Casada, vendida y abusada sexualmente antes de cumplir los 12 años
El matrimonio infantil es muy común en Sierra Leona. Marion Gbassay, un caso entre muchos, lo sufrió con ocho años y fue solo el inicio de una angustiosa infancia en la que también fue víctima de tráfico de personas y trabajo esclavo
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto todo el contenido de la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Con la misma naturalidad con la que cuenta que las múltiples marcas de su piel se deben a lo atractiva que resulta su sangre para los mosquitos —“la enfermera dice que la debo de tener muy dulce”, explica—, Marion Gbassay, estatura media, pelo rizado y peinado a trenzas, y gesto vivo y sincero, narra que la casaron, la vendieron y abusaron sexualmente de ella en varias ocasiones antes de cumplir los 12 años. “Lo peor de todo fue al principio, con ocho años. Era muy pequeña. Ahora soy muy feliz, pero entonces… no tenía que haber sufrido tanto siendo tan pequeña”, afirma.
La mayoría de los problemas que sufren los niños en Sierra Leona se pueden resumir en la vida de Marion. Situada en el lado oeste de África, esta nación de unos ocho millones de personas adolece de la escasez como mal endémico: casi el 54% de sus habitantes viven bajo el umbral de la pobreza. Ella vino al mundo en una zona rural, un pueblecito donde las oportunidades se acaban prácticamente al nacer. “Mi madre tenía una enfermedad en la cabeza. No estaba bien, así que me entregó a una mujer que se llamaba Mamie-Kaday cuando yo cumplí seis años”, recuerda la niña, que hoy tiene 15 años. Entonces la llevaron a Bo, una ciudad situada al sur, la segunda más grande del país tras Freetown, la capital.
Allí, con su nueva familia, Marion nunca fue al colegio. Pasaba las mañanas en el mercado vendiendo frutas y otras mercancías y las tardes al cuidado de las tareas domésticas. Así pasaron los meses hasta que un día llegó a aquella casa el hijo mayor de Mamie-Kaday, un hombre de unos 40 años que llevaba viviendo en Angola un tiempo. Fue el inicio de la pesadilla para Marion. “Me dijeron que me iban a casar con él. Yo era muy pequeña; tenía ocho años”, lamenta. A nadie importó que ella se negara. Tampoco que sus vecinas se burlaran de ella a su paso al grito de “niña casada”. Ni siquiera sus lágrimas cuando aquel hombre la obligó a mantener relaciones sexuales con él. Con ocho años, la niña se había convertido en esposa.
Y no es el único caso. Más bien, esta realidad resulta demasiado común en Sierra Leona. Unicef sitúa esta nación en la posición 18 en la lista de países con mayor prevalencia de matrimonio infantil. La agencia de la ONU asegura, además, que el 39% de las niñas se casan antes de los 18 y un 13% lo hace antes de cumplir 15 años. Todo con el respaldo de tradiciones centenarias y la laxitud de unas leyes contradictorias. Por un lado, la Child Right Act 2007, que prohíbe de manera expresa el sexo con menores de 18 años sin excepciones, aunque sea consensuado. Por otro, la Registration of Customary Marriage and Divorce Act 2009, que permite contraer matrimonio antes de esa edad con la connivencia de las familias. “Poco a poco, la gente denuncia más este tipo de delitos y también va cogiendo miedo a cometerlos. Aunque lentamente, la situación va mejorando en los últimos años”, valora Curtis Johnson, asesor legal sierraleonés con amplia experiencia en derechos de la infancia.
Vendida por 400 euros
El matrimonio de Marion Gbassay se deshizo rápidamente por razones igual de escabrosas que las que lo consumaron. Su marido comenzó a pasar por problemas económicos y encontró la solución en casa. Así lo relata ella: “Al poco tiempo de vivir con aquel hombre me dijo que necesitaba dinero, así que me vendió a una mujer que se llamaba Isata. A mí y a Tiranke, un sobrino pequeño que tenía él y que se convirtió en mi amigo. Era un poco mayor que yo, pero me trataba bien. Me protegía y cuidaba de mí. Tiempo después me enteré de que habíamos costado cinco millones de leones (algo más de 400 euros) cada uno”. Isata sacó a los dos menores que acababa de adquirir de su país natal y se los llevó a la vecina Guinea Conakry, donde pasarían los siguientes años.
En África subsahariana hay alrededor de 48 millones de niños que trabajan, con casi uno de cada tres menores de 15 años activo económicamente
En su nuevo hogar, Marion tampoco encontró una vida digna, la que debería llevar una niña que todavía no había cumplido los 10 años. Ni iba al colegio ni pasaba las tardes entre juguetes y amigas. En vez de eso, a ella se le asignaron las tareas más duras: cocinar, lavar la ropa de todos los habitantes de la casa, fregar el suelo, transportar la fruta al mercado… En definitiva, pasó a formar parte de esa dolorosa estadística que indica que en África subsahariana hay alrededor de 48 millones de niños que trabajan, con casi uno de cada tres menores de 15 años activo económicamente. Ella, además, vivió en este destino algunas de las peores formas de explotación: tráfico y trata de humanos para la esclavitud, reclutamiento forzado y exposición a actividades potencialmente perjudiciales para su salud.
