El verano de la clase media
Puede que los jóvenes de hoy no gocemos de los privilegios de la generación anterior (apartamento y piscina), pero tenemos muchos planes, como ver series
He reflexionado mucho este verano y he llegado a la conclusión de que soy de clase media. Os pongo en situación: no tengo hipoteca, ni trabajo estable, ni hijos, ni coche, ni siquiera tengo carnet de conducir. Soy todo lo que mis padres querían que fuese… con 16 años.
Es cierto que mi generación no goza de los mismos privilegios que la de antaño, que tenía apartamento en la playa y piscina comunitaria, pero ni falta que hace. La vida son experiencias, el nuevo lujo es el tiempo.
Por su propio proceso evolutivo, una clase social utiliza a su antojo el tiempo de la que está por deb...
He reflexionado mucho este verano y he llegado a la conclusión de que soy de clase media. Os pongo en situación: no tengo hipoteca, ni trabajo estable, ni hijos, ni coche, ni siquiera tengo carnet de conducir. Soy todo lo que mis padres querían que fuese… con 16 años.
Es cierto que mi generación no goza de los mismos privilegios que la de antaño, que tenía apartamento en la playa y piscina comunitaria, pero ni falta que hace. La vida son experiencias, el nuevo lujo es el tiempo.
Por su propio proceso evolutivo, una clase social utiliza a su antojo el tiempo de la que está por debajo. Mi mayor privilegio es ser una ladrona de tiempo. Robo tiempo ajeno. Como lo lees. Por ejemplo, llego tarde a propósito. Solo un poquito, 5 o 10 minutos, lo suficiente para que en esos segundos mi casera sepa quién manda aquí. Me subes el alquiler, OK, pero ese ratito de tu vida que has echado mirando el reloj del móvil y la aplicación de los pasos ya es mío (léase con risa maléfica).
También dejo los wasaps en leído. Hago pausas dramáticas. “¿Has recibido la factura?”. Silencio. Pausa dramática. Escribiendo... Pausa dramática. Escribiendo.... Pausa dramática. Al final contesto: “Sí”. BOOM. Lo he vuelto a hacer.
También me gusta parar autobuses. Al pueblo de mis padres solo puedes ir en interurbano y, en verano, casi todos llevan el aire acondicionado roto. En las horas de más solanera me gusta ir a la parada y esperarlos. Cuando llega uno extiendo la mano y lo paro, a lo Neo en Matrix con las balas, y una vez que se ha detenido finjo que me he confundido y dejo que se vaya. Una genialidad, una excentricidad, una idiotez quizá. Pero yo en ese momento me siento José Luis Moreno entrando en un plató en sus tiempos de gloria. Un montón de personas se congelan y guardan silencio para que el gran José Luis haga su entrada triunfal. Poder, privilegio, estatus. Un autobús entero se ha detenido a capricho mío. Rockefellers en mis manos.
Otra de las cosas que hago cada verano es frecuentar una piscina muy exclusiva, la de mi antigua universidad. Solo puedes entrar si enseñas tu título universitario, aunque vale una copia plastificada para que no se te moje. Es una piscina genial. No pueden entrar niños, salvo los prodigios. Esos que nunca se tirarían a bomba. Todavía hay quien aún cree que estudiar una carrera ya no sirve para nada. ¡Ja! Mírame, en una piscina sin aguadillas.
Por cierto, mi título de periodismo ha envejecido regular, está firmado por el rey emérito y la mariposa de Mask Singer. Tiene ahora más valor en Wallapop que en Linkedin.
No os creáis, tengo muchos más planes de verano. La clase media te ofrece un crisol de ofertas: escaparme un finde al pueblo de una amiga. Ver la segunda temporada de Ted Lasso. Sacarme el teórico. Probar el gofre de tortilla. El documental de Britney Spears. Adoptar una gata y, en dos veranos, ir a por la parejita. La sexta de Lucifer. Montar varias veces en una montaña rusa sin importarme el qué dirán. Los capítulos nuevos de The Morning Show. Grabar un stories desde la montaña rusa y experimentar la gravedad negativa, el air time. Entras en el looping, te despegas de tu asiento y, durante unos segundos, vuelas. Acabar Supernormal.
Pero ser clase media también conlleva una gran responsabilidad, no puedes vivir aislada en tu burbuja de aceite de aguacate y grosella negra. Hay que tener los pies en la tierra. Me gusta ir a la oficina del paro, suelo ir a menudo porque no quiero perder el contacto con la gente de la facultad.
También promuevo los micromecenazgos. Ayudo a mis amigas más desfavorecidas, las que no tienen suscripción premium de Netflix. Comparto con ellas mi contraseña. Sororidad, hermanas. Gracias a las cuentas multidispositivos, las mujeres hemos alcanzado la igualdad de oportunidades para ver la última temporada de Élite.
Y llega el momento de ser sincera. A veces tengo bajones. La clase media también sufre, no os penséis. Sufro de ansiedad crónica, a veces me cuesta respirar. Cuando termino una serie, por ejemplo. Me siento perdida, vacía, estancada. Navego aturdida por el menú de la plataforma. Me resulta barroco, como un tríptico del Greco o el plató de El Hormiguero. Veo, pero no veo nada. Empiezo a rayarme. Quizá la vida es lo que pasa entre serie y serie, y yo no me estoy enterando. Soy un algoritmo predecible y soso que toma decisiones por la inercia de un patrón prediseñado por un sistema que le han diseñado otros. ¿Qué frase de serie me definiría? El lema de Élite: ‘Lo tienen todo, quieren más’. How cute! Otra: ‘Hay personas tan descolgadas de una carrera que creen que van primero’, de Los Soprano. Qué bajonazo. ¡Ay, mira, hay capítulo nuevo de Physical! Me pongo uno y se va el mal rollo. A disfrutar del veranito.
Pilar de Francisco es cómica y guionista. Escribe en ‘Late Motiv’ (Movistar +), colabora en ‘La Ventana’ (Cadena SER) y autoproduce, junto a otras cómicas, el programa de ‘sketches’ ‘Qué grandes son’ (En el canal de YouTube de Phi Beta Lambda).
Descubra las mejores historias del verano en Revista V.