FELIPE GONZÁLEZ (DICIEMBRE 1982 – MAYO 1996)

Azaña, González y el siglo XX

El periodo más largo en el que un único partido ha logrado gobernar propició tres importantes cambios estructurales: la normalidad democrática, el Estado de bienestar y la integración internacional

Felipe González.Archivo

Con la distancia que proporciona el tiempo se puede defender que los presidentes de Gobierno Manuel Azaña y Felipe González, con sus luces y sus sombras, fueron los mejores políticos españoles del siglo XX. Los historiadores trazarán analogías muy fecundas sobre sus sendos procesos modernizadores de nuestro país, y también semejanzas en las campañas con las que algunos de sus oponentes ideológicos intentaron destruir sus legados.

En el año 19...

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Con la distancia que proporciona el tiempo se puede defender que los presidentes de Gobierno Manuel Azaña y Felipe González, con sus luces y sus sombras, fueron los mejores políticos españoles del siglo XX. Los historiadores trazarán analogías muy fecundas sobre sus sendos procesos modernizadores de nuestro país, y también semejanzas en las campañas con las que algunos de sus oponentes ideológicos intentaron destruir sus legados.

En el año 1995, Juan Pablo Fusi hizo una reflexión sobre los ataques que sufrió el presidente Azaña. En ningún momento establecía comparación entre los años treinta y lo que estaba sucediendo en ese momento, pero podían colegirse con facilidad. La prueba es que ese artículo de Fusi, que no había sido hecho público, se repartió en el Consejo de Ministros socialista para conocimiento de sus participantes. A partir de los sucesos de Casas Viejas de enero de 1933 (guardias civiles y de asalto fusilaron a 14 campesinos e incendiaron una casa en la que se habían refugiado, en el curso de una sublevación anarquista) se inició una campaña de prensa contra Azaña (“carnicero”, “criminal”...) que hirió de muerte a su Gobierno y a él mismo. Fue una de las iniciativas propagandísticas que buscaban la destrucción personal de Azaña y, con ella, la liquidación de lo que significaba: la política de la coalición republicano-socialista al servicio de la reforma democrática de España. Se podrían fijar similitudes con la “estrategia de la crispación” que asoló la vida política española en los primeros años noventa cuando, a pesar de una mezcla letal de crisis económica y casos de corrupción (los primeros de una larga serie que todavía no ha acabado), parecía imposible desalojar del poder por las urnas a Felipe González y a sus equipos socialistas.

Felipe González es aplaudido en las Cortes por Alfonso Guerra y otros miembros del PSOE, tras ser proclamado oficialmente presidente del Gobierno en la sesión de investidura en el Congreso en diciembre del 82.Marisa Flórez

También el paso del tiempo permite hacer un balance bastante completo de lo que significó la acción de gobierno del socialismo desde 1982 hasta 1996, el periodo más largo durante el que una única formación política ha logrado gobernar en el seno de la democracia contemporánea española. Hay coincidencia general en tres cambios estructurales que mutaron para siempre a nuestro país.

Felipe González llegó a La Moncloa poco después de un gigantesco trauma para los españoles: el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, el último de una larga serie que da protagonismo a los espadones en la Historia de España. Pocas semanas después de que un “grupo de jóvenes nacionalistas” (definición de The New York Times) llegase al poder, y tras el asesinato por parte de ETA del general jefe de la División Acorazada Brunete, Felipe González y su ministro de Defensa Narcís Serra acuden a una misa en la sede de tal División. Es su primera fotografía pública como presidente de Gobierno y, como tal, se convierte en un símbolo. Pocos días después, Felipe se reúne con un grupo de intelectuales y periodistas y les pide su opinión de la coyuntura. Uno de ellos le responde que lo más importante es llegar a las próximas elecciones. Resistir, pese a contar con una mayoría absoluta de 202 diputados, la más grande lograda por ningún partido político hasta hoy. El primer elemento de cualquier balance de la era socialista es la estabilidad democrática. La normalidad democrática. Sólo por la misma merece la pena todo. Únicamente los que no conocieron la dureza y el miserabilismo de la dictadura franquista y la secuencia de golpes de Estado durante los siglos XIX y XX pueden construir correlaciones abusivas entre aquel tiempo y éste.

Esos 14 años situaron a España en el contexto de las naciones desarrolladas
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La segunda característica afecta a las condiciones de vida de los ciudadanos. Los socialistas pusieron en pie un Estado de bienestar, sostenido con el pago de impuestos, que estaba presente en el resto de los países europeos desde hacía varias décadas, pero que aquí no se había practicado: la universalidad de la sanidad, las pensiones y la educación pública, el establecimiento del seguro de desempleo, la socialización de la negociación colectiva y, más tarde, ya con Rodríguez Zapatero de presidente de Gobierno, el que se denominó “el cuarto pilar” del welfare: la ley de la dependencia. Los grandes avances en materia social se han dado con los socialistas en el poder. El sistema de protección social como seña de identidad de la democracia.

Por último, pero no menos importante, la ruptura con el aislamiento internacional. Esos 14 años situaron a España en el contexto de las naciones desarrolladas. Primero, mediante una acción muy polémica y contradictoria. el referéndum sobre la permanencia en la OTAN tras una gran contorsión socialista (cambio de opinión desde el “OTAN, de entrada no” a la permanencia en sus estructuras) que dividió al país en dos pedazos. El nuevo tratado con EEUU, la conferencia de paz árabe-israelí celebrada en Madrid y, sobre todo, el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Fueron tiempos en los que se pasó de una ausencia de nuestro país de las estructuras multilaterales a un surplus en su influencia y significación, desproporcionado en relación a la importancia real de España en el mundo.

El presidente del Gobierno, Felipe González, visita las instalaciones de la División Acorazada Brunete, en diciembre del 82.Marisa Flórez

En el año 1979, antes de llegar al poder, el PSOE celebró su 28 Congreso en el que abandonó el marxismo. El partido hizo su particular Bad Godesberg hacia la socialdemocracia. Coincidiendo con ello, Felipe González mantuvo una larga conversación con Fernando Claudín (fue su primera aproximación al grupo formado por el propio Claudín, Jorge Semprún y Javier Pradera), publicada en la revista Zona Abierta. Es oportuno recuperar algunas de estas reflexiones 36 años después, a la luz de lo que acontece hoy en el PSOE. Preguntado sobre la posibilidad de que el partido estuviese preparado para gobernar, Felipe planea dos necesidades: que sea efectivamente una alternativa de cambio y que se convierta en un referente tranquilizador para la sociedad, trascendiendo las fronteras de la propia formación.

Ni la distancia entre la realidad y las enormes expectativas generadas por los socialistas, que por primera vez en la historia de España gobernaban solos, sin coaliciones; ni las enormes dificultades políticas, económicas e institucionales actuales deben servir de coartada para relativizar lo obtenido en aquellos años en los que la modernización y el avance de un país (en el que no existían los teléfonos móviles y había una sola televisión) suponían, como dijo Felipe González, “que España funcione” y superar “la acumulación ideológica de la clandestinidad”.

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