La humildad, condición imprescindible para contar una guerra
El festival MiradasDoc de Tenerife rinde homenaje a la voz y la fuerza de la mujer en los escenarios bélicos, así como a la dignidad de la resistencia de un pueblo como el palestino, en el exilio de Siria
No podría haber mejor escenario natural que la costa suroeste de la isla de Tenerife para acoger a MiradasDoc, el festival de cine documental de Guía de Isora que celebra ya su decimoquinta edición. En pleno Atlántico, mirando hacia América, Tenerife emerge a pocos kilómetros de la orilla africana, donde el desierto del Sáhara se abre al mar, con la solidez del poderoso Teide. A lo largo de más de 15 años, en este rincón de las islas Canarias se ha ido consolidando una cita anual de cineastas que aquí encuentran un público ávido e inesperado, además de productores e incubadoras de producciones que pueden acompañarlos en el siguiente proyecto.
Con esa vitalidad habitual ha retornado este año el festival presencial, tras el parón de la pandemia, aunque los nubarrones bélicos del cielo europeo obliguen a prestar especial atención a la atrocidad de las guerras, que hasta hace poco parecían estar confinadas a los márgenes del mundo. De ahí la pertinencia del premio Mirada Encendida, que se ha estrenado en esta edición para reconocer a quienes han dedicado parte de su vida a contar historias en conflictos armados y, en particular, a la periodista Teresa Aranguren, una de las pioneras en el reporterismo bélico en España.
En un encuentro emotivo con la gente de Guía de Isora y de localidades tinerfeñas vecinas, Aranguren fue invitada a hablar de la gravísima situación que se vive actualmente en Ucrania y de los tipos de cobertura y debates mediáticos que se producen en torno a la misma. “La experiencia que tengo es que, mientras más se prolonga una guerra, más brutales se vuelven las acciones, al tiempo que se incrementan los objetivos civiles. Recuerdo los bombardeos de la OTAN a Yugoslavia, con hospitales de Belgrado devastados y llenos de niños heridos. Allí se había creado un escenario para justificar la agresión, que pretendía avalar los ataques. Se llegó a fomentar un estado de opinión contrario a que los ciudadanos vieran las víctimas que dejaban los bombardeos”, aseguró la periodista, cuya primera misión como corresponsal de guerra fue durante el cerco de Israel a Beirut, Líbano, en el año 1982.
En su criterio, lo importante es “contar los matices, justamente en esos momentos en que se exigen alineamientos, porque ninguna situación es blanco o negro”. Aranguren abogó, pues, por entender los procesos que desembocan en hostilidades: “La prioridad es parar esta guerra”, sostiene. Para ello, hay que tener en cuenta que “las treguas salvan vidas” y que “no existe la derrota total del otro”. Al encarar una negociación, “hay que tener bazas para otorgar algo al adversario”, agregó.
En este sentido, es esencial dar contexto a las historias, “entrar en la vida cotidiana de lo que la guerra destruye”, según Aranguren, que descree del “periodista aséptico”, porque resulta indispensable transmitir “dolor y emociones, sin que se te nuble la visión”. En cuanto al hecho de ser mujer en escenarios bélicos, la excorresponsal apuntó que, en su caso, esto le proporcionó la oportunidad de contar las cosas a las que los hombres no tenían acceso, como lo que sucede en el sector femenino de una mezquita.
Aranguren descree del “periodista aséptico” porque resulta indispensable transmitir “dolor y emociones, sin que se te nuble la visión
Frente a las preguntas del público, Aranguren se manifestó contraria al “mito del periodista aventurero”, una suerte de caricatura de hombre “con vestimenta militar y lleno de bolsillos”, porque es una “mitificación machista” del oficio. Lo que hace falta para cubrir una guerra, a su entender, es “documentarse correctamente, y tener resistencia física por si hay que caminar largos recorridos. Además, ser humilde, “para evitar equivocarse con interpretaciones elaboradas desde los prejuicios, ya que solemos llevar maletas internas además de las externas y eso se ve particularmente para con el mundo árabe”, afirmó.
Como colofón a una charla en la que también participó el realizador palestino Abdallah Al Khatib, se exhibió su película, Little Palestine. Diary of a siege (Pequeña Palestina. Diario de un sitio), con la que el cineasta pretende enviar “una carta de amor” al desmantelado campo de refugiados de Yarmouk, en Siria, donde nació y vivió durante 30 años. Así, Al Khatib escoge momentos de la vida cotidiana en ese icónico campo, entre 2013 y 2015, en plena guerra de Siria, para dar vida a un registro lleno de verdad y conmoción, que se parece a “todas las tierras del exilio”, en sus propias palabras.
El documental, que se proyectó en Cannes y ha recibido premios en otros certámenes internacionales, narra con humor y ternura, no exentos de crudeza, la hambruna a la que fueron empujadas los miles de familias palestinas establecidas en ese barrio de Damasco, tras el sitio y los bombardeos que soportaron por parte de las fuerzas aliadas al gobierno de Bachar Al Assad. Las imágenes del declive de ese núcleo poblacional de exiliados de varias generaciones (tanto Al Khatib como su madre nacieron allí) se acompañan de textos poéticos que integran un libro del propio autor, nacido en 1989 y que actualmente puede transitar, con el estatus de refugiado, exclusivamente por el territorio europeo. La potencia de la propia madre del realizador, que trabajaba sin pausa asistiendo a los más débiles, hace de contrapeso a las imágenes de la decadencia de lo que un día fue su pequeña (y querida) ciudad en el destierro.
“Caminas sobre el aire. No pisas lo que un día puedes comer”, se oye, en la voz en off del director, sobre fondo de obuses y metralla. “Encontrar significados”, repite. Los palestinos de Yarmouk parecen haber sido penalizados por su alianza con el pueblo sirio, con un cerco infranqueable, que dividió familias y dejó a los de dentro entre edificios en ruinas, hirviendo agua con especias o recolectando hierbas que crecían en los bordillos de las aceras para poder alimentarse. Sin embargo, la dignidad es una forma de resistencia, como lo proclama Al Khatib, que escribe que “la pena individual es un lujo”. A cambio, elige dar la palabra a los niños y las niñas, que quieren dibujar sus expectativas y sus sueños, ligados apenas a poder comer y a que los “humanos” los “entiendan”. Los mayores, en tanto, no quieren dejar el campo sitiado, porque desde ese lugar de Medio Oriente aún pueden divisar el retorno a su tierra que, como el horizonte, siempre se aleja.
El Festival, que este fin de semana ha homenajeado también a la documentalista francesa Claire Simon, seguirá el recorrido de la decimoquinta edición hasta el próximo sábado 12, en Guía de Isora, Tenerife.
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