¿Cómo lo hacen? Seis personas que cambiaron de hábitos en pro del planeta cuentan su experiencia
Evitar el consumo de plásticos, sumarse al flygskam (vergüenza de volar por su efecto contaminante) o simplificar el armario dejando atrás la compra compulsiva y eligiendo prendas responsables. La crisis climática se puede combatir a nivel ciudadano desde diferentes frentes.
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La ONU ha marcado en el calendario el 2030 como fecha clave para revocar el cambio climático. Noticias como las que ha dejado julio, convirtiéndose en el mes con las temperaturas más cálidas registradas en la historia, evidencian la crisis y hacen saltar las alertas. Este aluvión de información que pinta un futuro pesimista si no se entra en acción genera lo que ya se conoce como eco-ansiedad (“miedo crónico a la destrucción medioambiental”). Lo hemos visto en la ficción con el caso de Amabella Klein (Ivy George) en la segunda temporada de Big Little Lies y no faltan ejemplos reales: la activista Greta Thunberg ha hecho pública la depresión por este motivo que provocó en ella y en su familia la decisión de cambiar de vida drásticamente, tomando medidas como dejar de coger aviones o hacerse con un coche eléctrico.
La responsabilidad mayor reside en los gobiernos y empresas, pero son muchos los consumidores que, como los Thunberg, optan por adoptar determinados hábitos y modos de vida que contribuyan, cada uno a su manera, a salvar el planeta haciéndoles sentir mejor. No comprar nada que venga envasado en plástico, no comer animales ni usar productos de origen animal, dejar de adquirir ropa de manera compulsiva y optar por prendas responsables y armarios minimalistas. O, directamente, dejar de consumir. Atender a todo es complejo y la realidad es que la falta de tiempo y dinero pueden suponer un obstáculo. ¿Cómo iniciarse entonces? Recogemos los testimonios de aquellos que ya han hecho de estos cambios una forma de vida y que sirven como inspiración.
1. Evelina Utterdahl, antivuelos
¿Qué hace? Es activista climática y se ha sumado al movimiento flygskam, iniciado en Suecia, que se traduce por “vergüenza a volar” por las altas emisiones de dióxido de carbono que estos generan.
¿Cómo empezó? «Decidí dejar de coger aviones en enero de 2018, el mismo día en que supe realmente cómo de altas son sus emisiones. Entonces empecé a reflexionar sobre cómo volamos continuamente sin abordar el asunto. Me di cuenta también de que la sociedad, los políticos y los medios no se molestan en reflejar la realidad de lo terrible que es la crisis climática. Ahora uso principalmente trenes, cuando hay opciones eléctricas. Si no, autobuses, que pueden ser mejores desde el punto de vista medioambiental en comparación con los trenes a carbón».
Dificultades. «He rechazado muchos trabajos por esta cuestión. En algunos casos el tren sí ha sido una opción, he llegado incluso a pagar mis propios billetes de tren porque el cliente se ofrecía exclusivamente a pagarme el avión. Cuando alguien me dice que cree que no podría hacerlo le invito a probar a no coger un avión durante un periodo de un año, como prueba».
Recompensa. «Ahora disfruto viajando mucho más y no doy por sentado la posibilidad de hacerlo como antes. Si voy a algún sitio es porque creo realmente en la necesidad de ir o en que merece la pena. Ya no hago viajes solo “porque es barato”.
Es interesante cómo muchos cambio de los que he hecho (no conducir ni sacarme el carnet para que mi dinero solo cuente para apoyar el transporte público, ser vegana, no comprar nada de nueva producción, no coger aviones…) pueden parecer a primera vista un sacrificio. Pero sin embargo me han dado mejor calidad de vida: menos estrés, más concentración en lo que importa, menos eco-ansiedad, menos desorden y menos cosas en la cabeza en general».
2. Patricia Reina y Fernando Gómez, ‘Vivir sin plástico’
¿Qué hacen? Han sacado los plásticos de su vida. No comen ni consumen nada que venga envasado en ellos disminuyendo así la cantidad de residuos que generan. Embajadores de la vida plastic free en España, han publicado un libro contando su historia, Vivir sin plástico (Zenith), y comparten su día a día a través de una cuenta de Instagram de mismo nombre.
¿Cómo empezaron? “Conocimos el movimiento zero waste (cero residuos) a través de internet. Siempre habíamos estado preocupados por el medio ambiente y reciclábamos, pero en agosto de 2015 nos planteamos empezar con el consumo sin plásticos porque veíamos que generábamos más basura de la que nos gustaría y la bolsa de envases de reciclaje se llenaba cada vez más rápido. Al principio intentábamos comprar en las mismas tiendas, pero sin envases de plástico, lo que lo hacía más complicado. Investigamos mercados, tiendas locales, a granel, y nos dimos cuenta de que se podía encontrar de todo más fácilmente de lo esperado. Por ejemplo, los tomates cherry pensamos que no podríamos encontrarlos sin envasar y los tenían en la frutería de enfrente. Los productos de higiene y limpieza los usamos en formato sólido o reutilizables. Al no plantearte el cambio no tienes conciencia de las alternativas que hay”.
