Periodistas rodeados de muertos
Quince reporteros han perdido la vida en Gaza en solo 10 días. A veces me pregunto qué hacemos arriesgando la piel por el afán de ser testigos, de denunciar y de narrar realidades que la mayoría voluntariamente ignora
Si bien no considero que mi propia vida haya estado nunca en peligro, me atrevería a decir que llevo años rodeada de duelos, de ausencias. Rodeada de muertos. El pasado 28 de enero recibí un correo de una desconocida. Sin dilaciones me informaba de la súbita muerte de su hermano, a quien decía no haber visto en años, y me agradecía el haberle fotografiado. “Estuvo un día fuera de la cárcel y falleció de forma repentina mientras dormía”, me explicaba en inglés. Tan solo el asunto del mensaje contenía su nombre: Isaiah Joseph Tarin.
Por un momento dudé conocer a ningún Isaiah y lo primero que hice fue acudir a Google. Mi mente retrocedió de golpe a un verano de 2017, en Los Ángeles, donde durante meses entrevisté a expandilleros de diferentes bandas. Tras años al calor y la furia de las calles, muchos de ellos intentaban entonces iniciar una nueva vida de la mano del párroco Gregory Boyle, fundador de una revolucionaria panadería-restaurante en la que todos, desde los cocineros hasta los camareros, eran expandilleros. En Homeboy Industries (algo así como Industrias Pandilleros) también recibían formación ocupacional, terapia y aprendían a fortalecer su amor propio o a controlar sentimientos de ira. Isaiah era uno de esos chicos curtidos con los que hablé durante horas. Muy joven y muy sonriente, en uno de sus pómulos lucía tatuados tres nombres, creo recordar que de sus exnovias: Kaelyn, Chelsea, Monique.
Lo cierto es que algo que casi nadie te dice a tiempo, cuando trabajas como reportero en algún país extranjero, es el goteo viscoso de personas que vas cargando a ambos costados. Personas que son tus fuentes allí donde la prensa y el derecho a la información son virulentamente vapuleados, pero también compañeros periodistas que llegaron allí donde no eran bienvenidos y a quienes no dejaron regresar a casa. Personas como María Hernández Matas, cooperante de Médicos Sin Fronteras (MSF) asesinada junto a otros dos compañeros (Tedros Gebremariam y Yohannes Halefom Reda) en junio de 2021 durante la guerra de Tigray (Etiopía). Unos tres meses antes, Hernández me había narrado de primera mano cómo tropas militares habían tomado y saqueado el 70% de los centros de salud y hospitales de la región, y descrito también la situación de desesperación que vivía la población civil en Tigray. En octubre de 2021, una compañera de MSF me pidió por correo electrónico compartir con ellos la grabación de la entrevista: tan solo querían escuchar la voz de María.
Igual de doloroso, y en mi experiencia más frecuente, es el asesinato de compañeros periodistas. Cuando en abril de 2021 un grupo yihadista mató en una emboscada en Burkina Faso a David Beriáin y a Roberto Fraile, quienes estábamos afincados en el África subsahariana recibimos algún mensaje nervioso: “¿Estás? Hola” Se sabía que algo malo había pasado. Se sabía que los muertos eran periodistas españoles.
De nuevo, no considero que mi vida haya estado nunca en verdadero peligro. Pero no puedo dejar de acordarme, cuando vivía en Jerusalén en 2018, de la muerte por heridas de fuego israelí del videógrafo palestino Yaser Murtaja en la Franja de Gaza. O del asesinato impune de la corresponsal estrella de Al Jazeera, Shireen Akleh, también por metralla israelí en mayo de 2022. No puedo dejar de pensar en los 15 periodistas (11 palestinos, tres israelíes y un libanés, según datos CPJ, el Comité para la Protección de los Periodistas) asesinados en tan solo 10 días, desde que el grupo islamista Hamás perpetrara un repulsivo ataque contra civiles en Israel, y este país golpeara Gaza con más fuerza, y con más vidas inocentes segadas.
A veces me pregunto qué hacemos —o más bien qué hacen ellos — arriesgando su piel por ese afán tan nuestro de ser testigos, de denunciar, de narrar con hechos e imágenes realidades que la mayoría voluntariamente ignora. En la ya mediáticamente casi olvidada guerra de Ucrania, al menos otros 15 reporteros han sido asesinados, según CPJ. Y vuelvo a usar el verbo “asesinar” porque el lenguaje lo es todo, y más cuando hablamos de crímenes de guerra.
De acuerdo con el Índice Mundial de la Libertad de Prensa 2023, en siete de cada 10 países a nivel global las condiciones para el ejercicio del periodismo son adversas, con Corea del Norte, China y Vietnam a la cabeza. El informe también advierte de un creciente rechazo hacia los periodistas en las redes sociales e internet, y de los peligros de una cada vez mayor desinformación, tal y como estamos presenciando a tiempo real en Israel y Gaza, con consecuencias fatídicas.
Por todo ello me atrevo a decir que llevo años rodeada de muertos. Abrigada por el recuerdo de personas complejas a las que, en esas vidas pasadas que siempre regresan, tuve el privilegio de entrevistar y por los rostros de reporteros indómitos —muchos de ellos locales, mal pagados y ensombrecidos— a quienes en una especie de nana o de mantra les diría en bucle: gracias, gracias, gracias. Vuestro trabajo no fue en vano.
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