La generación Z encabeza la lucha contra el cambio climático en África
Decenas de jóvenes africanos nacidos en los noventa y dos mil llevan años liderando movimientos multitudinarios y divulgando en sus comunidades sobre los efectos directos de la crisis climática en el continente
La foto se viralizó en cuestión de horas. En el centro, mirada desafiante, Greta Thunberg, y a su lado, otros tres jovencísimos activistas. Serios y con sus tarjetas de identificación colgadas del cuello. Todos blancos. Era enero de 2020 y los cuatro acababan de participar en una conferencia sobre el clima en el Foro de Davos. La imagen era de la agencia de noticias Associated Press y fue tomada después de una manifestación por las calles de la ciudad. Varios medios internacionales la utilizaron para ilustrar sus noticias sobre el encuentro. Pero en la ponencia y marcha posterior, los protagonistas no habían sido cuatro, sino cinco. La quinta era Vanessa Nakate, ugandesa de 24 años y la activista medioambiental africana que más ha destacado en el último lustro. Nakate sí salía en la fotografía, justo en el lateral izquierdo, aunque en la versión difundida no aparecía. La habían recortado.
“¿Por qué me sacasteis de la foto? Yo era parte del grupo”, tuiteó ella. Algunas agencias, como Reuters, confundieron a Nakate con otra activista africana y en la fotografía identificaban con nombre y apellidos a los cuatro jóvenes, pero no a la ugandesa, según relató The Guardian. Nakate decidió grabar un video para reivindicar que ella también estuvo en Davos y que era tan activista climática como el resto. Entre lágrimas, dijo:
“Pienso en la gente de mi país y de todo África, en cómo les afecta el cambio climático, en las personas que he visto morir, perder a sus familias, su sustento, sus casas y todo lo que soñaron. ¿Quién va a poder hablar por ellas, quien les va a ayudar, traer su mensaje? Porque incluso las personas que esperamos que lo difundan, los medios, no lo hacen. Es tan decepcionante. Es la primera vez en mi vida que entiendo la definición de racismo. Y tienen el valor de cortar la foto sin dar una explicación o pedir perdón. ¿Significa eso que no tengo valor como activista climática o que la gente en África no tenemos valor? Somos el continente que menos contribuye a las emisiones de CO₂, pero los más afectados por la crisis climática. Borrar nuestras voces no cambiará nada, borrar nuestras historias no cambiará nada”.
En la noticia original ya no se puede ver la foto sin Nakate. La agencia estadounidense la retiró, pidió disculpas y lo justificó aludiendo a “cuestiones de composición”. Cuando se desató la polémica, Nakate, que ahora tiene 27 años, llevaba ya tiempo luchando contra el cambio climático en su país: huelgas, manifestaciones solitarias frente al parlamento de Uganda, ser la primera representante en África del movimiento Fridays for Future, fundado por Thunberg, o crear del movimiento Rise Up, una plataforma para los defensores climáticos africanos.
Como Nakate ―y muchos inspirados por ella y por las acciones de otros activistas jóvenes― cada vez más personas de diferentes países de África, la mayoría nacidos a finales de los noventa o comienzos de los dos mil, se han convertido en los últimos años en líderes de la lucha ambiental y la voz de sus comunidades, en divulgadores y en impulsores de movimientos regionales que reúnen a decenas de miles de personas. Gran parte de estas acciones pasan desapercibidas en las grandes conferencias y eventos internacionales, pero la generación Z africana está a la vanguardia del activismo climático y exige más visibilidad y representación. En la COP27, celebrada en 2022 en Egipto, fue la primera vez que la juventud africana contó con un pabellón propio, junto a activistas de otras regiones.
