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Mi patria es un tapón de plástico

Los europeos no deberíamos renunciar ni a los cafés de media mañana ni a la exploración del espacio

Los conservadores suelen recelar de todo lo nuevo. No es siempre un error: si estamos bien, para qué meternos en problemas. Pero este reparo a veces lleva a actitudes equivocadas, como la xenofobia, y a debates un poco absurdos, como el del tapón de las botellas de plástico. Me refiero al tapón europeo, ese que queda unido a la botella cuando lo abres. El objetivo de la norma de la UE es que el tapón no se pierda y sea más fácil reciclarlo, pero se ha convertido en un símbolo de la burocracia excesiva y del olvido de los grandes objetivos en el continente.

Los gestos de fastidio con el tapón, que han protagonizado incluso líderes del PP como Alberto Núñez Feijóo y Mariano Rajoy, ya forman parte del teatrillo conservador. A menudo de forma tan exagerada que las representaciones parecen sacadas de un anuncio de la teletienda de los noventa, de esos en los que salía un actor tirándose el café por encima, llenando el sofá de palomitas o intentando picar cebolla con un cuchillo de plástico y cara de no entender por qué no lo lograba.

Muchos estadounidenses también se ríen de nosotros a costa del tapón. Es relativamente fácil encontrar vídeos en Instagram y TikTok de turistas americanos que vuelven a casa y abren con alivio una botella de las suyas, como si regresaran con síndrome de estrés postraumático de bombardear otro país. A veces son publicaciones inocentes, para conseguir comentarios y visionados, pero en otras ocasiones tienen un marcado sesgo político. Un ejemplo del pasado sábado: una tal Based Jessica comparaba en un tuit con supuesto sarcasmo uno de los inventos estadounidenses más representativos, los cohetes reutilizables de SpaceX, con el europeo, los taponcitos. El tuit ha despertado en centenares de respuestas un patriotismo europeo en el que se recuerdan otros logros del continente, como la sanidad pública, una mayor esperanza de vida y la ausencia de tiroteos en las escuelas.

Es verdad que ninguna de las 10 empresas tecnológicas más grandes del mundo es europea, y eso es un problema, pero las respuestas tocan un tema importante: ¿para qué sirve crecer si a cambio dejamos a los ciudadanos atrás? Las innovaciones, cohetes incluidos, están muy bien, pero han de servir para mejorar la vida de todos y no solo la de cuatro milmillonarios. Para eso también necesitamos otros inventos como la sanidad y la educación públicas, que contribuyen a la igualdad de oportunidades.

Otro enfoque del mismo debate se ve en un viejo meme tuitero: es una foto del chef Anthony Bourdain —que se suicidó en 2018sentado en la terraza de una cafetería con un café con leche, un bocadillo y un paquete de cigarrillos. Con su acostumbrado estilazo: gafas de sol, chaqueta de piel, foulard. La imagen se usa tanto para criticar como para ensalzar el supuesto estilo de vida europeo, o para ironizar con la visión que tienen de nosotros algunos estadounidenses, que creen que nos pasamos las mañanas tomando un espresso tras otro mientras el continente se cae a pedazos por culpa del socialismo, de la pereza y de la inmigración.

Por supuesto, Europa está muy lejos de esa caricatura. Pero es verdad que la UE tiene que espabilar. Sobre todo porque, como decía Josep Borrell, no podemos depender de cómo se despierten los estadounidenses cada cuatro años. De repente, a un señor en Arizona no le gusta que su camarero sea latino y unos meses más tarde Trump se rinde en Ucrania y nos deja a merced de Putin.

Y se puede hacer sin renunciar a los cafés. El sueño europeo que nació tras las guerras y las dictaduras del siglo XX no incluye solo la paz y la cooperación, que están muy bien, sino también un Estado de bienestar que de rebote contempla la posibilidad de bajar a tomar un cortado a media mañana. O teletrabajar de vez en cuando. O terminar la faena de los viernes lo antes posible, aunque eso suponga que fabriquemos cuatro o cinco cohetes menos al año. Y si lo peor que ocurre es que a cambio tenemos que sufrir los ataques de un tapón de plástico, me atrevo a decir que sobreviviremos.

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