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Arrojarse a las vías

En mi cabeza, no ha dejado de repetirse una escena en la que me veo a punto de lanzarme al foso para perseguir al tren en el que viajaban mi madre y mis hermanos

En cierta ocasión, de pequeño, me encontraba en el andén de una estación del metro. Al llegar el tren mi familia entró y yo me quedé fuera, asunto del que solo nos percatamos cuando se cerraron las puertas y el convoy se puso en marcha. Mientras se alejaba, los míos y yo nos miramos con ese gesto de perplejidad que precede al de terror. En mi cabeza, no ha dejado de repetirse nunca esa escena en la que me veo, con apenas seis o siete años y un pantalón corto que me venía ancho, a punto de lanzarme al foso para perseguir al tren en el que viajaban mi madre y mis hermanos. No lo hice porque casi...

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En cierta ocasión, de pequeño, me encontraba en el andén de una estación del metro. Al llegar el tren mi familia entró y yo me quedé fuera, asunto del que solo nos percatamos cuando se cerraron las puertas y el convoy se puso en marcha. Mientras se alejaba, los míos y yo nos miramos con ese gesto de perplejidad que precede al de terror. En mi cabeza, no ha dejado de repetirse nunca esa escena en la que me veo, con apenas seis o siete años y un pantalón corto que me venía ancho, a punto de lanzarme al foso para perseguir al tren en el que viajaban mi madre y mis hermanos. No lo hice porque casi al tiempo de pensarlo vi correr a una rata enorme junto a las vías. Creo que jamás he vuelto a sentir una sensación de desamparo tan grande. Un túnel se acababa de tragar a las personas que me mantenían unido al mundo.

Por fortuna, un señor de uniforme que se había dado cuenta de lo sucedido se hizo cargo de mí e inició los trámites para restituirme a aquellos a los que pertenecía. No fue fácil, pues las comunicaciones no estaban en aquel tiempo tan avanzadas como ahora. De modo que antes del reencuentro familiar recorrí junto a aquella persona caritativa lo que me parecieron miles de metros de pasillos, que tenían aquellas tonalidades del blanco y negro propias de mi infancia, para emerger finalmente a una calle en la que, para más tristeza, estaba lloviendo. Pensé que en unas calles llovía y en otras no, pues cuando salimos de casa hacía sol. Finalmente, fui devuelto a aquellos que me habían abandonado (eso es lo que pensé en algún momento también: que se habían deshecho de mí adrede, como en algunos cuentos infantiles).

En la mera apariencia, fui hallado, pero en la verdad profunda continué perdido. Y sigo perdido, aunque mantengo la ficción contraria para no llorar, porque no tengo edad. Y a veces, en el metro, dudo aún si arrojarme a las vías para correr por el túnel, a ver si alcanzo aquel convoy de entonces.

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