Alarma constante
Periodos de sequía muy largos, brutales inundaciones que se repiten a un ritmo nunca visto, lagos y puntos de agua vitales que desaparecen, como el lago Chad, que llegó a ser el sexto más grande del mundo en 1970 y ha perdido el 90% de su superficie, aumento exponencial de las temperaturas, cientos de muertos y cientos de miles de desplazados forzosos, hambrunas, una red de infraestructuras deficiente, inestabilidad económica y política, enumera Johari Gautier Carmona, periodista y escritor franco-español especializado en literatura africana y autor del libro África: cambio climático y resiliencia. Retos y oportunidades ante el calentamiento global (Ediciones UAB, 2022).
“Los 55 países que conforman el continente están ante una situación inaudita, en la que todo ha cambiado y está cambiando. Y ellos no lo dicen ahora. Llevan ya un periodo bastante largo comentándolo, desde los primeros protocolos del clima. En Kioto, en 1997, [los países africanos] ya emitieron mensajes de alarma en los que hablaban del cambio del ciclo del agua o de periodos de sequía mucho más alargados”, cuenta por videollamada Carmona. África, señala, es emisor de menos de un 4% de los gases de efecto invernadero, mientras que Estados Unidos, Europa y China concentran el 53%. “A lo largo de todas las cumbres [climáticas] hemos visto cómo África está en una situación realmente alarmante y sola”.
Sola se ha sentido muchas veces Aqlila Alwy, de 22 años y natural de la ciudad costera de Malindi, en Kenia. “No conocía a nadie en mi vida que fuera activista climático. Comencé a tuitear y publicar en Instagram, no sabía si estaba haciendo bien y tenía muchas dudas. La gente decía que era rara y me preguntaban cosas como: ‘¿Por qué publicas sobre la protección del medio ambiente y los árboles?’ Me dijeron que no debería molestarme y que debería seguir la corriente de las tendencias si quería hacer amigos y encajar”, relata por videollamada.
Su interés, unida a la preocupación, empezó, como con muchos otros, con una visión, un texto, una imagen. En su caso, una publicación en redes. Antes de eso, sabía poco o nada del cambio climático y de sus efectos: “Al crecer, a menudo veía noticias sobre áreas que experimentaban sequías o inundaciones y pensaba que era normal, algo que sucede todos los años”. Poco a poco empezó a informarse, leer, buscar, indagar, aprender. Y, como una bola de nieve, su implicación no paró de crecer. A más aprendía, más se daba cuenta de que la gente de su entorno no sabía lo que era el cambio climático y por qué pasaba lo que pasaba. Decidió que debía hacer algo.
Alwy explica que la situación climática de Kenia es alarmante y ella misma ha experimentado sus efectos. “A medida que los recursos hídricos y alimentarios se hicieron más escasos, tanto los humanos como la vida silvestre se vieron obligados a competir, lo que provocó encuentros peligrosos y mayores tensiones. En algunas zonas, las escuelas tuvieron a cerrar temporalmente para acoger a desplazados, lo que privó a muchos niños de su derecho a la educación. En marzo [de 2024] nos enfrentamos a inundaciones devastadoras, las más mortíferas de la historia reciente. Más de 315 personas perdieron la vida, alrededor de 188 resultaron heridas, 38 desaparecieron y miles fueron desplazadas. Las inundaciones destruyeron viviendas, infraestructuras y tierras de cultivo, dejando a las familias luchando por reconstruir sus vidas. Los medios de vida desaparecieron de la noche a la mañana”, describe.
Habla de caos, de sentir que todo está del revés y que no controlas nada. “El clima se ha vuelto tan impredecible que parece como si la propia naturaleza estuviera desequilibrada”. No tardó en darse cuenta de que lo más difícil era explicar la complejidad de la crisis climática en su entorno más cercano. Gran parte del activismo en África tiene que ver justo con eso, con la sensibilización y la educación ambiental. Alwy empezó organizando limpiezas en la playa donde creció, que abastece a los pescadores de su ciudad y que ya casi no reconoce. La costa está cada vez más invadida de residuos y el mar de plásticos. Al principio se unieron unos pocos vecinos, pero ahora, cada vez que vuelve, la comunidad se ha encargado de mantenerla limpia sin ella. A partir de ahí, comenzó a dar charlas en colegios sobre igualdad, desarrollo sostenible y cómo el cambio climático y sus efectos estaban afectando a su vida, educación y futuro.
