«Si tienes un sueño, cógelo y no lo sueltes»: por qué algunos mensajes positivos pueden ser tóxicos
La cultura del positivismo ofrece soluciones al malestar de los individuos en forma de mensajes superficiales, cargados de optimismo y de estética aniñada, en los que el cambio se entiende como una responsabilidad única que recae en la persona y sus actitudes. Sus efectos son en realidad desempoderantes: aumentan la frustración y la ansiedad a largo plazo.
«Si tú tienes un sueño, Jorge, cógelo y no lo sueltes». E...
«Si tú tienes un sueño, Jorge, cógelo y no lo sueltes». Esta frase de María Patiño, pronunciada en las tardes de Sálvame (Telecinco), ha dado lugar a memes, aplausos y bromas tuiteras que la enmarcan como la «mejor frase motivacional» dicha ante la audiencia televisiva en lo que va de año. La presentadora pronunció por primera vez en un plató estas palabras, inspiradas en el tema No dejes de soñar de Manuel Carrasco, tras el fallecimiento de su padre en 2017 después de dos años enfermo. Entonces Patiño explicaba cómo ese mensaje le había ayudado a sobrellevarlo: «Cogí la canción como bandera y no he dejado de soñar en este año y medio». En 2019, la periodista lo repite a modo de arenga en este programa líder de las tardes que, en sus tres tramos (‘Limón’, ‘Naranja’ y ‘Banana’), ven una media de casi dos millones de personas cada día. «Eso, eso es lo importante en la vida. No importa nada más. Si tienes un sueño, lucha por él. Cógelo y no lo sueltes”.
Más allá del significado que esta idea pueda tener personalmente para la presentadora, su mensaje no difiere mucho de otros reclamos motivacionales que decoran paredes de oficinas, cafeterías, tazas, agendas, publicaciones de Instagram e imágenes que llegan compartidas en cadena a nuestros WhatsApps. Infantilizadas con grafías redondas y tonos pastel, leemos frases como: “Trabaja en ti y todo mejorará», «¡Sonríe!», «la felicidad es una opción, elígela», «si quieres, puedes» o «tengo la libertad y el poder de crear la vida que deseo«. Mensajes que instan a tomar una actitud rotundamente optimista ante la vida pero que, a poco que se rasque, se pueden identificar como simplones, que difícilmente aportan ayuda o herramientas para combatir problemas reales como la depresión o la precariedad laboral.
“Cuando hablamos de positividad tóxica nos referimos a un positivismo excesivo, rígido, que no sabe adaptarse a la realidad del momento y que no reconoce todo el espectro emocional de las personas”, explica a S Moda la doctora Berta Pinilla Santos, médico psiquiatra y psicoterapeuta en Grupo Doctor Oliveros. Estos mensajes que se toman como mantras e incitan a sobreponer lo positivo obviando lo negativo generan, según Pinilla, “una especie de pensamiento mágico y malicioso de omnipotencia en el que los problemas o malestares tienen que desaparecer y si esto no ocurre, se interpretará como un fracaso. Es por ello que pueden aparecer sentimientos de culpa o frustración”.
Para evitar el batacazo, Guillermo Fouce, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, recuerda que atravesar esos grises es una parte fundamental del proceso: “Hay una especie de moda o dictadura de lo positivo, pero no todas las cosas lo son. Las emociones negativas son igualmente importantes. Huimos (o se nos educa para huir) del dolor, del daño, de la tristeza, incluso si es necesario, tomando pastillas”. «Las emociones ‘negativas’ también forman parte de nosotros, de nuestro desarrollo y crecimiento personal. Identificarlas y poder validarlas es la primera escala en el camino hacia la recuperación de cualquier malestar», añade la doctora Pinilla Santos.
“Estos mensajes que dicen que todo lo que te propongas lo puedes conseguir con una actitud de optimismo ante la vida calan bien porque son cosas que gusta oír: ofrecen recetas simples a problemas que son más bien complejos”, explica a S Moda Edgar Cabanas, psicólogo y coautor junto a la socióloga Eva Illouz de Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Ed. Contextos). Encuentran un lugar especialmente fértil en redes sociales como Instagram, cuyo mandato no explícito es enseñar lo bonito -según varios estudios que recogen en este post de Buffer, el contenido en redes sociales se comparte más y tiene mejores métricas si irradia positividad-.
