La pandemia se ceba con los refugiados
El número de solicitantes de asilo ha disminuido drásticamente por la covid. Y no es buena noticia: hay un gran número de personas en situación de desamparo, atrapadas en países en tránsito y sin una vía segura para ejercer su derecho de asilo
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Oumar es un chico argelino que llegó en patera a las costas de Almería porque sufre una enfermedad grave y en su país no tiene acceso a un tratamiento. Tras conseguir plaza en un Centro de Acogida de Refugiados de Cruz Roja, el equipo comenzó a trabajar para conseguir un tratamiento. Lo malo es que, en plena pandemia, la mayoría de las citas son telefónicas. Y en las escasas citas presenciales a las que acude, no se admiten acompañantes. Ni siquiera un traductor, en su caso.
Como es lógico, el joven Oumar se frustra porque no logra entenderse con su doctora. Siente que la vida se complica, que su curación nunca llegará, se angustia y todo confluye en una depresión con varios intentos de suicidio. Al darse cuenta de la situación, el equipo psicológico del centro de acogida salió en su auxilio. En coordinación con salud mental, ya han logrado que se adhiera a un tratamiento que le está permitiendo llevar una vida normalizada.
Esta historia da cuenta de hasta qué punto, si bien la pandemia nos ha pasado factura a todos, el impacto siempre es mayor entre los más vulnerables. Entre ellos, los refugiados.
Aunque todavía no se conoce el impacto global total de la pandemia, es evidente que el número de solicitantes de asilo ha disminuido drásticamente. Y no es precisamente una buena noticia. Porque sigue habiendo un gran número de personas en situación de desamparo, atrapadas en países en tránsito carentes de protección y sin una vía segura para viajar y ejercer su derecho de asilo.
La condición de refugiado se le reconoce a toda persona que, debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a determinado grupo social, de género u orientación sexual, se encuentra fuera del país de su nacionalidad. Y bien no puede o bien, a causa de dichos temores, no quiere acogerse a la protección de tal país, establecidas en la Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de Asilo y la Protección Subsidiaria.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, 82,4 millones de personas se han desplazado a la fuerza a finales de 2019, solo 20,7 millones como refugiados. Los conflictos armados, las crisis humanitarias, las catástrofes naturales, la violación de derechos humanos y el alto grado de violencia son los principales motivos por los que huyen de sus países de origen.
En 2020, la Unión Europea tramitó 471.300 solicitudes de asilo, un 32,6 % menos que en 2019. Esto fue debido a los efectos de la pandemia y al endurecimiento de los controles fronterizos para la contención de las migraciones. Solo se salvaron las llegadas a Canarias por vía marítima, que crecieron un 116 % respecto al 2019.
Según la Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio de Interior, en 2020 las solicitudes de Protección Internacional formalizadas en España fueron 88.762 (25 % menos que en 2019), siendo favorables 4.360 con Estatuto de Refugiado y 1.398 con Protección subsidiaria.
El sistema de acogida cuenta con una red estatal integrada por los Centros de Acogida a Refugiados (CAR) dependientes de la Dirección General de Programas de Protección Internacional y Atención Humanitaria, y plazas de acogida en otros dispositivos gestionados por entidades subvencionadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
Cruz Roja gestiona 2.713 plazas de acogida mediante equipos multidisciplinares que intervienen dando cobertura de alojamiento y manutención, atención jurídica, psicológica, empleo, aprendizaje del idioma o traducción, con el objeto de promover la autonomía e integración de estas personas.
La pandemia paralizó los planes de vida de la familia Escobedo. Esta familia, formada por la pareja y dos hijas procedentes de Colombia, huyeron de su país por coacciones recibidas de la FARC. Al llegar a España solicitaron asilo, le asignaron una plaza en nuestro centro, donde se prepararon para comenzar una nueva vida. Esperaban trabajar en el sector hostelero, se habían formado como ayudantes de cocina. Pero al declararse el estado de alarma tuvieron que volver a pedir ayudas económicas y permanecer en el centro.
Este año de pandemia ha supuesto grandes desafíos a nivel laboral, económico, salud y educación. Ellos lo han vivido con especial dureza.
Este año de pandemia ha supuesto grandes desafíos a nivel laboral, económico, salud y educación. Y los refugiados lo han vivido con especial dureza
A nivel educativo, el confinamiento ha reducido el acceso y la participación en actividades educativas. Fatou es una niña costamarfileña de 6 años que llegó al centro acompañada de su madre huyendo de la mutilación genital. Al llegar, no podía salir a la calle, no podía ir al colegio y apenas hablaba castellano. Los educadores ayudaron a Fatou y a su madre, analfabeta digital, con los deberes del colegio a través de la plataforma digital.
Esta situación de confinamiento y el uso de internet también ha puesto en riesgo a menores víctimas de ciberacoso, como es el caso de Samia. Esta joven malinense de 14 años llegó con su madre al centro de migraciones de Cruz Roja Almería, huyendo de un matrimonio forzoso que su padre había concertado. Desde el centro se facilitaron medios digitales para que empezara a realizar actividades de aprendizaje, como aprender castellano. Este apoyo por parte de la educadora sirvió para detectar que la joven estaba siendo acosada por varios hombres mediante conversaciones de alto contenido erótico. El equipo psicológico trabajó con Samia, que pudo ser escolarizada, y trabaja con la madre para controlar y evitar factores de riesgo con internet.
También los sistemas sanitarios se han visto sobrecargados, con acceso limitado y atención telefónica, que aumenta la dificultad de conseguir una atención sanitaria. Como le pasó a Oumar, el chico argelino del que hablábamos al principio.
Para colmo, el confinamiento ha dificultado la detección de los casos de violencia de género. Samira y Mohamed salieron de Marruecos huyendo de las represalias por profesar la religión cristiana. A su llegada al centro, Mohamed se dispuso a aprender castellano y hacer cursos para buscar trabajo mientas que Samira se quedaba en casa. Durante el confinamiento, comienzan a surgir más conflictos de convivencia y Mohamed agrede verbalmente a Samira. Como estaban anuladas todas las actividades grupales presenciales, Samira se sintió sola para enfrentarse a esta situación. Tardó en verbalizarla, recibiendo desde ese momento todo el apoyo de su equipo de referencia.
Las personas refugiadas que, recién llegadas a España, inician un proceso de integración y autonomía requieren de un mayor esfuerzo y apoyo por parte de los recursos sociales, de la población y de instituciones como Cruz Roja. Gente como Oumar, Fatou o Samira, que huyen de sus países buscando protección, enfrentándose con la mayor resiliencia posible a todas las situaciones adversas vividas, se han encontrado a su llegada con una situación de pandemia que frena su proyecto migratorio.
Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation.
María del Mar Jiménez Lasserrotte es profesora ayudante doctor. Departamento de Enfermería, Fisioterapia y Medicina. Facultad Ciencias de la Salud, Universidad de Almería. Fuensanta Pérez Álvarez, trabajadora social, responsable del programa de atención a personas refugiadas y directora del Centro de Migraciones de Cruz Roja Española en Almería, ha colaborado en la redacción de este artículo.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.