El club de los matrimonios malavenidos: así fue la batalla para conseguir que el divorcio fuera legal en España

El libro ‘El divorcio en España’ recupera la historia de la periodista Carmen de Burgos, y su batalla por conseguir la ley del divorcio en 1904

La periodista Carmen de Burgos, en 1901.

Me vais a permitir una digresión ya para empezar. Este post va sobre la periodista Carmen de Burgos, Colombine, y el libro prodigioso que escribió en 1904, El divorcio en España, y todo lo que supuso, y que ahora recupera felizmente la editorial Renacimiento. Pero antes, y ahí el inciso, quiero hablar de mi madre, porque hace apenas dos semanas que se ha marchado para siempre y yo ando triste pensándola todo el tiempo. Ella, María Pavía (Valencia 1930-2023) fue una de e...

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Me vais a permitir una digresión ya para empezar. Este post va sobre la periodista Carmen de Burgos, Colombine, y el libro prodigioso que escribió en 1904, El divorcio en España, y todo lo que supuso, y que ahora recupera felizmente la editorial Renacimiento. Pero antes, y ahí el inciso, quiero hablar de mi madre, porque hace apenas dos semanas que se ha marchado para siempre y yo ando triste pensándola todo el tiempo. Ella, María Pavía (Valencia 1930-2023) fue una de esas tantas mujeres infelices en sus larguísimos matrimonios, que nunca, ni cuando el divorcio estuvo a su alcance, lo usó para liberarse. ¿Era su marido, mi padre, un mal hombre? No, en absoluto. Era responsable, cumplidor, trabajador, egoísta, insolvente emocional, que cuidó de los suyos como pensaba que había que hacerlo, sin entrar en detalles.

¿Fue un mal padre para sus hijos, para los hijos queridos de mi madre abnegada? Tampoco. Nunca levantó la voz, ni por supuesto la mano, siempre se ocupó y nunca nos faltó de nada… Mi madre, que me dedicó la vida entera, fue una madre amantísima, entregada, como tantas de su generación (me ha dejado hace apenas un mes, a sus 93 años), dejó de trabajar justo al casarse y dependía de mi padre económicamente para todo, como tantísimas otras. Y aquí van varias preguntas retóricas. ¿Cómo a ninguna de las mujeres de entonces se le ocurrió llegar a un acuerdo del tipo, ‘yo me ocupo de todo lo doméstico y tú de lo demás, pero el dinero es de ambos’? ¿Qué hubo en las cabezas de tantas mujeres como mi madre que las ancló a un matrimonio doliente, cuando no tumultuoso en el mal sentido de la palabra? ¿Por qué nunca se rebelaron, por qué cuando el divorcio llegó, en plena democracia, y cuando ya llevaban casi 30 años casadas y los hijos eran más o menos adultos, no se plantaron y se separaron de esos maridos que en muchos casos les habían amargado la vida? Supongo que la vida les había cercenado las inquietudes, la educación recibida había servido para convencerlas de que el hogar era lo bueno, aunque aquellas cuatro paredes fueran sinónimo de soledad infinita, de pesadumbre y de zozobra. Y lo más importante, la falta de independencia económica era motivo más que suficiente para ni planteárselo. ¿Dónde iban a ir? ¿De qué iban a vivir? Y más cosas: ¿Qué dirían los suyos? ¿Qué dirían los vecinos, qué diría el cura del pueblo?, ¿qué pensarían de ella?, ¿condenaría eso a sus hijos, supondría un estigma?, ¿era motivo suficiente para separarse, para dejar la casa, la tristura?

Mi madre habría necesitado otro tipo de marido y mi padre otro tipo de mujer, pero los años fueron pasando y la tristeza y el desánimo se apoderaron de ella, y eso me salpicó a mí sin que ninguna de las dos nos diéramos cuenta. Su carácter y esa vida conyugal la convirtieron en una persona apesadumbrada, temerosa, con una incapacidad para la alegría. Ahora que acaba de morir lo pienso más que nunca: todo lo que podría haber sido y no fue si hubiera tenido el arrojo de hacer vida propia, de no cedérsela a mi padre…

