Un alto sentido de la justicia
Greta Thunberg y Elon Musk son autistas, y ambos están dispuestos a meterse en todo tipo de líos por defender sus sistemas de valores
De entre todos los motivos posibles para ser noticia, Greta Thunberg lleva desde los 15 años siéndolo por el más insólito de todos: la coherencia entre ideas y actos. Su razonamiento es perfectamente lógico. Si la masacre que comete Israel en Gaza es insoportable, entonces hay que llevar ayuda y llamar la atención mundial. Si el cambio climático es real, se trata del problema más grave de la humanidad y hay que actuar. Ella va y se pone en...
De entre todos los motivos posibles para ser noticia, Greta Thunberg lleva desde los 15 años siéndolo por el más insólito de todos: la coherencia entre ideas y actos. Su razonamiento es perfectamente lógico. Si la masacre que comete Israel en Gaza es insoportable, entonces hay que llevar ayuda y llamar la atención mundial. Si el cambio climático es real, se trata del problema más grave de la humanidad y hay que actuar. Ella va y se pone en acción, y como se ha convertido en un símbolo, puede hacer mucho más de lo imaginable en alguien tan joven.
Thunberg es autista. Su “alto sentido de la justicia”, aunque no se encuentra entre los síntomas definidos en el manual de referencia DSM, sí es reconocido por muchos miembros de la comunidad neurodivergente, que se sienten identificados con esa necesidad imperiosa, sin matices ni excepciones, de vivir de acuerdo con un código interno de valores, porque lo contrario les resulta intolerable. No define a todos los autistas, igual que lo contrario tampoco lo hace con los neurotípicos. Pero es cierto que la mayoría tiende a encontrar grises, elegir batallas, relativizar; saben de forma instintiva que adaptarse a lo injusto suele ser menos penoso que transformarlo. Thunberg explicó a The Washington Post hace unos años que no intentaba romantizar el autismo, pero que algunos de sus rasgos deberían estar más extendidos: “Por ejemplo, que no tengamos tanta disonancia cognitiva y que podamos centrarnos en los hechos”. Los neurotípicos, dijo, se centran en seguir la corriente “porque no quieren destacar. No quieren sentirse incómodos. No quieren causar problemas. Solo quieren ser como todos los demás. Y creo que eso es muy dañino en una emergencia, ya que somos animales sociales. Somos animales de rebaño. En una emergencia, alguien necesita decir que estamos avanzando hacia el precipicio”. El hecho de que un “alto sentido de la justicia” sea considerado un rasgo patológico descoloca, claro, a la comunidad autista. Como dijo la piloto e influencer Marita Rojas al respecto en un vídeo, “¿el problema lo tengo yo o lo tiene la sociedad?”.
La cuestión es que justicia significa una cosa diferente para cada uno, se esté dentro o fuera del espectro. No ve igual el mundo una hija de la socialdemocracia sueca que un libertario de Silicon Valley. Por ejemplo, hay que reconocer que Elon Musk, quizá el autista declarado más conocido, está dispuesto a meterse en todo tipo de líos para defender sus extraños principios, pudiendo estar tumbado en una playa lanzando diamantes al mar. Dice mucho sobre esta época confusa que el mismo argumento de Thunberg sobre la necesidad que tiene la sociedad de adoptar ciertos rasgos neurodivergentes también lo usen quienes más la odian para fines que ella aborrece, como la explotación de toda la Tierra y parte del espacio. Peter Thiel, el milmillonario tras la oscura ideología tecno-oligarca, financia a fundadores autistas de startups porque, como escribió en su libro De cero a uno, no pelean por lo mismo que la masa, no temen dedicarse a lo que les interesa y difícilmente abandonan sus convicciones.
Que una mujer joven despierte reacciones tan virulentas, con los sectores más cínicos acusándola de radical e intentando convertirla en un chiste, solo se explica porque destapa nuestra incoherencia. Greta Thunberg, como buena innovadora, ha detectado una enorme carencia social, tan obvia que pasaba desapercibida: mostrar con palabras y hechos dónde está el precipicio.