Crueldad organizada contra la familia
Los mismos lazos que antes podían ser un espacio de dominación hoy son el último reducto frente al ultraliberalismo depredador
Los propagandistas de Silicon Valley, imbuidos por fáusticos delirios, inspirados muchos de ellos en la ciencia ficción tal y como nos lo cuenta Michel Nieva en su libro Ciencia ficción capitalista, nos hablan de posthumanismo y transhumanismo, del fin del envejecimiento y la muerte misma, de la conquista de otr...
Los propagandistas de Silicon Valley, imbuidos por fáusticos delirios, inspirados muchos de ellos en la ciencia ficción tal y como nos lo cuenta Michel Nieva en su libro Ciencia ficción capitalista, nos hablan de posthumanismo y transhumanismo, del fin del envejecimiento y la muerte misma, de la conquista de otros planetas. Para ellos será esa vida eterna de viajes interestelares, ellos que no pagan impuestos y no creen en la solidaridad ni en los vínculos afectivos ni en cuidar a los demás. Será que vienen de la nada, que los parió un algoritmo y no una madre que antepuso las necesidades del hijo a las suyas propias. La fe ciega en su propia omnipotencia, en la ganancia sin fin y el cálculo como valor absoluto los convierte en una amenaza para los débiles, los frágiles, los simples y mortales seres humanos, tan defectuosos nosotros a ojos de estos nuevos superhombres que se creen hechos a sí mismos cuando su mayor talento es el de saber extraer de la mayoría su riqueza.
Esa es la punta de la pirámide de la crueldad organizada en la que estamos acostumbrándonos a vivir pero el sadismo se manifiesta de muchas otras formas y en todas partes. Los inmigrantes perseguidos por las calles, los niños en jaulas, las mujeres usadas como incubadoras humanas, los jóvenes inducidos a castrarse y amputarse genitales sanos y mamas, el control absoluto de todos y cada uno de los minutos del día de la humanidad entera, lo que hace, lo que dice, lo que compra y lo que piensa. La familia y los lazos auténticos que unen a sus miembros, antaño espacio de dominación déspota y patriarcal, se vislumbra hoy como reducto último de resistencia ante el monstruoso ultraliberalismo que nos lleva a todos hacia el abismo.
Por eso resulta tan peligroso que intente penetrar incluso en ese último bastión donde lo que más nos importa son nuestros seres queridos, donde los padres atienden las necesidades de sus hijos, donde llamas todos los días a la hermana que vive sola para que lo esté un poco menos, donde te apiadas de los que sufren y te alegras por la felicidad de los demás. Me he dado cuenta de que la buena familia es un antídoto contra la crueldad porque nos enseña a ponernos en el lugar del otro. Por eso los jóvenes que envidian a los viejos “privilegiados” son un signo del empuje de esa impiedad organizada, en este caso contra los mayores que han trabajado toda su vida. Que no se acuerden de que fueron esos abuelos quienes los recogían en el colegio o les daban el almuerzo demuestra el enorme peligro que corren los lazos de solidaridad intergeneracional.