Marion no recuerda nada bueno del tiempo que pasó en Guinea. La mujer que la había comprado incluso intentó matarla. Ese fue el detonante para escapar de allí con Tiranke, acudir a la policía y volver finalmente a Freetown. Allí le esperaba aquel marido que le sacaba casi 40 años, así que decidió buscar a su madre e intentar regresar con ella. Pero, como tenía muy poco capital y menos gente a la que acudir, decidió aceptar la ayuda de la única persona que se la ofreció. “Alpha, el hermano pequeño del hombre con el que me casaron, me dijo que me iba a pagar el transporte para reunirme con mis padres biológicos. Pero, en vez de eso, me obligó a tener sexo con él dos veces antes de darme el dinero. Y, cuando finalmente pude huir, fue imposible dar con ellos”, cuenta Marion.
Su próximo paso volvía a estar marcado. Sola, tendría que volver con aquel hombre con el que la casaron, el mismo que abusó sexualmente de ella, la persona que la vendió por 400 euros. Pero, con 12 años ya cumplidos, a principios de 2018, algo había cambiado en aquella chica. Harta de los abusos, que iban a más cada día, y acompañados de palizas, la niña huyó de aquella casa y denunció su situación a la policía, que la derivó a un refugio que la ONG salesiana Don Bosco Fambul destina en Freetown a niñas que han pasado por situaciones similares.
Marcadas desde pequeñas
“Marion es una niña con gran resiliencia, una historia de superación maravillosa. Cuando llegó era introvertida, separada siempre del grupo. Había perdido el control sobre su vida, que es el mayor problema del tráfico y del matrimonio temprano. Eres mujer, eres niña, en un sitio donde el hombre es todo. A ella le robaron su inocencia, su integridad física. El hombre que la traficó y la vendió le robó su dignidad. Le quitaron todo el control. Yo creo que esa es la consecuencia más dura de todo; te conviertes en un objeto y en una mercancía. Nada más”, dice sobre la chica Jorge Crisafulli, director de Don Bosco Fambul, salesiano con décadas de experiencia en diferentes países de África en cuestiones relacionadas con los derechos de la infancia.
Es un crimen. Está contra el derecho de las niñas a terminar su educación, a crecer, a madurar física y mentalmente y a tener la opción libre de elegir a su parejaJorge Crisafulli, director de Don Bosco Fambul
Crisafulli afirma que el matrimonio infantil en Sierra Leona, sobre todo en zonas rurales habitadas por determinadas etnias donde algunas tradiciones se encuentran más arraigadas, es una realidad. Y que muchas veces ocurre con la absoluta complacencia de las familias, sumidas a menudo en una pobreza extrema. Lo describe así: “A veces lo arreglan desde que las nenas son bebés. Una persona contribuye en la manutención de la cría; compra ropa, jabón, paga la escuela primaria… La niña va creciendo y, cuando cumple 13 o 14 años, el hombre dice que ya le pertenece, como si la hubiera comprado de antemano. La pequeña queda atrapada”. Además de dar refugio, Don Bosco Fambul realiza acciones legales para cambiar las leyes que no luchan de forma clara y concisa contra esta práctica. “Es un crimen. Está contra el derecho de las niñas a terminar su educación, a crecer, a madurar física y mentalmente y a tener la opción libre de elegir a su pareja”, contextualiza el salesiano.
Cuando crezca, quiero desempeñar un oficio con el que pueda ayudar a niñas que han pasado por situaciones como la mía
Marion fue al colegio por primera vez en su vida con 12 años, recién llegada al refugio de Don Bosco. Con todo, será suficiente para superar los 2,7 años de escolaridad que promedian las mujeres en su país. Ella quiere seguir estudiando. Afirma que le encanta. Y muestra con orgullo algunos de los diplomas que le han otorgado en campamentos de verano o en las actividades en las que ha participado estos años. “Cuando crezca, quiero desempeñar un oficio con el que pueda ayudar a niñas que han pasado por situaciones como la mía”, dice con sencillez. “Sería hermoso que, cuando llegue a los 18, pudiera ir a los coles y que ella misma se convirtiera en un ejemplo. Que pueda contar su historia y prevenir a otras niñas. Es una historia que puede impactar de muchas maneras”, valora Crisafulli. De momento, Marion ha conseguido ilusionarse en la escuela y hablar de su vida con la misma naturalidad que de lo dulce que resulta su sangre para los mosquitos. No parece poco.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.