¿Más caro o más barato? “Cuando empiezas parece que los es. Las tiendas a granel son más caras que si compras marca blanca. Pero cuando llevas mucho tiempo te das cuenta de la cantidad de cosas que dejas de comprar y ves que sale más barato porque usas menos productos. Ahora usamos gel y champú sólidos, aceites en vez de cremas… Darte cuenta de que no necesitas tanto es una especie de liberación”.
Dificultades. “Además de acostumbrarnos y encontrar esos sitios donde comprar sin plástico, lo más complejo ha sido adaptar este cambio al plano social. Que familiares y amigos se acostumbren. Te regalan una crema y tienes explicar por qué no la quieres porque está envasada en plástico. Comes en casa de unos amigos que han comprado platos y vasos desechables y te toca pedir que te den vajilla corriente sin que se lo tomen a mal… En definitiva, tener que dar más explicaciones de las que te gustaría”.
Recompensa. “Cuando ya dejas de generar basura te sientes bien pero ves que no es suficiente. Este es el primer paso de una camino largo. Ya no solo es una iniciativa personal, intentamos llevarla a la empresa y más allá del hecho de sacar los plásticos. Ahora consumimos solo productos locales y de temporada”.
3. Marie Broberg, armario cápsula
¿Qué hace? Su forma de vestir y consumir ropa responde al formato capsule wardrobe (armario cápsula). Cuenta con 30-35 prendas que son combinables entre sí, entre las que incluye zapatos y bolsos. Desde que comenzó, solo compra piezas de segunda mano y puntualmente invierte en prendas nuevas, siempre de marcas responsables con el medio ambiente.
¿Cómo empezó? «En enero de 2018 decidí que este sería mi objetivo anual. Quería un armario minimalista porque sentía que tenía demasiada ropa y esto me llevaba demasiado tiempo para vestirme por las mañanas. Me ayudé de vídeos de YouTube y del método de Marie Kondo para conseguirlo. Lo primero fue definir mi estilo y preguntarme qué tipo de prendas, colores y materiales encajarían conmigo y mi estilo de vida. Lo siguiente fue deshacerme de todo aquello que no usaría según estos términos: lo doné o lo vendí asegurándome de que alguien le diera una segunda vida a esas prendas. Desde que empecé a ahora he reducido la cantidad de prendas de 50 a 30-35, que voy modificando cada tres meses».
¿Más caro o más barato? «Depende. En Suecia el mercado de ropa de segunda mano es muy bueno y tenemos la suerte de contar con marcas escandinavas de buena calidad que puedes encontrar fácilmente también de segunda mano. Pienso siempre en el coste por uso. Un jersey elaborado de manera responsable y con materiales de calidad puede costar cinco veces más que uno que proviene del fast fashion, pero puede que me lo ponga 50 veces mientras que el más barato no llegue a tres o cuatro usos. Mi regla es invertir en lo que más me va a durar al final».
Dificultades. «Al principio lo más costoso fue deshacerme de mis antiguos hábitos como consumidora. Es difícil dejar de comprar ropa y resistirse a las tendencias porque realmente me gusta mucho la moda».
Recompensa. «Soy una persona totalmente nueva si me comparas con mi yo de hace cinco años. Rara vez compro ropa nueva, ahorro dinero gracias a ello y reflexiono más (a veces hasta durante un mes) sobre si comprar o no algo. Soy más consciente y estoy, poco a poco, intentando acercarme a otros cambios importantes como el zero waste y en casa ya solo como comida vegana».
4. Arantza Muñoz, veganismo
¿Qué hace? Practica y promueve el veganismo con recetas a través de su cuenta de Instagram (@arantzamunoz.tsd). Ha llevado su compromiso más allá de los alimentos y tampoco consume derivados de estos, ni productos que hayan sido testados en animales.
¿Cómo empezó? “Me hice vegetariana en 2010, justo cuando empezaba a cursar Dietética. Por entonces tomé la decisión de dejar de comer carne, pescado, mariscos y gelatina, así como dejar de usar cuero y evitar al máximo posible cualquier producto que fuese testado en animales. Di el paso al veganismo el 8 de agosto de 2013, después de ver un vídeo que evidenciaba la que, para mí, es una estrecha relación entre feminismo y veganismo: en la industria alimentaria los animales más abusados y maltratados son las hembras, por su capacidad de reproducción y ser consideradas fábricas además de comida”.
