Un millón de lápices al mes sin talar un solo árbol: la hazaña sostenible de dos hermanos en Kenia
MOMO Pencil, creada hace cinco años en el país africano, usa periódicos en lugar de madera en su proceso de fabricación. La empresa multiplica sus ventas y ha lanzado proyectos educativos y medioambientales para reducir la deforestación
Después de 25 años, Mahamud Omari dejó su trabajo de publicista en Tanzania y regresó a Kenia para poner en marcha su empresa. Tenía varios proyectos en mente, pero dudaba sobre la rentabilidad de varios de ellos. Un amigo, que finalmente se convirtió en inversor, le propuso fabricar lápices con periódicos reciclados. A Mahamud le gustó la idea y decidió embarcarse en el proyecto. Su hermano Rashid Omar, experto en logística que trabajaba en el puerto costero de Mombasa, decidió unirse a la aventura y juntos crearon MOMO Pencils, que ya ha cumplido cinco años. Mahamud es su director general y Rashid es el responsable de operaciones.
“Era una idea novedosa. No estábamos seguros de que fuera posible, pero después de investigar, llegamos a la conclusión de que sí podía serlo. Los periódicos como materia prima son fáciles de conseguir y baratos en Kenia y los lápices son algo cotidiano, y los niños siempre van a usarlos”, relata Mahamud Omari.
Mientras investigaban cómo concretar el negocio, vieron que había una pega tecnológica: para encontrar la maquinaria adecuada para su proyecto tendrían que ir a China, donde ya habían identificado una empresa. Viajaron hasta el país asiático, donde también recibieron la formación técnica necesaria, y, tras su retorno a Kenia, compraron un terreno en el condado de Machakos, construyeron su propia fábrica y comenzaron a producir.
Rashid Omar recuerda sonriente que, cuando la empresa comenzaba su andadura, producían 10 lápices perfectos al día. Cinco años después, la situación es muy diferente. MOMO Pencil da trabajo a unas 50 personas, la mayoría mujeres y jóvenes de la localidad, y su producción se ha multiplicado.
“Fabricamos hasta un millón de lápices al mes. Tenemos dos máquinas que pueden producir 40.000 lápices al día”, afirma Mahamud Omari. En la página web de la empresa se promociona que la capacidad de producción puede llegar a tres millones de unidades al mes.
Los dos hermanos explican que más allá de fabricar lápices, quieren ser motores de un cambio. Han plantado miles de árboles (7.000 en dos años, según datos de su página web) y han impulsado la campaña Hope for Literacy (Esperanza para la alfabetización), mediante la cual darán lápices a un millón de escolares de familias de escasos recursos.
Se pueden fabricar una media de 170.000 lápices con cada árbol talado y la ONU calcula que cada año se talan 8 millones de árboles para fabricar lápices. “La diferencia entre un lápiz normal y un lápiz Momo es que nosotros usamos periódicos en lugar de madera. En segundo lugar, si nos fijamos en la calidad, nuestros lápices son duraderos y resistentes. Y, en tercer lugar, es un producto fabricado en Kenia, que es una de las cosas que se supone que debe hacer que los kenianos se sientan orgullosos de lo que hacen”, resume Mahamud Omari.
El obstáculo del precio
Rashid Omari explica que para transformar un periódico en un lápiz, la primera fase es cortar. Una página doble de periódico se corta en hojas de acuerdo con las medidas estándar descritas por la Oficina de Normas de Kenia (KEBS). Las páginas de los periódicos kenianos son pequeñas y de ellas se pueden sacar tres hojas; sin embargo, cuando utilizan periódicos de Asia o Europa, pueden obtener cuatro e incluso seis hojas. Una vez cortadas las hojas, la segunda fase es el enrollado y prensado. Se coloca grafito entre cada hoja y se pegan con cola.
“Después de enrollar las hojas, las ponemos al sol a secar. Se tarda entre tres y cinco días en obtener un producto acabado”, explica Rashid y añade que el secado puede llevar más tiempo dependiendo del tiempo que haga. Después de estar fuera secándose durante días, acumulan mucho polvo, y por eso la siguiente fase, que es el pulido, es tan importante. “Utilizamos papel de lija y lo hacemos manualmente”, prosigue Rashid Omari. “Después del pulido, pasamos a la siguiente fase en la que cortamos los bordes para reducirlos al tamaño normal que sale al mercado”.
Después, el lápiz cortado por los bordes se recubre manualmente con una película plástica, que puede ser estándar o personalizada, si los clientes así lo desean, tarea que realiza un diseñador.
Posteriormente, los lápices recubiertos se introducen en otra máquina que une firmemente esta película plástica al lápiz, y después llega la última fase, el afilado, que se hace manualmente con un sacapuntas ordinario. El lápiz está listo para su uso y se empaqueta para ser comercializado.
Aunque MOMO Pencils es la única empresa de Kenia que se dedica a esto, su director general reconoce que ha sido difícil introducirse en el mercado local sobre todo por el precio. Una docena de lápices de madera cuestan entre 200 y 500 chelines kenianos (1,49 y 3,7 euros) y los fabricados por MOMO Pencil, entre 480 y 780 chelines (3.5 y 5,8 euros).
En el otro lado de la balanza, las ventas por internet sí han aumentado su volumen de negocios y no dejan de crecer. “Nuestra visión es cristalina: no aspiramos a robarle nada al medioambiente, sino a devolvérselo, en abundancia”, insisten los fundadores en su página web.