2012: el contador a cero

Hacer ejercicio, perder peso, aprender un idioma… son los clásicos propósitos para el año nuevo. Pero ¿es realmente lo que quieres?

Vas a la librería o navegas por internet y te encuentras con una tonelada de libros o artículos de autoayuda, de lo más mundano a lo más elevado. El resultado suele ser opuesto a lo que uno necesita. En lugar de paz y claridad –el pan en el que untar los buenos propósitos– uno encuentra confusión y puede que hasta un dolor de cabeza.

Establecer prioridades es un verdadero arte –y un propósito en sí mismo. Una forma de comenzar esta difícil tarea es encontrar un cierto equilibrio entre los objetivos “de fuera” (como el clásico hacer ejercicio) y el cuidado interior (...

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Vas a la librería o navegas por internet y te encuentras con una tonelada de libros o artículos de autoayuda, de lo más mundano a lo más elevado. El resultado suele ser opuesto a lo que uno necesita. En lugar de paz y claridad –el pan en el que untar los buenos propósitos– uno encuentra confusión y puede que hasta un dolor de cabeza.

Establecer prioridades es un verdadero arte –y un propósito en sí mismo. Una forma de comenzar esta difícil tarea es encontrar un cierto equilibrio entre los objetivos “de fuera” (como el clásico hacer ejercicio) y el cuidado interior (como iniciar o retomar una práctica de meditación). “No se trata de dejar de lado todas esas cosas que te interesan en tu vida cotidiana, sino de equilibrarlas, de forma que reflejen tus verdaderos valores”, señala el maestro espiritual Phillip Moffitt.

“Para la mayoría de la gente, esto significa decir no, una y otra vez, a aquellas cosas que la mente nos está diciendo que queremos”, añade. “El ego siempre quiere más, es insaciable”. La única manera de frenarlo es modificar el equilibrio entre la vida exterior y la interior. “Hacer este cambio es difícil al principio, pero con el tiempo experimentarás una ligereza y amplitud más preciosas que aquello que sacrificaste”. Moffitt sabe de lo que habla: dejó la dirección de la afamada revista Esquire para convertirse en profesor de meditación a tiempo completo.

Quizá hayas visto ese grafiti que dice “quédate tus monedas, lo que quiero es cambio”. Pero ¿cómo? Cambiar es difícil. Lo comprobamos año tras año, cuando a los pocos días los propósitos se quedan en agua de borrajas y, en su lugar, a menudo sobreviene la frustración.

Leo Babauta, creador del popular ZenHabits, recuerda que los hábitos más difíciles de cambiar son aquellos sobre los que no tenemos control, los que pasan por debajo del radar de nuestra conciencia. Esto es lo que ocurre cuando, por ejemplo, caemos en la trampa de comer algo que sabemos que es malo para nosotros. La mente se pone en marcha para racionalizar con todo tipo de argumentos, más o menos peregrinos, por qué está bien zamparse ese pastel cuando una hora antes se pavoneaba de lo bien que se está a dieta. Todo este discurso de la mente, señala Babauta, sucede casi sin que nos demos cuenta, en el trastero de nuestra mente. Y lo mismo ocurre con cualquier otra cosa que nos hayamos propuesto hacer pero terminemos dejando de lado.

Prestar atención
es el primer paso; observar lo que hace tu mente. Lo siguiente es no actuar. Esto es, mientras tu mente se desata en su cháchara interminable (sólo es un pitillo; no es más que un pedazo de pastel) no actúes. Sólo escucha.

El impulso para comer el pastel es temporal. De hecho, suele durar bastante poco. Respira y permite que se disuelva. Mientras tanto, también puedes entablar una discusión interna. Cuando tu mente te dice “es sólo un trozo de pastel”, puedes responderle algo así como “claro, eso es lo que has dicho cada vez que he intentado perder peso”. “Cuando la fuerza de voluntad nos falla, es importante prestar atención a la mente”, señala Babauta, cuyo “secreto” se resume así: observa, espera, y déjalo ir.

Para no cargar mentalmente con el fracaso de otros años, pon el contador a cero: apunta en un papel aquello de lo que quieres desprenderte, los errores que has cometido, y quémalo o deshazte de él de alguna forma simbólica. Al mismo tiempo, toma la firme determinación de actuar de forma diferente a partir de ahora.

Reflexiona detenidamente sobre tus propósitos, y observa cuál es la intención en que se sustentan. Mientras que objetivos como hacer ejercicio o aprender idiomas a menudo parten de un negativo (debo perder cinco kilos= estoy gordo) las intenciones van más allá; valoran el esfuerzo y se anclan en el presente, a diferencia de los propósitos, cuyo reinado es el futuro. “Sólo recordando tus intenciones puedes reconectar contigo mismo en tiempos emocionalmente tormentosos. Esa conexión da un sentido a tu vida, independientemente de que hayas alcanzado esos propósitos o no”, señala Moffitt.

¿Qué ocurriría si, en lugar de medir los éxitos por lo que consigues o no consigues, dieses similar o mayor prioridad a una forma de vivir respetuosa con tus valores? Visto así, es el camino hacia el cielo el que está sembrado de buenas intenciones. O, al menos, hacia un feliz y próspero 2012.

*Natalia Martín Cantero es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es

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