio para un toque de estética relajada.

9. Los uniformes de la guardia real británica

Un experimento publicado en la prestigiosa revista Nature en 1980 concluía que la peor ropa para hacer frente al calor son los uniformes militares occidentales, que no dejan el espacio suficiente entre el cuerpo y la ropa para crear corrientes de aire que ayuden a la termorregulación. La prueba podemos verla casi cada año en Inglaterra, donde es casi una tradición que algún soldado caiga desplomado en algún evento importante después de llevar horas firme bajo un sol de justicia, ataviado con la perceptiva chaqueta roja de cuello alto atada hasta arriba y ese descomunal gorro de pelo “bearskin” de 45 centímetros, hecho con piel de oso negro canadiense: ha pasado infinidad de veces y la hemeroteca nos deja imágenes desde los años 50 hasta momentos más actuales como la celebración del 90 cumpleaños de la reina Isabel II o en  desfiles militares, con el trombón y todo.

Trooping of the Colour es uno de esos grandes eventos británicos en los que a menudo se desmaya un soldado por calor. Aquí, en 1957.@ Getty Images

Como explican los expertos en etiqueta, la moda es puramente cultural. De hecho, el protocolo en el vestir se entiende como ese conjunto de normas, tradiciones o reglas socialmente aceptadas que establecen la forma en que se debe vestir en determinadas situaciones o eventos sociales. “Estas normas se basan en el respeto y la cortesía hacia los demás y en la necesidad de mostrar una imagen adecuada a la ocasión, y la forma de vestir debe ser acorde al nivel de formalidad u ocasión”. Y aquí viene la gran oportunidad que podría derribar protocolos obsoletos: “en entornos profesionales, trabajes por cuenta ajena o tengas tu propio negocio o marca personal, tu forma de vestir debe ser acorde a los valores, la cultura corporativa y a las normas establecidas por la empresa o tu marca”. Hoy ninguna marca que desee tener un futuro puede dar de lado a la emergencia climática.

De hecho, la cuestión de qué ponerse hoy es algo que excede modas y estéticas: si tenemos en cuenta por un lado que cuanta más ropa compramos más contribuimos a la emergencia climática, y por otro, que nuestra manera de vestir afecta a nuestro consumo energético (el uniforme de oficina tiene un impacto directo en el uso de aire acondicionado), parece razonable escuchar las reflexiones de Earth Overshoot Day. Aseguran desde esta plataforma que podríamos ganar tres días a esa terrible cuenta atrás si todos nos vistiéramos de una manera más adecuada para el clima. Argumentan que todavía hay una gran brecha entre lo que la gente suele ponerse y lo que sería más apropiado vestir climáticamente hablando. Y eso supone un cambio de perspectiva fundamental: si modificamos los códigos y hábitos de vestimenta para que se necesite menos energía para calentar y enfriar los edificios, y si vestimos ropa más adecuada para el clima no solo viviremos y trabajaremos más cómodamente sino que además estaremos ayudando a reducir el excesivo consumo de energía que, entre otros factores, es causa de la crisis climática. La perspectiva climática del vestir augura que poco o ningún sentido van a tener las chaquetas americanas en entornos corporativos cuando sobrepasamos los 25 grados o calzarse unos pantalones pitillo en verano, que son los que más calor dan porque al quedar tan pegados no dejan que la piel se termorregule y además suelen llevar fibras elásticas poco transpirables.

A lo largo de la historia ha habido interesantes intentos para adecuar los códigos de vestimenta al clima, con fracasos y éxitos, como el intento del presidente estadounidense Carter bajando el termostato de la Casa Blanca y poniéndose un cárdigan de punto para alentar a sus compatriotas a reducir su consumo de energía cuando la primera crisis del petróleo golpeó la economía mundial. Sus medidas verdes no sobrevivieron a la era Reagan, pero ha llovido mucho desde entonces. El reto de la emergencia climática plantea que quizá sea buena idea cambiar nuestros protocolos sociales y con ellos nuestra forma de vestir, si queremos sobrevivir. Quizá en un tiempo lo más adecuado, lo socialmente aceptado y también lo más cómodo sea acostumbrarnos a las camisas de manga corta, los pantalones holgados y a una formalidad más relajada.

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