Unos 60 años antes de que mi madre naciera en Valencia, en 1867, lo hacía en Almería, la citada Colombine. Ojalá hubieran coincidido en el tiempo, ojalá la joven de Almería la hubiera aconsejado, ojalá las cruzadas que llevó a cabo a principios de siglo esta periodista, a favor de los derechos para las mujeres, del divorcio, de la independencia de la mujer, de la igualdad, hubieran cuajado en aquella España de 1900. Ojalá su clamor a favor del divorcio hubiera dado fruto en aquel momento, tal y como sucedía en otros tantos países europeos, y por supuesto en EE. UU. Así, al llegar la República, un grupo numeroso de mujeres y de hombres, claro, generaciones enteras llevarían ya décadas haciendo buen uso de ese derecho y todo habría sido más sencillo. Y la dictadura, cuando arrambló con todo, habría encontrado una guardia pretoriana divorciada y feliz, que quizá no se habría tragado sin masticar la derrota.

Y ahora sí, vamos con el asunto de este artículo.

Se llamó El Divorcio en España, lo escribió en 1904 la periodista Carmen de Burgos Seguí, conocida como Colombine (Almería, 1867) y costaba dos pesetas. Fue un libro revolucionario, polémico, que recogió la campaña a favor de ese derecho, que ni estaba ni se le esperaba, que Colombine había iniciado poco antes, con mucho ruido, con muchas pegas, en el Diario Universal.

Portada de 'El divorcio en España' (Ed. renacimiento)cortesía

Este año, decía, la editorial Renacimiento lo ha recuperado en una suerte de arqueología literaria que pretende, para nuestra felicidad, contar de dónde venimos, de qué tipo de mujeres están hechos nuestros privilegios, cómo el buen periodismo puede cambiar la historia, y cómo de diferente habría sido la vida de generaciones enteras de mujeres del siglo XX si la cruzada de esta periodista pionera, combativa, iconoclasta, hubiera cuajado a la primera. Acabas de leer el libro y piensas, pero ¿cómo fue posible el borrado de esta mujer, de esta visionaria, de esta heroína? ¿Por qué nadie nos habló de ella y de sus hazañas en el instituto, en la facultad de Periodismo? La respuesta, claro, como en casi todo lo sombrío de la historia del siglo XX en España tiene un nombre, Francisco Franco, y una coyuntura, la dictadura que aniquiló culturalmente a millones de españoles.

El libro es una bocanada que cuenta cosas hermosas, a ratos, como las opiniones avanzadísimas de la autora, de intelectuales de la época a favor del divorcio, y otras cosas menos luminosas, como las batallas que tuvo que librar Colombine, sus renuncias, y el panorama social de España a comienzos del siglo XX. “Una semilla de progreso lanzada al viento, pero que en su día germinará. Es indudable que se establecerá entre nosotros como conquista de la civilización”, dijo la periodista sobre el divorcio. Concepción Núñez Rey, doctora en Filología hispánica y experta en De Burgos, es la editora de este libro cargado de futuro, que la escritora compuso con convicción.

Carmen de Burgos tuvo un matrimonio tormentoso, fue una mujer maltratada por su marido, de quien huyó pronto para refugiarse en Madrid con su hija, la única que había sobrevivido de cuatro. Libre y combativa, había llegado de Almería para hacer carrera literaria y periodística en la capital y casi de inmediato lo logró. Tuvo primero columna de asuntos de mujeres, peinados, sombreros, siluetas, fue la primera periodista en plantilla en un periódico, fue después corresponsal de guerra, la primera de hecho, y nada menos que en 1903 fundó en Madrid un “club de matrimonios mal avenidos, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras”, tal y como decía la noticia inserta en el Diario Universal, el 20 de diciembre de aquel año.

En España nunca había existido el divorcio, y nada hacía presentir que el asunto fuera importante para nadie. Pero justo a los pocos días de publicar esta nota, Colombine recibe esta otra firmada con las iniciales, C.V. de P., que dice:

“La idea me parece tan excelente, que siento el impulso de manifestar a usted que ¡por Dios! nos tenga al corriente a sus numerosas lectoras de cuanto se haga respecto al asunto, porque sé de algunas señoras que, con la cabeza muy levantada, irían a formar parte de esa Sociedad, para lograr lo que en otros países ha logrado la mujer, esto es, no verse tiranizada, no ya por un hombre, sino por algo que es peor, por un contrato, que, después de todo, no es otra cosa el matrimonio. […]

Si estas líneas le parecen a usted publicables, ya que hace usted tanto por la mujer, yo le ruego que las publique, pidiendo a las lectoras de estas líneas que expongan su opinión acerca de este asunto, de vital interés para la mujer, y cuente usted, que, si desde este momento no doy mi nombre, es porque estoy temerosa de que por el pronto se me critique; pero como tengo la certeza de que cuando una mujer empiece a exponer ideas relacionadas con esta cuestión han de seguir muchas, aplazo para entonces dar mi nombre”.

