El tiempo del arte: un oasis contra la violencia machista en Libia
Las libias sufren discriminación, acoso y violencia. Fariha, Marwa y Zahra lideran proyectos para defender los derechos de mujeres como ellas
Guerra o paz, esperanza o pesimismo, miedo o audacia. Son algunos de los elementos más presentes en los dibujos de Fariha Alwafy. Son láminas protagonizadas por mujeres, esbozos que expresan discriminación e impotencia frente a la lucha por la supervivencia de las libias. A sus 25 años, Alwafy ha conseguido abrir un taller de arte en la localidad de Wadi Etba, en el sur del país y convertirlo en un oasis de escucha y de reivindicaciones para la igualdad de género en una zona rural, desértica y disputada por milicias.
“En mi país, nosotras no tenemos oportunidades, pero un día una amiga me animó a participar en el programa Riyadiyat, un concurso de ámbito nacional, y me inscribí”, relata desde el otro lado de la pantalla. Se trata de un certamen destinado a mujeres y que impulsa la organización libia Musasat Elbir Wa Tagua El-Jayriya con el apoyo de la Comisión Europea. “Financian hasta cinco proyectos al año y uno de ellos fue el mío, en 2020″, anuncia orgullosa. Se precipita intentando relatar lo acontecido cuando recibió la beca, y el viaje con su padre hasta la capital, Trípoli, para comprar todo el material.
El mero hecho de participar en la competición era un gran reto. No se sentían rivales entre las concursantes. Salieron en la televisión y tenían que hacerlo bien; Alwafy estaba expectante ante la reacción de su familia. “Nos apoyábamos las unas a las otras para preparar la defensa de las ideas ante el jurado y nos parecía todo un logro el simple hecho de vernos ahí”, agrega. Para ella fue emocionante ver como otras compañeras se sentían las protagonistas en una sociedad que siempre las ha relegado a un segundo plano. Ellas, desde el estallido de la revolución en 2011, sienten que han adquirido mayor presencia pública, pero también se enfrentan a la inseguridad: “En cualquier momento nos pueden violar, pegar e, incluso, asesinar”.
Libia es un lugar inseguro para cualquiera y mucho más para las mujeres según el último informe de la Misión independiente de determinación de los hechos en Libia de la ONU. Todos los contendientes en la guerra en el país han perpetrado crímenes de lesa humanidad desde 2016 hasta la actualidad. Ellas también se han enfrentado a detenciones arbitrarias, torturas y otras graves violaciones de derechos humanos, como el reclutamiento de niñas para convertirlas en esclavas sexuales. El país lleva sumido en el caos desde el derrocamiento del dictador Muamar el Gaddafi por parte de la oposición, que por entonces estaba respaldada por una coalición internacional liderada por la OTAN.
“Durante la revolución había un ambiente que nos permitía salir de nuestras casas y manifestarnos. Intentamos aportar y fuimos un activo muy valioso. En todo momento he sido consciente de la terrible herencia que nos dejaba Gaddafi; él nunca se habría imaginado todo lo que estamos consiguiendo. Siempre me pregunté: ¿Qué pasará después?”, reflexiona Zahra Langhi, cofundadora de la Plataforma de Mujeres Libias por la Paz (LWPP).
Lo que pasa, según Langhi, es que ellas han heredado una cultura históricamente machista y discriminatoria, y por eso cree que estos 10 años de conflicto les han permitido tener una mayor presencia en la vida pública. Tienen más poder de decisión en el seno familiar, pues se han visto obligadas a buscarse la vida para sobrevivir, tanto ellas como sus seres queridos; pero a la vez, el contexto de violencia e impunidad generalizado que vive el país ha llevado a un drástico aumento de la violencia de género.
“El principal problema que tenemos son las armas. Presenciamos un auténtico drama”, añade. El conflicto que viven desde 2011 ha afectado a nuestra vida diaria, pero su principal problema siguen siendo los abusos. “Otro de los grandes desafíos es el auge de una mentalidad radical y extremista que nos mata”, interrumpe Marwa Salem, activista y feminista libia.
“No es por cultura ni por las tradiciones, es porque somos mujeres”, agrega. Ella lucha a través de la educación y se apoya en los medios de comunicación. “Necesitamos hablarle a la sociedad de valores como la igualdad. Mi obsesión es sensibilizar y hacerlo con los más pequeños”, explica. “Doy clase de inglés y les enseño los valores con canciones feministas”. Le preocupa especialmente la situación de las niñas. Asegura que solo desde el pasado mes de septiembre se han registrado más de 940 matrimonios con menores de edad. “Estas son únicamente las que se han registrado. Es un dato escalofriante”.
Tiene claro que, la guerra en Libia ha traído más conservadurismo: “Estamos ante una ola terrible de radicalismo”. Lamenta la normalización de la violencia en el hogar y en el matrimonio y, lo que es peor, la impunidad con la que actúan quienes agreden, abusan y violan. Se producen, asegura, muchos casos de crímenes de honor, es decir, el asesinato de mujeres por parte de los miembros de su clan debido a la creencia de que la víctima les ha causado un desprestigio a causa de un comportamiento sexual considerado inadecuado.
A todo esto, se le añade el miedo con el que viven cada día, en especial las activistas feministas. La violencia es tan habitual que cualquier día, a cualquier hora, pueden matar a una: “Tengo decenas de ejemplos, de nombres de activistas a las que han asesinado a plena luz del día, y los perpetradores están en sus casas”. Los más sonados han sido el de la abogada Selwa Bugaish, en 2014; el de la diputada Seham Sergiwa, en 2019; y el de la activista Hanan el Barassi, que en 2020 fue ejecutada públicamente.
Naciones Unidas ha denunciado que, desde 2014, numerosos ataques parecen haber sido de tipo indiscriminado y, en particular, han repercutido en zonas residenciales densamente pobladas. Entre otras localidades destacan las ciudades de Bengazi, Trípoli y Warshafana, aunque también en otras de la zona montañosa y en el sur de Libia. La portavoz de la Plataforma de Mujeres Libias por la Paz (LWPP) considera que las defensoras de los derechos humanos no se consideran víctimas, aunque luchan por su vida. “Creo que estamos ayudando con muchos proyectos, pese a que nos demonizan y hablan mal de nosotras. Afortunadamente, poco a poco estamos ganando la confianza de otras. Se palpa más fuerza, aunque todavía debemos seguir actuando con cautela”, concluye.
La violencia machista se repite dentro y fuera del hogar. Antes de instalar su taller de arte, muchas jóvenes contactaron con Alwafy para pedirle ayuda para hacer el proyecto en su zona y la apoyaban en redes sociales. Sin embargo, ahora ninguna chica puede acercarse a su centro. “Me dicen que es por seguridad y por el miedo que tienen sus familias a que les pase algo”, denuncia la artista. Le impactó que ninguna pudiese participar presencialmente por temor a represalias, por lo que se ha visto obligada a organizar talleres virtuales en internet para que las que quieran aprender dibujar como ella puedan hacerlo, sin temor.
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