¿Por qué es importante tener una buena microbiota vaginal?

La vagina está compuesta de una flora, similar a la intestinal, poblada por bacterias amigas que nos protegen de infecciones. Pero hay que saber cómo mantenerla sana y alejada de sus peores enemigos.

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No hace mucho que la ciencia ha empezado a interesarse por las colonias de bacterias que conviven con nosotros en nuestro organismo y los numerosos beneficios de esta simbiosis. El intestino, el órgano más grande del cuerpo humano al que hasta hace poco se le consideraba poco más que una planta de gestión de residuos, es visto ahora como un poderoso miembro con múltiples funciones, hasta el punto de que se podría afirmar que una buena salud empieza por un intestino en forma.

Giulia Enders, investigadora alemana que trabaja en el Instituto de Microbiología e Higiene Hospitalaria de Fránc...

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No hace mucho que la ciencia ha empezado a interesarse por las colonias de bacterias que conviven con nosotros en nuestro organismo y los numerosos beneficios de esta simbiosis. El intestino, el órgano más grande del cuerpo humano al que hasta hace poco se le consideraba poco más que una planta de gestión de residuos, es visto ahora como un poderoso miembro con múltiples funciones, hasta el punto de que se podría afirmar que una buena salud empieza por un intestino en forma.

Giulia Enders, investigadora alemana que trabaja en el Instituto de Microbiología e Higiene Hospitalaria de Fráncfort, y que publicó La digestión es la cuestión (Urano, 2015), ha sido una de las voces que ha dado ha conocer la importancia de una buena flora intestinal o microbiota, como ha pasado a llamarse. El ‘segundo cerebro’, como se conoce al intestino, “posee un parque completo de vehículos con distintas sustancias transmisoras, materiales nerviosos aislantes y tipos de interconexiones similares a las del cerebro. Si el intestino fuera responsable solo de transportar alimentos y hacernos eructar de vez en cuando, un sistema nervioso tan ingenioso sería un singular derroche de energía. Sin duda, debe de haber algo más”, explicaba Enders en su libro.

Entre otras funciones, el intestino es algo así como el ‘corre ve y dile’ de nuestra mente e informa al cerebro, un órgano aislado, de lo que está pasando en nuestro cuerpo. Esta importantísima labor de interpretación de la realidad implica también la toma de decisiones de tolerancia o rechazo. El tubo digestivo es el que califica algo como ‘amigo’ o ‘enemigo’, lo que tiene mucho que ver con las alergias. Pero además, en el intestino hay tantas neuronas como en la médula espinal y éstas se encargan de sintetizar muchos neurotransmisores como la serotonina, el GABA, la noradrenalina o la dopamina, que son moléculas que modulan nuestro estado de ánimo.

Pero resulta que una gran parte de los humanos no contamos solo con una microbiota intestinal. Las mujeres tenemos, además, otra población de bacterias amigas en la vagina, muy conectada y relacionada con la del intestino y cuya misión es hacer de barrera, evitando que proliferen en ella o la colonicen organismos patógenos, susceptibles de producir infecciones que afecten a los órganos sexuales y reproductores.

Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, “a pesar de llevar conviviendo toda la vida con estos microorganismos, sabemos todavía muy poco sobre ellos y es ahora cuando la ciencia empieza a interesarse por el papel de la microbiota y se empiezan a desarrollar mapas de la misma. Se cree que la vaginal esta formada por múltiples especies distintas de bacterias, aunque la más importante es el lactobacillus. Pero esta composición varía dependiendo de cada mujer, del momento en que se encuentre (antes o después de la regla, durante el embarazo o la menopausia) y hasta de la raza o el país en el que viva”.

Así como la microbiota intestinal tarda 10 años en formarse (hasta esa edad no se tiene una de adulto), la vaginal no se coloniza hasta la pubertad, y de ella van a depender la mayor o menor predisposición a coger infecciones o enfermedades de transmisión sexual. “Una vagina sana tiene un ph ácido, que crea un medio hostil para los gérmenes y patógenos”, explica Molero, “pero este ph puede alterarse y volverse básico si hay una disminución estrogénica, y por lo tanto una disminución de lactobacilus, como es el caso del período premenstrual (cuando muchas mujeres ven bajar sus defensas y son más propensas a coger catarros o infecciones), el embarazo o la menopausia”.

Cuando, por cualquier razón, se altera el equilibrio de la flora vaginal pueden venir algunas dolencias. Las más típicas son, según apunta esta ginecóloga, “las infecciones de orina de repetición, la candidiasis vaginal (por la proliferación de la cándida, un hongo que existe pero en proporciones determinadas) y las vaginosis bacterianas, generalmente producidas por la gardnerella, que consisten en la inflamación de la mucosa vaginal y la piel vulvar y cuyos síntomas son un aumento de la secreción vaginal, que puede tener mal olor, además de escozor y hasta dolor”.

“Así como hay probióticos para restablecer la flora intestinal, los hay también para la microbiota vaginal y se prescriben como ayuda al tratamiento etiológico, cuando hay infecciones, y como preventivo para evitar nuevos brotes”, señala esta experta.

Los enemigos de una buena flora vaginal

Una buena microbiota vaginal empieza por un intestino sano (ya que ambos se relacionan) y, a menudo, patógenos intestinales pueden acabar colonizando también la zona vaginal. Dicho esto, los factores que pueden alterar este delicado ecosistema son muchos. Según Molero, están “los antibióticos de amplio espectro que acaban también con muchas bacterias beneficiosas; los tratamientos de inmunosupresión, que se recetan para enfermedades autoinmunes; ciertos cánceres y los anticonceptivos hormonales, sobre todo los de baja dosis, que pueden alterar negativamente la microbiota vaginal. La menopausia, que conlleva la disminución del nivel de estrógenos, hace que disminuyan los lactobacillus, lo que favorece las infecciones vaginales y de orina. En estos casos solemos recetar probióticos y estrógenos locales”.

Hay también hábitos de higiene o alimentación que no favorecen en nada a una microbiota sana y frondosa. “Es el caso de una higiene excesiva de la zona genital, con uso de jabones fuertes y hasta de productos para disimular el olor como desodorantes íntimos, que destruyen el ph natural de la vagina”, comenta Molero. “Los productos sanitarios, como compresas o tampones, pueden llevar blanqueadores o productos químicos nocivos, por eso mucha gente se ha pasado ya a la copa menstrual. La ropa interior excesivamente ceñida, elaborada con fibras o tintes sintéticos, sumada al calor de la zona es también poco recomendable y se cree que una dieta demasiado rica en azúcares e hidratos de carbono favorece el crecimiento de bacterias patógenas en el tracto intestinal, vaginal y urinario”.

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