Otros activistas, como Leah Namugerwa y Hilda Nakabuye, de 22 y 27 años y ambas de Uganda, han sufrido en su día a día los efectos directos del cambio climático. Nakabuye vive en Kampala, capital del país, y es licenciada en gestión y cambios en las cadenas de suministros. Por las fuertes lluvias y vientos su familia perdió parte de la plantación, y las altas temperaturas fueron las que finalmente terminaron con su única forma de sustento económico, que era la agricultura. “Tuve que faltar a la escuela durante meses porque mis padres ya no podían pagar mis tasas de matrícula, el cambio climático destruyó su fuente de ingresos”, recuerda.
La Organización Meteorlógica Mundial (OMM) recoge en su informe del Estado del clima en África de 2022 que la agricultura es “el pilar de los medios de vida y las economías nacionales de África y sustenta a más del 55% de la fuerza laboral”. Aun así, debido al la crisis cllimática, el crecimiento de lla productividad agrícola “ha disminuido un 34% desde 1961 debido”, la mayor caída en comparación con la que han experimentado otras regiones del mundo.
Con mucho esfuerzo, Nakabuye accedió a la universidad, donde empezó a oír hablar del cambio climático e inició su estudio a fondo. Ahora defiende que todos aquellos que saben sobre la crisis climática deberían hacer algo con ese conocimiento. Ella empezó a manifestarse en 2017, con 20 años, y, junto a Vanessa Nakate, fue una de las activistas que inició el Fridays For Future Uganda, el movimiento juvenil más grande de África Oriental.
“Mis amigos no querían estar en la calle, así que hice mi primera huelga sola frente a la universidad. Me asusté y pensé que tal vez estaba haciendo algo malo. Ahora somos un movimiento de más de 54.000 estudiantes. Tenemos presencia en más de 72 comunidades y hemos realizado muchísimas acciones y proyectos climáticos, y todavía seguimos levantando nuestras voces”, comenta. También creó Climate Striker Diaries, una plataforma en línea para fomentar la conciencia digital sobre el cambio climático.
Su compatriota, Leah Namugerwa, empezó en el activismo a los 14 años y es conocida por liderar campañas de plantación de árboles y por iniciar una petición para prohibir las bolsas de plástico en Uganda. Habló en el Foro Urbano Mundial en 2020 y fue delegada de jóvenes en la COP25. Su cumpleaños número 15 los celebró plantando 200 árbolles y desde entonces lidera el proyecto Árboles de cumpleaños.
Un día, viendo las noticias, apareció una información sobre un corrimiento de tierras que afectó a numerosas poblaciones, murieron varias personas, sus campos quedaron destrozados, el ganado se perdió y los colegios se vinieron abajo. Esa imagen se le quedó grabada. “En ese momento que me di cuenta de que había experimentado exactamente las mismas cosas sobre las que había leído. Había sufrido una inundación de camino a la escuela. Había visto cultivos arrasados por la erosión del suelo. No eran solo datos, eran hechos”.
Su pasión, dice, es contribuir a crear el tipo mundo que quiere ver, pero que comenzar, tan joven, a movilizar y concienciar a su comunidad fue muy difícil. “Al principio fue incómodo, porque uno de los primeros pasos que di como forma de responder al cambio climático fue la huelga. La gente no entendía lo que estaba diciendo, por qué sostenía el cartel todos los viernes en diferentes calles, hablándo sobre este tema que la gente ignora tanto, y para el que el nivel de conciencia sigue siendo muy bajo”, relata.
Financiación escasa
Tanto Nakabuye como Namugerwa consideran que el activismo climático joven en África ha crecido en los últimos años y lo sigue haciendo, pero que enfrenta varios obstáculos. El primero, y que repiten todos los activistas con los que ha hablado este periódico, es el dinero. Según la OMM, los peligros relacionados con el clima se han agravado en las últimas décadas en África, pero “la financiación para la adaptación a ello es “solo una gota en el océano de lo que se necesita”.