La carta se publica, y efectivamente, el aluvión de misivas es inmediato. A partir de ahí, Colombine, a la que apodaron “la divorciadora” no paró de hablar, escribir, pedir, gritar sobre este asunto, espoleada por las cartas, por las opiniones favorables que recibe. Un clamor exige el divorcio del que ya se sabía que gozaban Alemania, Francia, Inglaterra, Austria… Las cartas provocaron un cataclismo en el entorno católico, que entonces lo era todo y a Colombine la envalentonaron. Dispuesta a seguir, pese a los impedimentos, las llamadas al orden, las críticas feroces, la periodista da un paso más: lanza una encuesta (fue también precursora en esa modalidad del periodismo), pide opinión a ilustres y a lectores, interpela a los intelectuales de la generación del 98 (grupo al que debería pertenecer, sin duda, pero donde nunca se la incluyó).

Van llegando las cartas, las respuestas milimétricamente argumentadas, las opiniones airadas de mujeres contrarias y pronto el diario se queda corto. Ahí nace todo lo que recoge este libro, El divorcio en España, del que ella misma cuenta en el prólogo:

“El divorcio es una de las muchas cuestiones sociales que necesitan ser discutidas sin miedo al anathema sit. Quise conocer la opinión de hombres eminentes; y los escritores, los adalides del progreso, acudieron a mi llamamiento de un modo que les debo verdadera gratitud. Menos afortunada fui al tratar de conocer la opinión de los políticos. Sus ideas suelen variar a menudo, y la cuestión del divorcio amenaza con pasar de las columnas del periódico al Parlamento”

Carmen de Burgos 'Colombine', en el centro de negro y con collar, en una conferencia contra la pena de muerte, en el Ateneo de Madrid en 1931. Imagen publicada en la biografía de la escritora realizada por Concepción Núñez en 2005, editada por la Fundación José Manuel Lara.

Le responde Pío Baroja, que ya se había manifestado a favor del divorcio en 1910, junto a sus colegas Azorín y Ramiro de Maeztu, lo siguiente: “Cuando la moral es absurda, el escándalo puede ser una forma de la buena moral. Soy partidario acérrimo de que se implante esa reforma social. Soy partidario de él porque todo lo que sirva para resquebrajar esta costra de leyes, de preceptos, de costumbres, de dogmas intangibles e inmutables que no nos dejan vivir me parece bueno. Soy partidario de él porque creo que hay que afirmar que todo es revocable, que nada es definitivo, que todo puede transformarse y mejorar”.

Le dice Blasco Ibáñez, “soy partidario del divorcio, por lo mismo que creo en el amor y no en el matrimonio. Los seres sanos y fuertes, cuando no se aman, deben decirse adiós, sin pena y su rencor, emprendiendo distintos caminos para rehacer de nuevo su vida”.

A Miguel de Unamuno no le interesa demasiado el asunto, pero si tiene que posicionarse lo hace en contra: “pudiera ser que el divorcio trajese mayores males a la vida social que no esa sujeción de los que se casan a algo superior a ellos y a la familia que forman, creo además que el divorcio es un arma contra la mujer. Como verá, reconoce Unamuno, mis opiniones son de las más atrasadas, de las más aburguesadas, de las menos innovadoras que cabe. Lo reconozco; pero no he conseguido hacerme otras”

El libro está trufado también de peroratas de hombres que desde otras publicaciones le responden con un mansplaining de manual para hacerle ver el sin sentido de la pregunta, o la tragedia que supondría si se consolidara lo que ella plantea. Y luego también encontramos evasivas de políticos, que deciden no responder a una sencilla pregunta: divorcio sí, o divorcio no. Entre otras, la del presidente del Gobierno en ese momento, el conservador Antonio Maura, que le contesta en unas pocas líneas:

“Dadas mis ocupaciones en el cargo que ejerzo y la labor parlamentaria a que me hallo sometido, no puedo tener el gusto de complacerla, por falta absoluta de tiempo, no de deseo. Me reitero de usted afectísimo y seguro servidor”.

