A 30 años del Proceso de Barcelona
Es una señal alentadora que Europa reconozca hoy que su estabilidad depende de lo que ocurra en toda la cuenca mediterránea, no solo dentro de sus fronteras
El frágil alto el fuego en Gaza ha ofrecido a la comunidad internacional un respiro tras años desgarradores de sufrimiento humano. Pero también ha obligado a Europa a enfrentarse a una verdad incómoda: la inestabilidad en Oriente Próximo no se detiene en sus fronteras, sino que afecta directamente a su seguridad, su economía y sus políticas.
Mi lectura es muy sencilla. Treinta años después del inicio del Proceso de Barcelona, la cooperación euromediterránea no es una aspiración diplomática: es una necesidad estratégica. Europa no puede asegurar su futuro sin un Mediterráneo más fuerte, ...
El frágil alto el fuego en Gaza ha ofrecido a la comunidad internacional un respiro tras años desgarradores de sufrimiento humano. Pero también ha obligado a Europa a enfrentarse a una verdad incómoda: la inestabilidad en Oriente Próximo no se detiene en sus fronteras, sino que afecta directamente a su seguridad, su economía y sus políticas.
Mi lectura es muy sencilla. Treinta años después del inicio del Proceso de Barcelona, la cooperación euromediterránea no es una aspiración diplomática: es una necesidad estratégica. Europa no puede asegurar su futuro sin un Mediterráneo más fuerte, integrado y estable.
Cuando comenzó el Proceso de Barcelona en el año 1995, el Mediterráneo estaba dividido por líneas políticas, económicas y sociales claras. La ambición entonces era convertir una región marcada por la separación en una definida por la cooperación. En muchos casos, este objetivo se cumplió. Durante estas décadas, los países del Mediterráneo han desarrollado una agenda compartida y, cada vez más, una identidad común. Ministros, autoridades locales y regionales, sociedad civil y expertos han creado dinámicas de colaboración que antes no existían. Esto no es un logro menor en una región tradicionalmente atravesada por profundas divisiones y equilibrios complejos.
Pero también debemos ser honestos sobre lo que no se ha logrado. No hemos conseguido desbloquear todo el potencial económico que podría conllevar una integración regional más profunda y audaz. La propia experiencia de la Unión Europea muestra lo que es posible alcanzar: una transformación impulsada por el mercado único que durante los últimos cuarenta años ha elevado los ingresos, modernizado las industrias y dado a los europeos una base económica más resiliente. El Mediterráneo no ha seguido esta trayectoria, y los costes son evidentes hoy, con cadenas de valor regionales frágiles, mercados fragmentados y oportunidades perdidas de crecimiento en ambas orillas.
Y la realidad más dolorosa sigue siendo que no hayamos podido asegurar una paz duradera y justa en Oriente Próximo, ni como región, ni como parte de la comunidad internacional. Los ciclos de conflicto nos recuerdan, además, que los marcos institucionales de cooperación no pueden tener éxito por sí solos sin una voluntad política firme.
La cumbre de ministros de Asuntos Exteriores de la Unión por el Mediterráneo (UpM) que se celebra este viernes en Barcelona, arropada por la sociedad civil, las autoridades regionales y locales y las principales organizaciones regionales de cooperación, tiene lugar en un contexto internacional alarmante. Las tensiones globales están alterando los patrones comerciales y de inversión, y aumentan la presión sobre el continente para fortalecer la cooperación con sus vecinos más cercanos. Las cadenas de suministro se resienten, la inseguridad energética aumenta y la competencia global se intensifica. Al mismo tiempo, el Mediterráneo se está calentando aproximadamente un 20 % más rápido que la media global. La escasez de agua, el colapso de las cosechas y los desplazamientos relacionados con el clima están transformando la región de formas que afectan directamente a los mercados alimentarios, la dinámica del mercado laboral y el debate político en Europa.
Por eso, las decisiones que se tomen ahora importan, y mucho. La nueva visión estratégica de la UpM pretende conseguir que la cooperación regional sea más enfocada y ágil, centrándose en tres aspectos esenciales: conectar a las personas, conectar a las economías y conectar a los países. No se trata de un eslogan institucional. Es un enfoque pragmático para favorecer la movilidad del talento, escalar las oportunidades de negocios y fortalecer la resiliencia colectiva frente a las crisis climáticas y de seguridad.
El Pacto por el Mediterráneo, que se refrendará hoy en Barcelona por la Unión Europea y sus socios del sur, apunta en esta dirección. Aporta un marco más claro para mejorar los medios de vida, impulsar economías sostenibles e integradas, y mejorar la preparación conjunta ante riesgos comunes. Es una señal alentadora para el futuro inmediato que Europa reconozca que su estabilidad depende de lo que ocurra en toda la cuenca, no solo dentro de sus fronteras.
Las próximas décadas pueden ser más prometedoras que las anteriores si se cumplen dos condiciones. Primero, los gobiernos deben mostrar su voluntad política de reducir tensiones y priorizar la cooperación sobre la negociación de suma cero. En segundo lugar, la región debe utilizar sus activos de forma más eficaz: una población joven, un fuerte potencial en energías renovables, unos lazos culturales sólidos y una capacidad de innovación notable. Con estas condiciones, el Mediterráneo puede convertirse en un espacio de prosperidad compartida en lugar de un entorno repleto de vulnerabilidades.
Tras siete años como secretario general de la UpM, sigo convencido de una cosa: el futuro de Europa es inseparable de la estabilidad y el éxito del Mediterráneo. Una región euromediterránea más integrada fortalece la seguridad, la competitividad y la resiliencia climática de Europa. La fragmentación la debilita.
El Proceso de Barcelona nació como un compromiso de trabajar juntos por un futuro común. Treinta años después, es una urgencia estratégica para Europa y el Mediterráneo. Cooperar no es una opción: es la única vía para garantizar paz y prosperidad compartida.