Las dos ugandesas lo saben bien. “Como organizaciones juveniles, hay pocas formas para que recibamos financiación. Poco más del 0,99 % de la financiación climática se destina a nosotros. No podemos implementar algunas de las ideas o acciones que queremos debido a la falta de acceso a los fondos. Y también hay un acceso limitado al soporte tecnológico o técnico. Muchas organizaciones juveniles no están registradas, o les resulta difícil registrarse, dado el tipo de trabajo que hacemos o el tipo de entorno en el que operamos”, cuenta Nakabuye.
Jania Ney Yosimbom, en Camerún e involucrada en organizaciones climáticas desde los 14 años, también considera que el mayor desafío que enfrenta como activista joven es la falta de financiación. Estudiante de enfermería y testigo de cómmo las altas temperaturas arrasaron los cultivos de su madre en 2019, cuenta que la falta de apoyo económico también les aleja de las grandes cumbres. El desplazamiento cuesta dinero, las credenciales para asistir, cuesta dinero, el alojamiento cuesta dinero.
“Obtener esas credenciales o registrar una iniciativa liderada por jóvenes es bastante difícil, es un procedimiento largo y costoso, que se suma a la incertidumbre de obtener los resultados deseados. También la falta de colaboración entre las partes interesadas [el gobierno, las organizaciones de la sociedad civil y los donantes] y los activistas locales. Hay mucha disparidad, lo que hace que el progreso sea lento y desafiante”, expone Yosimbom.
El informe de Oxfam Intermón Climate Finance in West Africa (Financiación climática en África occidental, en su traducción al español) de 2022 reveló que la financiación climática “es insuficiente y agrava peligrosamente los niveles de deuda”. “El 62 % de los 13.900 millones de dólares que los donantes declaran haber movilizado entre 2013 y 2019 se ha provisto en forma de préstamos, y, por lo tanto, deberán ser devueltos – muchos de ellos con intereses–, agravando, la crisis de deuda en la que se encuentran ya la mayoría de los países del oeste de África”, señalaba el texto.
Y la ONG Climate Policy Initiative (CPI) alertaba en 2020 de que los países solo habían recibido el 12 % de los 250.000 millones de dólares anuales necesarios para aplicar sus planes climáticos. Para 2050 y como resultado del impacto en la salud del cambio climático, África perderá 2.169 millones de dólares, recoge a su vez el informe Cuantificar el impacto del cambio climático en la salud humana, elaborado en 2024 por el Foro Económico Mundial en colaboración con la consultora Oliver Wyman. “África es más vulnerable a los impactos del cambio climático en la salud que otras regiones, exacerbados por la falta de recursos, infraestructuras inadecuadas y la carencia de equipo médico esencial, lo que complica aún más su capacidad para abordar y adaptarse a los desafíos ambientales”, se expone en el informe.
Otra barrera, señalan Nakabuye y Namugerwa, es el riesgo de ser activista climático en Uganda y en otras regiones. “A muchos activistas en Uganda se les llama antidesarrollo. Eso aumenta los riesgos para los activistas climáticos o defensores de los derechos humanos. Además, tenemos un espacio cívico reprimido en el país, lo que nos dificulta organizar reuniones, huelgas climáticas o manifestaciones”, enumeran.
Divulgación en redes sociales
Gran parte del activismo joven, tanto en los paíes africanos como en otros territorios, se centra en la divulgación en redes sociales. La gran mayoría de activistas tienen perfiles activos en X, Instagram y Facebook, donde graban vídeos, lanzan mensajes e interactúan con otros activistas y comunidades. Pero la manera en la que más impacto creen que genera es con el contacto cercano. Adenike Oladosu, de 28 años y natural de la ciudad de Ogbomosho, al sudoeste de Nigeria, habla de cómo ha cambiado todo su entorno, una de las zonas más verdes de Nigeria. No reconoce lo que ve y no es como cuando era niña. “En mi infancia había más espacios verdes. De hecho, cultivamos en la parte trasera de la casa, pero ahora no hay posibilidad. Cada vez más gente se muda allí, por lo que ya hay casas en lugares donde antes había tierras agrícolas”.