Para acabar, y analizando también las variadas y contundentes opiniones de lectores anónimos, Colombine recapitula: “Del examen de este plebiscito resulta una considerable mayoría partidaria del establecimiento del divorcio. Además de lo publicado, hay 1462 votos de lectores favorables al divorcio y solo 320 en contra”. Merece mucho la pena leer su diagnóstico, donde repasa todos los países en los que ya existe, Serbia, Rumania, Bulgaria, Rusia, Inglaterra, Alemania, EE. UU. donde “conceden los divorcios con una facilidad que se acerca al amor libre y en la América latina existe en casi todas las repúblicas con más o menos amplitud”. En Suiza, apunta, desde 1875, en Francia, en Austria, en Holanda… Solo Italia, Portugal y España no tienen establecido el divorcio, aunque consienten el matrimonio civil. “El hecho de que se empiece a discutir entre nosotros la conveniencia del divorcio como una idea nueva demuestra un lamentable atraso”, concluye Colombine.

Hay una mención curiosa en su libro a cuenta de lo que llama el divorcio de las monjas. ¿Por qué las monjas, que se supone que se han casado con un ser supremo, sí tienen el derecho a alejarse de él, a colgar los hábitos, a abandonar la casa de dios, y las mujeres no pueden hacerlo de un simple mortal?, se pregunta. Y también hay un dato sintomático y triste: las opiniones contrarias al divorcio vienen mayoritariamente de mujeres, quizá porque, como dice en la novela ‘Una mujer’, la escritora Sibilla Aleramo, “tantas mujeres concilian el amor por los hijos con la mentira marital…”

La editora de ‘El divorcio en España’, repasa los hitos de la vida de Colombine, y a una le queda claro que fue una mujer fuera de serie. No calló nunca, no abandonó nunca, no se desmarcó, no se desanimó. En 1911, de Burgos pronunció una conferencia en el Sitio de Bilbao donde convirtió la libertad de la mujer en eslabón de “la inmensa cadena que va del salvajismo a la civilización”, y allí y en otros tantos foros se dedicó a defender la coeducación, a descartar la inferioridad fisiológica de la mujer, pero, atención, a admitir la ‘inferioridad derivada de la incultura que se le había impuesto’. Gritó siempre que de la mujer dependía el futuro de los pueblos. Un año antes, en 1910, se afilió al PSOE, intentó durante 10 años que su partido incluyera en el programa las demandas de igualdad de derechos para las mujeres. No lo logró y en 1920 se dio de baja.

En 1921 abanderó la primera manifestación feminista en la calle, y nunca dejó de hablar del divorcio como medida higiénica, de reivindicar la legitimidad de las hijas, la investigación de la paternidad, y la ley eugénica, la educación cívica de los hijos, conceptos absolutamente revolucionarios en aquellos tiempos. Y llegó la República, y la aprobación del divorcio en marzo de 1932. La gran Colombine, esa mujer libre y hambrienta de derechos, de armonía, de libertad, que fue pareja de Ramón Gómez de la Serna, que vivió el desarraigo con su propia hija, que asistió al idilio entre ambos, de de La Serna y su hija María, vivió aquel logro de marzo como un triunfo total. Murió en octubre de ese mismo año, y mejor, porque así no tuvo que ver como en 1939, la feroz dictadura de Franco se llevaba esa ley porque la que ella tanto había batallado, y con ella todos los demás derechos sobre igualdad que la acompañaban.

Los españoles, las españolas, no pudieron volver a divorciarse hasta 1981. Un montón de mujeres de mi generación llegamos a la adolescencia y allí estaba. Había vida más allá del matrimonio y crecer sabiéndolo era un alivio. Cuando me puse a documentarme para el libro que acabo de publicar, Mejor que nunca, sobre las mujeres de la generación nacida en la década de los 60, entre las que me incluyo, me di cuenta de que fuimos una generación pionera también en usar ese derecho de manera masiva.

Nos casamos más tarde y cuando lo hicimos nunca lo sentimos como algo que tenía que ser para siempre, menuda condena. No tenía que ser una decisión meditadísima. Si la cosa funcionaba, bien; de lo contrario, puerta. Como ya había dicho la gran Colombine 120 años atrás cuando planteó aquel plebiscito en las páginas de Diario Universal. Hoy, más de mil personas mayores de 70 años se divorcian cada año en España y casi siempre la iniciativa es de la mujer.

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