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Columna

Revolá en Navidá

Nunca se habla en términos dramáticos del dolor identitario que genera regresar al lugar de origen en estas fechas

Todos los veranos se habla de lo doloroso que es para la gente de las grandes ciudades no tener un pueblo al que volver. Ningún invierno se habla en términos dramáticos del dolor identitario que genera regresar al lugar de origen por Navidad. A ese tipo de retorno decidieron ponerle banda sonora unos turroneros en 1980, cuando aún ilusionaba lo de que ya no hubiese una España grande sino 17 más p...

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Todos los veranos se habla de lo doloroso que es para la gente de las grandes ciudades no tener un pueblo al que volver. Ningún invierno se habla en términos dramáticos del dolor identitario que genera regresar al lugar de origen por Navidad. A ese tipo de retorno decidieron ponerle banda sonora unos turroneros en 1980, cuando aún ilusionaba lo de que ya no hubiese una España grande sino 17 más pequeñas. Se pensaba que cada una acabaría siendo próspera, de lo que se deducía tácitamente que no habría que salir a buscar trabajo fuera, como si ese adverbio con dos lados tuviese una orilla buena. La música la compuso un genio de los jingles publicitarios llamado Álvaro Nieto, quien también fue el creador de ese himno a la fiesta de la democracia denominado Habla, pueblo, habla. La canción del Almendro, en la que canta una mujer con un timbre parecido al de la primera Amaia (¿saben los Z que existió Mocedades?), no fue compuesta como una elegía sino como canto gozoso y retoma un tema tan viejo que ya le preocupó a Homero. Vuelve, a casa vuelve. Este año una banda extremeña llamada Sanguijuelas del Guadiana formada por chicos más jóvenes aún que la tercera Amaia (¿saben los Alfa qué fue La Oreja de Van Gogh? Su cantante es la segunda) le han dado vueltas al mismo asunto en una canción: “Suerte la tuya de poder vivi’onde naces / Muchas las flores que se mueren al no regarse / To’ los domingos de vuelta a las capitales”. Se titula Revolá, una palabra que eligieron porque representa la incertidumbre que maneja sus existencias. Cada generación infeliz lo es a su manera. Los que se quedaron donde nacieron acuñaron eso de “pueblo pequeño, infierno grande”. He calculado cuánto tiempo he pasado en el autobús de línea desde que me mudé a Madrid para ir “a casa”: 1.600 horas. Muchas de ellas iba pensando qué raro este mundo en el que tantos no somos ni de aquí ni de allí. Aunque la vida, tanto si te vas como si te quedas, es un viaje y al menos no he perdido tiempo buscando sitio para aparcar.

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