Oladosu, graduada en economía agrícola y fundadora del movimiento Fridays for Future en Nigeria, opina que los jóvenes deben involucrarse en la toma de decisiones y en las políticas ambientales si quieren ser parte del cambio. También que deben saber de lo que hablan y estar informados, porque “si no sabes que un problema existe, difícilmente te vas a comprometer a luchar contra él”. “Si debemos convertirnos en líderes del mañana, tenemos que participar en la toma de decisiones de hoy, de modo que cuando lleguemos a ser líderes, podamos hacerlo mejor que cualquier otro. No queremos ser los que arrastran la crisis climática”, señala con convicción.
Pero ser joven y ser mujer es una dificultad añadida, comenta. “En Nigeria se considera que las mujeres no forman parte de quienes toman las decisiones. Que no participan en todas las acciones que estamos tomando, porque sienten que es responsabilidad de los adultos hombres hacerlo. Desafiar esas normas, romper esas barreras también es hacer que nuestros líderes rindan cuentas”.
Regina Magoke, de 22 años y la ciudad Dar-es-Salam, en Tanzania, coincide con ella. Empezó en el activismo en 2021, testigo de cómo el cambio climático obligaba muchas mujeres de su comunidad a abandonar los estudios. “La distancia entre el hogar y la escuela es muy grande. Debido a las condiciones climáticas y la temporada de lluvias, no tienen un camino claro por donde puedan viajar de casa a la escuela. Entonces deciden simplemente quedarse en casa. Tal vez la gente no vea cómo se relaciona el cambio climático con el abandono de una escuela, pero esa es la consecuencia”, explica.
De los efectos colaterales sobre las mujeres también divulga Dorcas Naishorua, keniata de 24 años, graduada en ingeniería civil y parte de la comunidad masái. Con la crisis climática la vida de las mujeres y las niñas se para y pierden libertades: “Cuando una familia no tiene capital para sostenerse, no les queda otra opción que utilizar a las jóvenes como un activo, intercambiarlas con cualquier hombre rico o alguien que esté dispuesto a darte pasto a cambio de tu chica”. Trabajan con una de 89 niñas y mujeres jóvenes que se han sometido a esta práctica.
Magoke en Tanzania y Naishorua en Kenia, como el resto de activistas consultadas, centran mucha de su labor en dar charlas en colegios o institutos e involucrar a las mujeres de sus regiones en la divulgación y la educación. Y parte de la ola de activismo en África ―todas creen que hay un movimiento en el continente―, tiene que ver con el acceso a la tecnología, a las redes y a poder lanzar el mensaje de forma conjunta más allá de las comunidades y regiones de cada uno. De lo local, que para todos es lo fundamental, a lo global.
Naishorua lo resumen así: “Me alegra ver cómo se reúnen los jóvenes de diferentes partes, celebrando eventos, cumbres, conferencias. Solo para que la gente entienda y haga oír sus voces, nuestras voces. Muchos de nosotros somos anónimos, pero de una forma u otra, cuando sumas el esfuerzo, puedes ver que hay un movimiento global de jóvenes por el clima”.
Tendencias es un nuevo proyecto de EL PAÍS, con el que el diario aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro que afronta nuestra sociedad. La iniciativa está patrocinada por Abertis, Enagás, EY, Iberdrola, Iberia, OEI, Redeia, Santander, Telefónica y el partner estratégico Oliver Wyman.
Puedes apuntarte aquí para recibir la newsletter semanal de EL PAÍS Tendencias, todos los martes de la mano del periodista Javier Sampedro.