La crisis climática, aliada de la extrema derecha
Las tragedias derivadas de los efectos del cambio climático tienen un enorme potencial desestabilizador en las sociedades democráticas
Vivimos tiempos de paradojas. También climáticas. Una dana agravada por el cambio climático acaba dando pábulo a los negacionistas y haciendo que un partido sistémico asuma su discurso. Acaba de pasar en Valencia, en el discurso de investidura del candidato a la presidencia de la Generalitat, el señor Pérez Llorca.
Cada vez es más evidente cómo la crisis climática e...
Vivimos tiempos de paradojas. También climáticas. Una dana agravada por el cambio climático acaba dando pábulo a los negacionistas y haciendo que un partido sistémico asuma su discurso. Acaba de pasar en Valencia, en el discurso de investidura del candidato a la presidencia de la Generalitat, el señor Pérez Llorca.
Cada vez es más evidente cómo la crisis climática erosiona las democracias. En la medida en que se extreman las condiciones de vida, las tensiones aumentan, la escasez hace mella, la desigualdad se dispara, estallan conflictos y crece el malestar. Las tragedias derivadas de la crisis climática tienen un enorme potencial desestabilizador en las sociedades, en especial en las sociedades democráticas. Irresponsabilidades políticas, dificultades administrativas y ausencia de cultura de emergencias se dan la mano para acabar convergiendo en el peor de los resultados: 230 muertos, hectáreas arrasadas, infraestructuras reventadas, millones de pérdidas y un pueblo atemorizado.
En este escenario, las paradojas emergen con inusual contundencia. Una tragedia agravada por el cambio climático acaba beneficiando a un partido negacionista. En lugar de reforzar las propuestas políticas más avanzadas en la lucha contra el cambio climático o las iniciativas más firmes para acelerar las políticas de adaptación, acaban haciendo todo lo contrario, dando réditos, precisamente, a quienes niegan la existencia del cambio climático, minimizan sus efectos o cuestionan cualquier política que quiera ponerse en marcha para hacerle frente.
Como resultado, el cambio climático acaba convirtiéndose en aliado clave de la extrema derecha y arrastra con ella a la derecha hoy extremada. El círculo vicioso opera en la peor de las direcciones. La ultraderecha crece aupada por la desesperación, el descontento y el malestar de la población hasta el punto que una tragedia como la dana empuja sus perspectivas electorales, deja en sus manos la elección del presidente de la Comunidad Valenciana y consigue que la derecha institucional asuma parte de sus postulados en materia ambiental. Ya vimos un ejemplo de esto último en el guiño que los populares mandaron a Vox desde Bruselas, con el voto en contra del Partido Popular español a los objetivos de reducción de emisiones en 2040, aunque esto supusiera separarse de sus compañeros de partido de otros países. Otro ejemplo lo acabamos de ver en boca del candidato popular a presidir la Generalitat: “El Pacto Verde europeo es la peor amenaza a la que se enfrentan nuestros agricultores”. Se desmarca así el PP valenciano, y con él el español, de sus colegas europeos que propusieron y aprobaron el Pacto Verde, con la presidenta Von der Leyen a la cabeza.
Es posible que el Pacto Verde tenga que revisar algunas de sus medidas en materia agrícola, pero lo que el PP está hoy proponiendo de la mano de la ultraderecha camina justo en sentido contrario. No es otra cosa que volver a los viejos planes de infraestructuras que se construyen sin tener en cuenta estos fenómenos extremos, que no ayudan a generar un territorio más resiliente y que en ocasiones incluso dificultan la gestión de las crisis. La rotura de la presa de Tous en 1982 causó 40 muertes y dejó a más de 300.000 personas sin hogar. La noche de la dana los técnicos avisaron que la ruptura de la presa de Forata podría causar 20.000 muertos.
¿Cómo es posible que una tragedia como esta acabe dando réditos a quien la niega y favoreciendo políticas contrarias a su gestión? Como viene siendo habitual, por un conjunto de causas. En primer lugar, por una insuficiente comprensión de la manera en que la crisis climática afecta en lo concreto a cada territorio. Sigue siendo difícil para responsables políticos, gestores de lo público y la ciudadanía en general asumir la dimensión que pueden alcanzar los fenómenos extremos en contextos de cambio climático. Los valencianos conocen perfectamente cómo operan lo que antes llamaban “gotas frías”, pero en su imaginario, en sus preocupaciones, en la conversación pública o en las campañas electorales no entra la dimensión de la tragedia. Si se hubiera prestado la atención suficiente con la rigurosidad debida, los municipios habrían integrado ya los planes de inundabilidad, habrían desaparecido viviendas e infraestructuras de las zonas más vulnerables, los mecanismos de emergencias habrían estado más afinados y sería impensable que la responsable política del ramo llegara a decir “yo no sé nada de emergencias”.
Por otro lado, la recuperación, desde el minuto cero hasta ahora mismo, no responde a las expectativas y necesidades de los afectados. En parte porque siguen sin existir mecanismos de coordinación eficaces entre las distintas Administraciones, herramientas que permitan agilizar inversiones y mecanismos de intervención rápida. Y en parte también porque hay aspectos que necesitan tiempo. Ni la UME podía entrar en algunas zonas a las horas de la dana porque no tenían por dónde circular, ni las comprobaciones del estado de algunas edificaciones pueden hacerse hasta que pase un tiempo prudencial. Resultado: malestar, desesperación y rabia. El escenario perfecto para que la ultraderecha avance y en apoyos y haga valer sus políticas. A la vista está.
Esta no es la primera ni será la última gran paradoja que trae consigo bajo el brazo la crisis climática. Todas ellas apuntan en la misma dirección: condiciones de vida más extremas, dificultad de los servicios y administraciones públicas para hacerles frente, y réditos para los negacionistas. La crisis climática también es una amenaza para las democracias. Ser consciente es el primer paso para evitarlo.