Soy anarquista del bienestar
Los anarquistas del bienestar creemos en que hay muchos bienestares. Sabemos que existe un consenso científico y universal de los rudimentos básicos: dormir bien, comer sano, movernos, socializar, pero, dentro de ese marco, defendemos la flexibilidad
La próxima vez que encargue mis tarjetas de visita (doy fe de que se siguen usando y siempre mejoran ese invento anticlimático llamado QR) escribiré esto como definición de mi persona. Lo leí en The Sociology of Business, una de mis newsletters de cabecera, una de esas escasas que no borro. Cuando vi el título The Rise of the Wellness Anarchist hiperventilé y no estoy exagerando: cada uno se excita con lo que quiere y puede. Dejé lo que estaba haciendo, que era serio y productivo, y leí el texto entero. Ojalá se pudiera subrayar la pantalla del ordenador, porque la habría dejado perdida de rosa flúor. Una hora después, mi amiga Belén Coca me escribió un mail (somos de esa generación que escribe mails y tiene tarjetas) y me la reenvió con un “nosotras somos bastante wellness anarchists de toda la vida, la verdad”. Cómo nos conocemos. La newsletter estaba escrita por Tom Garland. Él desgranaba su teoría y explicaba que el anarquista del bienestar “rechaza la ortodoxia del bienestar, pero se aprovecha de sus herramientas. Tiene sus propias reglas de lo que significa cuidarse y vivir bien y desafía los fundamentos aceptados sobre la disciplina y también sobre la indulgencia”.
No es gente que se abandone, en absoluto, pero se niega a que el bienestar monopolice su identidad. No buscan una hora completa para ir a entrenar, pueden hacer 10 minutos de ejercicios de fuerza en casa con unas bandas elásticas y chimpún. Si no pueden comer unas lentejas en la comida, se esmeran en la cena; o ya las comerán mañana. Si no pueden hidratarse el cuerpo cada día, lo hacen cuando se acuerdan, pero algún día lo hacen porque saben que lo que hay debajo de la barbilla también es piel y, pobrecilla, se indigna cuando ve que todos los cuidados van al rostro. Si no encuentran una hora para meditar, lo hacen 10 minutos. Este rechazo a la cultura imperante de la sobreoptimización es bastante bohemio, porque coloca en el centro la creatividad y la libertad. La nueva bohemia se da permiso para desarrollarlos. No mide los pasos ni el latido del corazón y se dedica a mover el corazón y a pasear. Leo el estupendo ensayo Andar por andar, que ha escrito Adriana Herreros (Serie EnDebate), y pienso “eso es, ahí está”. No hay gesto más político, rebelde y bohemio que salir a caminar, con o sin rumbo. Y, por supuesto, sin contar los pasos.
Los anarquistas del bienestar creemos en que hay muchos bienestares. Sabemos que existe un consenso científico y universal de los rudimentos básicos: dormir bien, comer sano, movernos, socializar, pero, dentro de ese marco, defendemos la flexibilidad. Nosotros huimos de los extremos. Conocemos la teoría (los ejercicios de fuerza, las proteínas, el pilates…), y la aplicamos a nuestra manera. Podemos coquetear con la vida abstemia una semana (la famosa sober curiosity que tan de moda está) y otra decir que sí a dos copas de champán. Este tema me invita a plantearme si no usamos, a veces, el bienestar desmelenado como coartada para no enfrentarnos a nosotros mismos. O si estaremos dedicando demasiado tiempo a cuidarnos y demasiado poco a socializar, a callejear y a conectar con lo que uno quiere en lo más profundo de su alma, cuando esto último es la fuente de bienestar definitiva. Decidí hace tiempo que es más beneficioso para mí ver una película de Lubitsch mientras me tomo un café a las siete de la mañana que salir a entrenar. Y si un día no lo hago, no lo hago.
*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones confesas? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.