Rosita la alquimista
Rosalía te puede enamorar y te puede enfurecer, pero está dentro del mundo y tiene el poder de transformarlo
La alquimia es un proceso sagrado que requiere algo más que atención y talento. Exige reverencia religiosa, el deseo de sacrificarlo todo por una visión interna y la potencia suficiente para conseguir la transformación. Exige la habilidad y el valor de entregarse completamente al mundo sin someterse al mundo. No todos son los llamados y, de los llamados, no muchos responden. De los que responden, no todos lo consiguen. Con suerte, hay un alquimista por generación. ...
La alquimia es un proceso sagrado que requiere algo más que atención y talento. Exige reverencia religiosa, el deseo de sacrificarlo todo por una visión interna y la potencia suficiente para conseguir la transformación. Exige la habilidad y el valor de entregarse completamente al mundo sin someterse al mundo. No todos son los llamados y, de los llamados, no muchos responden. De los que responden, no todos lo consiguen. Con suerte, hay un alquimista por generación. Que Rosalía se transforma lo sabíamos todos. Que ella era todas las cosas no lo hemos creído hasta ahora. Lux demuestra que ella es la alquimista de nuestra era.
Rosalía no tiene tiempo para odiar a Lucifer, a sus ex o a sus críticos. Está muy ocupada hablando con Leonard Cohen, cuya sanadora meditación acerca de las heridas da nombre al disco, y con David Bowie, cuyos delfines saltan del Spree para nadar en Lux. Oye voces de santas, pero sólo responde a las que son capaces de transformar el mundo con ojos de amor y fuego. A la Hildegard de Bingen que escribe “Yo soy la vida ardiente de la esencia de Dios; soy la llama sobre la belleza de los campos; yo brillo en las aguas; ardo en el Sol, la Luna y las estrellas”. A santa Olga de Kiev, quien llora a su marido y después lo venga con una boda sangrienta de cuya sangre nacerá el primer gran Estado eslavo oriental. “Todos los luceros del cielo se reflejan en mi pelo”, canta Rosalía en De Madrugá. “Traigo mil lenguas de fuego / Todas en mi pelo”.
Juliana de Norwich es la mística que sostiene una pequeña cosa en la palma de su mano, no más grande que una avellana, que simboliza toda la creación. Rosalía habla con su voz cuando dice: “Yo quepo en el mundo / Y el mundo cabe en mí / Yo ocupo el mundo / Y el mundo me ocupa a mí”. El ángel de Lux es la hermana gitana de Ziggy Stardust, el mensajero enviado para traer esperanza a la Tierra antes del Apocalipsis y que fue seducido por el poder y la fama, antes de morir de éxito. Al final, los dos regresan a las estrellas a las que pertenecen, pero la muerte no es el final sino el último acto del proceso. Para ser luz antes hay que renunciar al ego. Ego sum nihil, ego sum lux mundi. Yo soy nada, yo soy la luz.
Escribe Simon Critchley en su imprescindible ensayo recién publicado por Sexto Piso que el misticismo es una experiencia extática que sólo surge de una profunda conexión con el mundo, una transformación que te lleva del pecado a la salvación, de la inquietud al descanso, de la miseria a la plenitud. “Deja que todo te ocurra”, escribe Rilke en sus Cartas a un joven poeta, “la belleza y el terror”. Rosalía no tiene tiempo de odiar a nadie porque está ocupada viviendo, dejándose atravesar por el mundo para convertir su plomo en belleza. Ella es espejo y catalizador de ese sagrado proceso, exactamente opuesto a la máquina automática que lo exprime, lo digiere y lo replica con siniestra rigidez. La inteligencia artificial no tiene el poder de transformar el mundo; sólo el de reducirlo. Convierte la experiencia humana en un aglutinado de materiales estadísticamente apropiados para su explotación comercial. Rosalía te puede enamorar, te puede inspirar, te puede envenenar y te puede enfurecer, pero está dentro del mundo y tiene el poder de transformarlo. Ya sólo quiero saber quién fue el dementor que decidió eliminar una estrofa de la canción más bella del disco. La que dice: “Soy un prado hecho de morfina. / Cuando quieras, me caminarás”.