Mira Sidawi, cineasta: “Hay muchas formas de ser palestino, pero todas son complicadas, hoy más que nunca”
La artista, nacida en un campo de refugiados de Líbano, describe el miedo y el trauma que la guerra en Gaza crea entre la diáspora, y reflexiona sobre el poder del cine como arma de “resistencia” y como herramienta para otorgar dignidad
En los ojos llorosos y en el nervioso movimiento de manos de Mira Sidawi (Líbano, 39 años) cuando habla de lo que significa para ella ser palestina se adivinan una desazón y una urgencia profundas. También una rabia no elegida, la misma que sintió su padre cuando huyó en 1948 de Sheij Danun, un pueblo cercano a Acre (hoy en el norte de Israel), un sentimiento que esta cineasta aspira a transformar en un instante de belleza en sus películas.
“El arte es mi única arma de resistencia”, afirma, en una entrevista con este diario a su paso por Madrid esta semana, invitada por la Asociación de Mujeres Cineastas (CIMA). Su visita coincide con el 76º aniversario del inicio de la Nakba, la “catástrofe” en árabe, término usado para recordar la expulsión de más de 700.000 palestinos tras la creación del Estado de Israel. También con una intensificación de los ataques israelíes al sur de la Franja de Gaza y un nuevo desplazamiento masivo de personas hacia lugares más seguros. “Ahora mismo, mientras nosotras hablamos, hay mujeres y niños muriendo bajo las bombas. Gente que no conozco, pero que son palestinos como yo”, dice, refiriéndose a esta guerra de más de siete meses que ha provocado el deceso de al menos 35.000 palestinos.
Sidawi, nacida en el campo de refugiados de Burj Barajneh, a las afueras de Beirut, ha dirigido Four Wheels Camp (2016) y The Wall (2019), la historia de cuatro jóvenes de un campo de refugiados que ruedan una película para enviársela a Roger Waters, exlíder de Pink Floyd, para que visite el lugar. Ser palestina y además refugiada limita su trabajo y “estigmatiza” su existencia, lamenta. “Me pregunto cada día qué es ser refugiado. Superman era refugiado, yo también lo soy”, ironiza Sidawi.
Pregunta. ¿Cómo se ve la guerra en Gaza desde un campo de refugiados en Líbano?
Respuesta. No lo quiero llamar ni guerra ni conflicto. Esto es, primero de todo, una ocupación. Y lleva 76 años sucediendo, desde 1948. O sea, no empezó en octubre del año pasado, aunque ahora sí ha comenzado a ocurrir algo mucho más grande y más fuerte: un genocidio. La gente en los campos de refugiados está enfadada y rabiosa porque ve que no hay salida. Y también siente mucho miedo por su seguridad. Lo que está ocurriendo asusta y traumatiza. A mí también.
P. Sus películas transcurren en las callejuelas caóticas, peligrosas y sucias de estos campos, que se tornan cómicas y hasta bonitas.
R. Soy refugiada palestina y el arte es mi única arma de resistencia. No hablo en términos militares, soy profundamente pacifista. Crear belleza en una película a partir de lo que es la vida en un campo de refugiados ayuda a que sus habitantes vean y sientan esa belleza. Y esa transformación del lugar en el que vivimos nos da poder y dignidad. Somos una historia, no somos números.
Crear belleza en una película a partir de lo que es la vida en un campo de refugiados ayuda a que sus habitantes vean y sientan esa belleza
P. Usted salió de Burj Barajneh hace algunos años, pero sus películas siguen ancladas en ese campo. ¿Concibe hacer otro tipo de cine?
