Pozos romanos de hace 2000 años convertidos en salvavidas en una Siria asolada por la guerra y la falta de agua
Los agricultores recurren a estos depósitos antiguos para almacenar la lluvia con motivo de la crisis hídrica que sufre esta parte del país, agravada por los años de conflicto y el terremoto de 2023
En algunas zonas rurales del norte de Siria, pozos romanos construidos hace 2000 años son más que vestigios de una antigua civilización y se han convertido en medios de supervivencia en un país asolado y empobrecido por la guerra, donde la crisis hídrica castiga con dureza a la población. Decenas de familias dependen hoy de estas reservas de agua para el consumo y para regar los campos, la principal actividad para proporcionar sustento a los suyos. Además de los más de 13 años de guerra, el impacto del terremoto de 2023 en las infraestructuras y los recursos naturales, la escasez de lluvias, el agotamiento de las aguas subterráneas y la contaminación explican la falta de agua en esta región.
“Los altos precios del agua y la dificultad de acceder a ella han llevado a los residentes a depender de los pozos romanos, donde se acumula el agua de lluvia durante la estación invernal”, explica Ahmed Abdul Ghaani, jefe del consejo local del pueblo de Sardin, en la zona rural al norte de Idlib.
Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, antes de que estallara la guerra en 2010, 98% de la población urbana y 92% de los habitantes de áreas rurales tenía acceso a agua limpia. Actualmente, más del 50% de la población del noroeste de Siria carece de acceso a agua corriente y depende de fuentes alternativas, como el agua transportada en camiones, para la mayoría demasiado cara, o de estos pozos.
Las antiguas construcciones y la ampliación de embalses de aguas superficiales son para familias como la de Ghaani, su salvavidas durante el verano, cuando la demanda aumenta y los precios se disparan. Este año, por ejemplo, el precio de un cargamento de agua de 30 barriles ha subido a 10 dólares (9,3 euros), frente a los seis dólares del año anterior.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) apoyó la reconstrucción de 36 de estos pozos romanos entre 2007 y 2011, con apoyo internacional, por ejemplo fondos de la cooperación española y japonesa.
En el caso de los pozos, excavados por los romanos en las rocas, muchos fueron descubiertos por casualidad o gracias a los esfuerzos de búsqueda de los arqueólogos y los residentes que los han rehabilitado, limpiado y aislado. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) apoyó la reconstrucción de 36 de estos pozos romanos entre 2007 y 2011, con apoyo internacional, por ejemplo fondos de la cooperación española y japonesa, informó a este diario un portavoz del PNUD en Siria.
“Se prepararon para que pudieran contener hasta 150 metros cúbicos de agua cada uno, dependiendo de la recogida de agua de lluvia. El proyecto ha beneficiado a unas 2.000 familias. Los pozos siguen funcionando, proporcionando acceso a agua potable y cubriendo las necesidades del ganado”, agregaron estas fuentes.
Crisis agravada por la sequía
La ONU subraya que, aunque la escasez de agua ha afectado históricamente al norte de Siria, la crisis actual se ha visto probablemente agravada por la sequía relacionada con el calentamiento global. La disminución de las precipitaciones en los últimos tres años explica que se registren los niveles más bajos de agua subterránea de los últimos 20 años y que el caudal del Éufrates registre un mínimo histórico.
“En esta zona hay 10 depósitos de la época romana, que han sido ampliados por los residentes y se utilizan para dar de beber al ganado y regar los cultivos”, afirma Abdul Ghaani Othman, jefe del consejo local de Balyoun, en la región de Jabal al Zawiyah, en la campiña de Idlib. El responsable explica este elevado número por la falta de manantiales y la dependencia del agua procedente de las lluvias.
Jaber al Hassan, un agricultor de 41 años de Balyoun, confirma que estos pozos antiguos, que le permiten regar sin arruinarse, son los mejores porque están construidos sobre una base rocosa que impide las pérdidas de agua y “los sedimentos que se acumulan en el fondo también reducen la filtración al subsuelo”.
“Recibimos buenas cantidades de agua de lluvia y nieve todos los años, que se acumulan en los depósitos. Luego la cargamos en coches y cisternas y la utilizamos para regar. Esto nos proporciona una reserva hídrica suficiente para llegar hasta finales de año, lo que contribuye a aumentar los beneficios y reducir los costes”, cuenta este hombre, que explica que el número de pozos romanos en el pueblo era muy superior, pero algunos han desaparecido.
Por otra parte, la inestabilidad política de Idlib, localidad controlada por la oposición, no ayuda a que los servicios básicos funcionen correctamente, opina Waleed Arfat, ingeniero agrónomo de 33 años residente en la ciudad. “El régimen sirio y sus aliados han lanzado numerosas operaciones militares, que han desencadenado oleadas de desplazamientos desde las zonas rurales hacia Idlib”, explica. Y este aumento de la densidad de población ha multiplicado la demanda de agua.
El uso de aguas residuales para regar los cultivos y de agua de procedencia poco segura para el consumo causó en septiembre de 2022 el primer brote de cólera en el país desde 2009, lo cual encendió las luces de alarma.
Según datos de mayo publicados por la ONU, la población de las zonas controladas por la oposición en el noroeste de Siria (la provincia de Idlib, su entorno rural y las campiñas del norte y oeste de Alepo) supera los 5,1 millones, aunque organismos de estadística locales apuntan que se acerca a los seis millones, frente a los 4,2 millones de finales de 2020.
Según Arfat, “la escasez de agua es uno de los principales problemas a los que se enfrentan los sirios y la contaminación es cada vez más frecuentes por culpa del deteriorado sistema de alcantarillado”, agrega. El uso de aguas residuales para regar los cultivos y de agua de procedencia poco segura para el consumo causó en septiembre de 2022 el primer brote de cólera en el país desde 2009, lo cual encendió las luces de alarma.
“El brote de cólera era casi inevitable”, según la ONU. La guerra, una economía deteriorada y la sequía “han hecho que la población, y sus hijos, tengan menos alimentos seguros para comer o agua para beber”. “Pero el cólera no es la única consecuencia de una crisis crónica del agua. Todos los aspectos de la vida siria se ven afectados”, avisa la ONU.
En su informe de mayo, la ONU alerta de la bajísima respuesta que ha recibido el plan de ayuda humanitaria para el noroeste de Siria en 2024. De los 4.000 millones de euros que se necesitan para frenar el hambre, la sed y dar un mínimo de seguridad a cuatro millones de personas que necesitan asistencia, se han recolectado solo 220 millones de enero a mayo. En esta región del país, además, la guerra está más inacabada que en el resto del país. En los primeros cuatro meses del año y según la ONU, 11 civiles murieron y otros 60, entre ellos 24 niños, resultaron heridos.
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