Algunos hombres (y mujeres) buenos
Hoy se convierte en traidor a quien no defiende de forma exaltada e idolatrada las ideas de su bando
En 1989, Aaron Sorkin estrenó la obra teatral Algunos hombres buenos, que posteriormente fue llevada a la gran pantalla e interpretada por algunos de los actores más reconocidos del cine estadounidense. En ella se cuenta la historia de un abogado que debe elegir entre el honor o un mal ac...
En 1989, Aaron Sorkin estrenó la obra teatral Algunos hombres buenos, que posteriormente fue llevada a la gran pantalla e interpretada por algunos de los actores más reconocidos del cine estadounidense. En ella se cuenta la historia de un abogado que debe elegir entre el honor o un mal acuerdo. Todos esperan de él la deshonra. Pero el guion da un giro inesperado, y el abogado acaba eligiendo el honor. En la historia, son mayoría los que optan por lo fácil, pero solo unos pocos escogen lo correcto. Estos son los hombres buenos.
En los últimos años, son muchos los académicos que están recuperando algunas de estas figuras. Recientemente, ha aparecido publicada la primera parte de las obras completas de Concepción Gimeno de Flaquer (Prensas de la Universidad de Zaragoza). Esta feminista del siglo XIX fue precursora en la defensa de los derechos de la mujer y la primera persona que impartió una conferencia feminista en el Ateneo de Madrid. De pensamiento más bien católico y conservador, tenía un problema: era demasiado feminista para los conservadores y demasiado católica para las feministas. Por ello, nadie la ha reivindicado hasta los tiempos presentes.
Un paradigma de hombre bueno es Manuel Chaves Nogales. Colaboró en numerosos periódicos de nuestro país hasta el final de la Guerra Civil y luego ya en el exilio. Sus crónicas nos dan un relato muy veraz de episodios como la dictadura de Primo de Rivera, la revolución de Asturias o la Guerra Civil. Además, entrevistó a personajes como Goebbels. Pero, como dejó escrito en A sangre y fuego: “Puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”. Su exilio es un ejemplo más de su oposición al régimen franquista, del cual abominó. Pero si uno lee El maestro Juan Martínez que estaba allí, observará sin mucho esfuerzo el rechazo que le generó la Revolución Rusa de 1917. Hombre liberal que anteponía la democracia y las libertades por encima del fanatismo, nunca fue reclamado por unos y por otros.
Joaquín Maurín es otro ejemplo más de hombre bueno. Fue secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y miembro destacado de la CNT o del Bloque Obrero y Campesino (BOC). Además, pasó más de dos años en la cárcel bajo la dictadura de Primo de Rivera y fue encarcelado por los franquistas entre 1936 y 1946, cuando fue indultado y huyó al exilio. En 1958, escribía lo siguiente a Ramón J. Sénder desde Nueva York: “Lo que sostiene a Franco, es el fracaso de la República, fracaso que nada ni nadie puede desvirtuar o borrar. En 1929-1930, la República era la esperanza, es decir, un porvenir prometedor, ahora es una decepción, es decir un pasado lamentable”. De hecho, Maurín no disentía en exceso de muchos de los exiliados republicanos, tal y como ha documentado Juan Francisco Fuentes en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, Numancia errante: la idea de España en el exilio republicano. Como acabaría concluyendo Maurín en su correspondencia con Sénder: “La monarquía liberal solo la desean, paradójicamente, los republicanos”.
Estos son solo tres ejemplos de hombres buenos que han sido olvidados por la historia. Pero, gracias al trabajo de historiadores y académicos, sus figuras están siendo recuperadas recientemente. Todos tenían dos cosas en común. Por un lado, la defensa de los derechos y las libertades individuales. Al margen de las corrientes ideológicas imperantes, entendieron que había valores superiores a defender. Por otro, puesto que no se posicionaron de forma fanática con su bando, pero tampoco compartían los principios y los valores de los adversarios, todos renegaron de ellos. Como nos recuerda Amos Oz en su breve libro Contra el fanatismo: “No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, un traidor a ojos del fanático”.
En la España polarizada actual, estamos viendo experiencias similares a las que vivieron estos hombres buenos. Hoy, no defender alguna de las posiciones de forma exaltada e idolatrada le convierte a uno en traidor. Muchos en cada uno de los bandos son acusados de pertenecer a la facción enemiga por no seguir las consignas o los argumentarios. Hoy se convierte uno en sospechoso si defiende valores como la palabra dada, la coherencia o la igualdad territorial. Todo es instrumental y todo se justifica por los resultados que produce, sin atenerse a cuestiones como los principios, la ética o la moral. En cada bando algo es aceptable si se obtienen los rendimientos que se buscan, dejando fuera de consideración los valores y la moralidad. Cuando el futuro nos alcance, muchos recordarán a esos hombres buenos que denunciaron que algo iba mal. Estoy pensando, por ejemplo, en Javier Cercas, un brillante escritor que en cada una de sus reflexiones nos recuerda que ser de izquierdas también implica tener un código ético, donde el fin no justifica los medios.