¿Más caro o más barato? “Depende de cómo quieras plantearte tu modo de vida en general. En cuanto a comida vegana, las legumbres son las proteínas más baratas (y ecológicas) que existen. Frutas y verduras comemos todos indistintamente de ser veganos o no, por lo que en eso no se nota el cambio en la lista de la compra. El precio de la bebida de soja es ya casi el mismo que el de la leche animal. En cuanto a cosmética e higiene, muchas marcas baratas y accesibles como Mercadona, Essence o Catrice son cruelty free (no experimentan con animales). Y sólo es cuestión de consultar blogs o webs de referencia donde indican qué gama de productos de cada marca son aptos para veganos. Si quieres vestir las zapatillas veganas de Adidas, los pintalabios de Kat Von D o comer Beyond Burger todos los días, evidentemente, el precio de tu lista de la compra aumenta, pero es cuestión de prioridades.»
Dificultades. «La transición no fue difícil para mí, no sentí necesidad de volver a consumir carne, pero me dolió darme cuenta de cómo mi entorno más cercano no sólo no lo entendía, sino que además ‘quería que fallase’. Mi madre estuvo haciendo filetes de pollo rebozado, mi plato favorito hasta el momento, durante tres días seguidos esperando a que ‘cayese’. No creo que tuviese intención de herirme, pero supongo que no creía en mis motivos”.
Recompensa. «La paz, coherencia y alineamiento de mente, corazón y espíritu».
5. Carys Egan-Wyer, no consumidora
¿Qué hace? Es investigadora de cultura de consumo y lleva 18 meses sin consumir productos. En lugar de comprar cosas nuevas, intercambia, repara y recicla. Lo cuenta en Instagram (@buy_less_be_more)
¿Cómo empezó? «Hace un par de años me mudé de un piso con dos dormitorios a una casa. Me sorprendió lo rápido que empezamos a llenarla de cosas. Mi marido y yo pasábamos nuestros preciados fines de semana limpiando y organizando cosas. Ir de compras, comprar online, devolver productos… Tareas que no nos aportaban nada nuevo y que consumían nuestro tiempo libre. Así que me puse de propósito de año nuevo consumir menos y luego lo concreté en no comprar nada nuevo durante un año. Intentar aprender a disfrutar las cosas que ya tenía, reparar en vez de tirar y en caso de necesitar algo, tratar de conseguirlo de segunda mano. Esperaba con eso reducir la cantidad de recursos naturales que consumía, la cantidad de residuos que producía, el número de esclavos que estaban trabajando para que yo pudiera tener determinadas cosas, mejorar mis habilidades aprendiendo a reparar y reciclar, ganar tiempo haciendo cosas en vez de gastar dinero en comprarlas y tener más tiempo para, simplemente, estar con mi familia y amigos».
¿Más barato o más caro? «Creo que gasto menos ahora, especialmente en ropa, pero habitualmente ser ‘no consumidor’ sale más caro que si compras cosas nuevas. Por ejemplo, cuando los cojines de nuestro sofá del jardín necesitaron fundas nuevas, lo más barato era tirarlas y comprar unas nuevas en vez de hacerles unas a medida. Fue una decisión complicada finalmente comprar telas de proveedores sostenibles que destinaban nuestro dinero a una cooperativa de costura local y ética. El coste verdadero de un producto (los residuos, contaminación y el coste ético) no suele estar reflejado en el precio y hay que tenerlo en cuenta también».
Dificultades. «Vivimos en una cultura consumista, nuestras relaciones con otras personas están a menudo cimentadas a través del consumo. Marcamos las ocasiones especiales (cumpleaños, bodas, nacimientos…) dándonos regalos. Lo que he intentado, siempre que ha sido posible, ha sido regalar experiencias en vez de regalos físicos. Cuando es a nosotros a quienes nos ha tocado recibir regalos ha sido más complicado, especialmente con mi hijo porque la gente quiere y está acostumbrada a demostrar el amor a los niños con cosas. Siempre les pido que le echen imaginación antes que comprar nada».
Recompensa. «La gente nos ha apoyado mucho sorprendentemente. Muchos empiezan a entender que nuestros niveles de consumo están siendo extremadamente problemáticos para el medio ambiente y me cuentan que se inspiran en nuestro caso. Cuando acabé mi compromiso de un año sin consumir no quise volver a las compras, así que he seguido. No es fácil dilucidar cuál es la opción más ética y sostenible siempre porque hay mucho greenwashing (se usa el reclamo ecológico para vender productos que no lo son en realidad), que lo hace aún más complejo. Por eso creo que es más fácil ser ‘no consumidor’ que un ‘buen consumidor».