DIARIO DE CAMPAÑA

Sánchez “pierde” el debate perfecto

El antagonismo a Vox era un gran recurso movilizador en la pugna de bien contra el mal

Un empleado fija un cartel de Pedro Sánchez en la localidad asturiana de Viella.MIGUEL RIOPA (AFP)

El acontecimiento informativo no siempre coincide con el escrúpulo electoral. Es la diferencia entre la campaña electoral oficiosa —llevamos cinco años— y la campaña oficial —llevamos seis días—, de forma que la recta final hacia las urnas extrema el rigor sobre los fenómenos desequilibrantes. Por eso un debate de máximo interés periodístico —Sánchez y Abascal en la misma mesa de Casado, Rivera e Iglesias— ...

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El acontecimiento informativo no siempre coincide con el escrúpulo electoral. Es la diferencia entre la campaña electoral oficiosa —llevamos cinco años— y la campaña oficial —llevamos seis días—, de forma que la recta final hacia las urnas extrema el rigor sobre los fenómenos desequilibrantes. Por eso un debate de máximo interés periodístico —Sánchez y Abascal en la misma mesa de Casado, Rivera e Iglesias— discrepa con el criterio de la Junta Electoral Central y otorga la razón al recurso de los partidos nacionalistas, no ya irritados por su discriminación en el espacio televisivo, sino contrariados por haberse reclutado a un partido fantasma: Vox.

Fantasma quiere decir que el movimiento de Santiago Abascal carece de pedigrí y de representación concreta. Vox constituye un acontecimiento demoscópico, informativo, sociológico, pero no ha alcanzado todavía el umbral de la homologación parlamentaria. Es la razón que lo excluía del debate fallido de TVE y el motivo por el que la fórmula restrictiva de cuatro partidos sirvió a Pedro Sánchez de excusa providencial o de coartada perfecta para quitarse del medio.

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Resultó llamativa la “espantá” del presidente del Gobierno. No solo porque las obligaciones institucionales hacia la televisión pública debían haber alentado una participación responsable, sino porque el líder socialista sí aceptó la propuesta de debatir en Atresmedia.

Le convenía la presencia estrafalaria de Santiago Abascal en la mesa de póker. Le interesaba exponer delante de los espectadores la amalgama de la alianza trifálica, tricéfala y tricornia. Le beneficiaba ofrecerse como alternativa de prudencia a la amenaza de los “tres temores”. Así los clasificó el pasado domingo. Y así quería canonizarlos el 23 de abril en Atresmedia.

Sánchez ha compuesto una campaña de sesgo marianista. Plasma. Fervor endogámico. Entrevistas sin peligro. No expone. No arriesga. Rechazó el mano a mano de Casado. Eludió el debate a cuatro. Y concibió la fórmula de los cinco como el mejor atajo para escenificar el planteamiento implícito de su caravana mormona: el bien contra el mal, el orden contra el caos.

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La mayor proeza de Pedro Sánchez no es haberse instalado en el centro, sino haberlo colocado en el centro la vehemencia y la radicalidad de sus adversarios. Pablo Casado se ha incendiado a sí mismo con la frivolidad de las menciones a ETA, mientras que el sueño húmedo de Rivera consiste en exponer en banderolas y fachadas el grupo de Whattsapp que hubiera extorsionado Villarejo: el compadreo de Sánchez con Otegi, la servidumbre a Torra, el apocalipsis soberanista, la conspiración del PSOE para acabar con la unidad de España.

No habrá debate a cinco. Y Sánchez ha terminado anteponiendo el pudor institucional al acuerdo previo con Atresmedia. Por eso debatirá finalmente con Casado, Rivera e Iglesias en el plató de TVE, pero sin el recurso de la foto de Colón.  El encontronazo con Abascal era perfecto. Un antagonismo capaz de movilizar a la izquierda y de incitar a Vox en la demolición de la derecha.

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