R. Campos de refugiados como el mío son una fuente de inspiración y de creatividad. Son también lugares llenos de gente de la que nadie habla y que no puede contar sus historias. Gente que mira de lejos lo que ocurre en Palestina. Y eso es peligroso. Por ejemplo, ahora la gente está viendo en directo lo que pasa en Gaza. Estas imágenes se quedan en nuestro subconsciente. ¿Qué genera esto en muchas personas? Rabia. Deseo de venganza. Por eso es urgente e importante transformar esa rabia. Es una obligación. Yo podría quedarme llorando en un rincón viendo lo que pasa, pero no puedo. Por eso cuento historias sobre el lugar de donde vengo y en el que vive mi familia. Me gustaría contar otras, pero primero tengo que terminar estas y espero que mi trabajo sirva para algo.
P. En Four Wheels Camp pregunta a los habitantes del campo dónde quieren ser enterrados. ¿Cuál es el mensaje de esta película?
R. Que nos merecemos una oportunidad. No elegimos dónde nacemos y tampoco dónde seremos enterrados. Mis padres están enterrados sobre mis dos hermanos, que murieron antes, porque en el campo no hay sitio para enterrar de otra manera. Muertos sobre muertos. Me asusta no tener opción y terminar así. Le dije a mi madre que no quería eso para mí, y de ahí nació la película.
P. Es un cortometraje que se concibe como un homenaje a su padre.
R. Mi padre huyó de Acre sin nada, no llevaba ni zapatos. Construyó una tienda en el campo, conoció a mi madre, que también era de Acre, y se casaron. La guerra civil libanesa nos obligó a huir a las montañas. Mi padre hizo una casa de hojalata y piedras, en la que hacía mucho frío en invierno y nos asfixiábamos en verano. Éramos muy pobres. Yo le ayudaba a limpiar baños de otros escuchando música de Umm Kulthum. Era un hombre fascinante, que quiso ser escritor, pero no pudo. La ocupación cortó su historia. Es imposible saber qué hubo antes, con quién jugaba o con qué soñaba. No sabes qué dejó allá, en esa primera parte de su vida. Y yo nunca he podido ir a Acre, claro. Soy refugiada, no tengo permiso.
P. Su condición de refugiada es algo omnipresente.
R. Hay muchas formas de ser palestino, pero todas son complicadas, hoy más que nunca. Naces político, aunque no quieras. Y cuando eres refugiada aún más. Yo tengo documentos de identidad que dicen que soy refugiada, que me estigmatizan y me limitan. Y también me preguntó cada día qué es ser refugiada. Superman fue refugiado, yo también lo soy... Pero si soy refugiada para todo el mundo, ¿por qué no puedo ir a cualquier lugar, por qué estoy bloqueada en este campo?
P. Hacer cine cuando se es palestina y mujer, ¿es el ‘más difícil todavía’ de los espectáculos del circo?
R. No es fácil ser palestino y hacer películas, está claro. Creo que es un acto de valentía, porque te puede costar tu futuro profesional y hasta tu vida. Como palestinos tenemos que encontrar la manera correcta e inteligente de contar la historia que queremos contar. Pero no siento que el hecho de ser mujer me corte las alas. La sociedad palestina se apoya en las mujeres, que sostienen y defienden a sus familias. Son mujeres poderosas, lleven o no lleven velo, sean o no musulmanas. Creo que en mis películas se ve a estas mujeres. Yo quiero ser una de ellas.
P. Sin embargo, al escucharla, está claro que ser refugiada sí es un obstáculo para producir y dirigir películas.
R. Es diferente estar atrapado en un campo de refugiados que estar en Cisjordania o ser palestino en Londres. Yo, por ejemplo, cuando hago una película, necesito a alguien que esté fuera, una especie de productor, que luche por mí desde otro lugar, que defienda la película, reúna los fondos... Porque yo estoy muy limitada.
P. Su nuevo proyecto también transcurre en un campo de refugiados.
R. Sí. Se llama The bulldozer y es sobre una excavadora enorme que llega y se queda parada a las puertas del campo de refugiados. Hay un niño, Alí, que la ve y empieza a jugar sobre el vehículo. Las mujeres también comienzan a tender su ropa ahí. Es una situación cómica. Pero un día se pone en marcha y destruye el campo. ¿Qué hace Alí? Es un niño con gran imaginación y quiere salvar el campo.
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