“Dan una sensación de empoderamiento y de que podemos reinventar nuestra vida a voluntad, que basta con tener la actitud adecuada para alcanzar éxitos y superar los problemas y que la felicidad es una elección”. Pero, si la felicidad es una elección, “¿el sufrimiento también lo es?”, plantea Cabanas. La perversión tras estos mensajes es el aumento de ese malestar, angustia y ansiedad de las personas y su pérdida de poder a través del control ejercido por la millonaria industria que lo empuja. En su libro, Eva Illouz y el psicólogo explican -como plantea también Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo (Ed. Noema)- la forma en que esta industria moldea a los individuos para que opongan resistencia a los sentimientos negativos y den lo mejor de sí mismos eliminando así los pensamientos derrotistas e improductivos que puedan frenar la cadena.
“Vivimos en una época de incertidumbre en la que recae sobre el trabajador buscarse las castañas. Las empresas optan por responsabilizar a los trabajadores de su propio ascenso. Te dicen que tienes que saber venderte (personal branding), que no le eches la culpa al sistema laboral, que como tú puedes cambiar las cosas, las cambies. Se busca a un trabajador resiliente, que no solo sea capaz de absorber los golpes, sino de levantarse de ellos creciendo. Y se nos adelanta que el fracaso es lo primero que nos vamos a encontrar”, apunta Edgar Cabanas.
En consecuencia, “este pensamiento positivo [ciego] desempodera porque te coloca como una persona solitaria, dejando de usar la fuerza del poder colectivo para cambiar cosas”, dice Barbara Ehrenreich. Esta tendencia a generar individuos aislados que se ha impuesto en nuestra sociedad desde en las formas de trabajo hasta el ocio y el consumo, ha calado en ese sentido en el plano psicológico: “Ese hacer responsable a la persona de todo lo que pase en su vida llevado al extremo supone un problema importante, hace desaparecer el contexto o las circunstancias, que pueden ser las que estén enfermas y tengan que cambiarse”, explica Guillermo Fouce. Y en última instancia, cuestionan los autores de Happycracia, esta podría ser una nueva trampa para hacer creer que “la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son únicamente responsabilidad nuestra”.
Evitar la positividad tóxica no pasa por dejarse invadir por el negativismo, ni el pesimismo. Ni de abrazar la frase de extremo opuesto ‘todo va a salir mal’. Eso, según apunta Ehrenreich “también es ilusorio”. Su propuesta pasa por darse un baño de realismo: “Intentar averigua qué sucede en el mundo e intentar ver qué podemos hacer para solucionar lo que nos amenaza y nos hace daño”. No caer en la trampa neoliberal de ‘colocarse la sonrisa en la cara‘ y seguir soñando sin cuestionarse lo que ocurre en el entorno, el papel del sistema o caer en la hiperreflexividad en la que la industria del bienestar se hace fuerte relegando el cambio exclusivamente a una cuestión de autocuidados.
Como señala Edgar Cabanas al teléfono: “Una cosa es cuidarse porque la salud en términos generales es importante, porque solo tenemos un cuerpo y hay que cuidarlo -que puede ser un discurso razonable- y otra son determinados discursos del coaching o mindfulness que inciden en que lo más importante es el interior porque el exterior no tenemos forma de influenciarlo. Esa obsesión por el cuidado de uno mismo acaba generando mucha más ansiedad, culpa, ensimismamiento, narcisismo y egoísmo”.
Para ayudar a alguien que está pasando un mal momento, en vez de compartir mensajes prefabricados, los expertos entrevistados apuestas por la escucha y la empatía: “Validar el sufrimiento de la otra persona y ofrecer un clima de comprensión y acompañamiento; esto ya produce un gran efecto de alivio”, apunta la doctora Pinilla.