¿Por qué seguimos hablando del futuro del libro?

Hace dos décadas que se viene diciendo que los manuscritos tienen los días contados. Pero el camino de la obsolescencia nunca está claro

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En 2001 mantuve una conversación organizada por la revista Litterae con el profesor Roger Chartier, autoridad mundial en la Historia social de la cultura escrita, sobre el futuro del libro y el libro del futuro. Y 15 años más tarde nos volvimos a reunir, junto con el director de Litterae, el profesor Enrique Villalba, para hablar de nuevo sobre el mismo tema. El contraste de ambas conversaciones resulta muy interesante, pues nuestra vida en digital ha cambi...

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En 2001 mantuve una conversación organizada por la revista Litterae con el profesor Roger Chartier, autoridad mundial en la Historia social de la cultura escrita, sobre el futuro del libro y el libro del futuro. Y 15 años más tarde nos volvimos a reunir, junto con el director de Litterae, el profesor Enrique Villalba, para hablar de nuevo sobre el mismo tema. El contraste de ambas conversaciones resulta muy interesante, pues nuestra vida en digital ha cambiado mucho durante este tiempo y, sin embargo, hay cuestionamientos, como el del futuro del libro, que permanecen casi intactos.

Hay la idea arraigada de que el libro es una máquina perfecta de lectura. Y si ha alcanzado ese nivel de ergonomía y rendimiento no tiene sentido forzar el cambio, buscar su superación. Ese razonamiento, sostenido además por la emoción y apego del lector, es sólido si se trata el libro independientemente, pero el libro está inserto, como cualquier otro objeto, en un ecosistema artificial. Y en este tejido de relaciones entre los objetos, igual que sucede en el ecosistema natural, la supervivencia no depende solo de uno mismo, sino de los cambios en ese entorno de interrelaciones. Hay especies que desaparecen, por bellas y perfectas que hayan conseguido ser, a causa de que el entorno se trastoca por la aparición de otras, de la misma manera que los objetos se hacen obsoletos no por su culpa, sino por lo que afectan a esos artefactos otros recién llegados, aunque puedan parecer muy ajenos.

La obsolescencia es una encrucijada que abre tres caminos. Uno es la extinción del objeto enfermo de obsolescencia; proceso que puede ser muy rápido, casi fulminante —tenemos recientemente casos de aparatos que han desaparecido así—, o agónico. Otra senda lleva a un nicho o reserva en donde, sin desaparecer, queda reducido. Hay una tercera vía por la que se reacciona a la obsolescencia haciendo emerger capacidades que permanecían dormidas por falta de competencia. Como se ve, en esta encrucijada con tres escenarios posibles, seguimos hablando del futuro del libro y del libro del futuro.

Llamamos audiolibros a que la escritura en ese inmenso arenal de ceros y unos que es la Red nos llegue a los oídos”

Enredados en la incertidumbre de la encrucijada no nos damos cuenta de que está sucediendo otro fenómeno que, de percibirlo, resulta fascinante: y es que se está cumpliendo el sueño que ha recorrido durante siglos la cultura escrita. Hemos soñado —y pruebas hay en Goethe, Novalis, Flaubert, Mallarmé…— con un libro-mundo. Mallarmé escribió que el mundo existe para terminar en un bello libro (le monde est fait pour aboutir à un beau livre). Porque el libro no es solo un ingenio para la lectura, sino una máquina de memoria.

Así que el libro-mundo tendría que ser un libro infinito (como el libro de arena que imaginó Borges), y para ello hemos acertado usando los ceros y unos como granos de arena. Un libro infinito no tiene copias, solo reflejos, reverberaciones en el cristal negro, por profundo, de la pantalla (destellos a los que llamamos ebook). Un libro-mundo debe contener todas las manifestaciones sensibles del mundo: imágenes, sonidos, movimientos, volúmenes… De ahí los libros iluminados, los libros esplendorosos por sus imágenes, como los de Athanasius Kircher en el siglo XVII (“Lo que puede representarse en imágenes ha de considerarse resuelto”), los cantorales, los folioscopios, los libros desplegables y los libros móviles que ya utilizó Ramon Llull (s. XIII y XIV); y todos estos esfuerzos de siglos por hacer realidad ese sueño se consuman en la escritura multimedia. Y un libro, aunque sea infinito, tiene que responder como una buena memoria: ágil para las búsquedas y las relaciones y las combinaciones; pues bien, la estructura hipertextual que organiza la Red consigue lo que ha ensayado el artefacto de la rueda de libros de Agostino Ramelli (XVI) o el taller de escritura potencial del grupo Oulipo, por señalar algunas muestras de este empeño con los medios hasta ahora disponibles.

Pero la cultura escrita no ha olvidado nunca sus orígenes en la cultura oral. En el diálogo y en la palabra hablada (maravilla de la evolución natural). Por eso siempre ha habido el gusto por devolver la palabra escrita al aire para ser escuchada. Hoy llamamos audiolibros, podcast, a la posibilidad de que la escritura en ese inmenso arenal de ceros y unos que es la Red nos llegue a los oídos.

Lo que estamos presenciando no es la obsolescencia del libro, sino su plenitud en forma del soñado libro-mundo. La Red es el libro-mundo. Lo que sucede es que cuando los sueños se cumplen no los reconocemos. Pero es más, hay que insistir, ¿y por qué este asombroso caso del libro no lo vemos? Porque como es un libro-mundo nosotros también estamos dentro.

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid.

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