La esquela de una madre
Supongo que sigue existiendo esa forma insólita de soledad, la de enterarse de la muerte del ser más querido por el periódico
Un día, ingresado en el sanatorio, Thomas Bernhard abrió el periódico y leyó en una esquela el nombre de su madre. Se indignó: ¿qué familia era aquella que no le comunica a su hijo la muerte de una madre? Hubo algo más: el nombre de su madre, Hertha Fabjan, apareció en el diario con una errata: Hertha Pabjan. A él eso le evoca “Pavian”, palabra que significa “babuino”. En el entierro, la errata se abrió paso hasta provocarle, caminando detrás del ataúd de su madre, un ataque de risa. Tuvo que huir del funeral para esconderse en su casa, avergonzado. El relato, extraído de su monumental biograf...
Un día, ingresado en el sanatorio, Thomas Bernhard abrió el periódico y leyó en una esquela el nombre de su madre. Se indignó: ¿qué familia era aquella que no le comunica a su hijo la muerte de una madre? Hubo algo más: el nombre de su madre, Hertha Fabjan, apareció en el diario con una errata: Hertha Pabjan. A él eso le evoca “Pavian”, palabra que significa “babuino”. En el entierro, la errata se abrió paso hasta provocarle, caminando detrás del ataúd de su madre, un ataque de risa. Tuvo que huir del funeral para esconderse en su casa, avergonzado. El relato, extraído de su monumental biografía, lo cuenta Javier Peña en Tinta invisible (Blackie Books), un libro que habla precisamente de la pérdida y el poder transformador de las historias. Porque Bernhard, que trasteó con su vida como pocos en su obra, había escrito en El sótano otra difusa versión: que el director del instituto en el que ya no estudiaba, lo había llamado a su despacho para decirle fríamente: “Tu madre ha muerto”. Y acto seguido el chico salió del centro a seguir trabajando en una tienda de ultramarinos. El sótano empieza, por cierto, como empiezan muchas vidas: girando sobre sus pasos. “Una mañana, cuando iba al instituto, decidí, repentinamente, no seguir adelante y apartarme de mi vida anterior, odiosa por absurda. Di media vuelta y me dirigí en sentido contrario hacia Scherzhauserfeldsiedlung, y en una tienda de ultramarinos pedí un puesto de aprendiz”. Bernhard, de quien se especuló que había nacido producto de una violación, soportó la ira y las humillaciones de su madre toda la vida: su nacimiento, decía la señora Fabjan, le había arruinado la vida. Peña, sin embargo, recuerda que Thomas nunca dejó de quererla acaso por una razón: tenía a muy poca gente en su vida. Supongo que sigue existiendo esa forma insólita de soledad, la de enterarse de la muerte de una madre por el periódico, pero estoy seguro de que existe la siguiente: la de querer a alguien que te desprecia por la única razón de no tener a nadie más.