Las muertes invisibles del conflicto en Etiopía
El coordinador de la unidad de pediatría del hospital rural en Gambo cuenta cómo la guerra en el país africano aumenta la mortalidad materna ante “un estremecedor silencio internacional”
Talile acaba de dar a luz en el hospital rural de Gambo, al sur de Etiopía. Una nueva vida llora llenando de aire sus pulmones. Sin embargo, la recién estrenada madre no puede escucharlo, se encuentra con la conciencia perdida en algún lugar entre este mundo y el más allá. Después del alumbramiento, el útero debe contraerse, pero en el caso de Talile, un fragmento de placenta ha quedado retenido y el órgano que albergaba el feto ha quedado sin fuerza para contraerse.
Las sábanas de aspecto blanquecino se tiñen de rojo. El útero de Talile sangra sin parar, generando una hemorragia posparto por atonía uterina que amenaza su vida. Las hemorragias durante y después del alumbramiento son las principales causantes del fallecimiento de las madres.
Inyectamos medicación para contraer el útero de Talile y parar el sangrado, pero el resultado no es satisfactorio, no lo conseguimos. Y realizamos la técnica de la compresión manual, que asusta nada más verla: consiste en introducir el brazo por la vagina hasta llegar al cuello uterino y comprimir el útero con el puño, mientras con la otra mano presionamos desde fuera por encima de la barriga.
En tiempos de guerra, la sangre es reservada para los militares, provocando una escasez de reservas en los hospitales de todo el país
Talile necesita una transfusión urgente, pero el banco de sangre del hospital de Gambo se encuentra vacío. Contactamos por teléfono con los hospitales más próximos con la certeza de poder encontrar una bolsa de hematíes. Sin embargo, me quedo estupefacto cuando nos indican, uno tras otro, que sus neveras están también sin existencias. Pregunto cuál es el motivo de dicha carencia sin precedentes: la guerra.
Las ya escasas reservas habituales son ahora priorizadas para los militares. Estoy presenciando la sombra alargada de la guerra. Mujeres como Talilu están siendo privadas de la transfusión que les salvaría la vida. Dentro de mí arde la indignación, la rabia. La guerra, siempre injustificada, se ceba una vez más con las más vulnerables: las embarazadas.
Persiste el conflicto bélico en Etiopía, en la región norteña de Tigray. A pesar de la dificultad de obtener información, puedo leer acerca del aumento de desplazados internos y de refugiados que se marchan a los países vecinos, en especial Sudán. También leo que se incrementa la desnutrición y que el acceso a la ayuda humanitaria es cada vez más difícil, como ha sido denunciado por organizaciones internacionales. Niños soldados combaten en el frente. Las mujeres violadas. Sin embargo, no he encontrado en ningún medio noticias sobre la escasez de bolsas de sangre.
Ahora, en tiempos de guerra, la sangre es reservada para los militares, provocando una falta de reservas en los hospitales de todo el país. Las embarazadas son también, así, víctimas de la guerra. Sufren y mueren en silencio, sin que nadie se acuerde de ellas. Valgan estas palabras que escribo desde Gambo para recordarlas, reconocerlas y actuar.
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