En Locas de alegría, una película italiana que acontece en plena caída en desgracia de Silvio Berlusconi, dos mujeres bipolares, una muy pobre y otra muy rica (encarnada por la maravillosa Valeria Bruni Tedeschi, hermana de Carla Bruni) se escapan del manicomio en el que están internadas —un palazzo que, paradójicamente, perteneció a la familia arruinada de la rica- para, según el argumento de e...
En Locas de alegría, una película italiana que acontece en plena caída en desgracia de Silvio Berlusconi, dos mujeres bipolares, una muy pobre y otra muy rica (encarnada por la maravillosa Valeria Bruni Tedeschi, hermana de Carla Bruni) se escapan del manicomio en el que están internadas —un palazzo que, paradójicamente, perteneció a la familia arruinada de la rica- para, según el argumento de esta, buscar durante un rato “la felicidad”. La pobre, que tiene pinta de choni, le pregunta a la mujer elegante que eso dónde se encuentra. La Tedeschi, quien va a todas partes enfundada en saltos de cama de raso fino bajo los que se intuye esa estructura ósea de noble piamontesa bien alimentada durante generaciones, le da una lección con su boca de virgen renacentista: “En los sitios bonitos. En los manteles de Damasco. En los buenos vinos. En las copas de cristal. En las personas educadas. Ahí es donde se encuentra”. Después se lleva a la choni a cenar a un restaurante carísimo en el que rechaza un vino porque le sabe a corcho mientras un músico trajeado como un director de orquesta interpreta frotando sus dedos contra el canto de unas copas El lago de los cisnes. Al final ambas tienen que salir por patas haciendo un simpa. Me trae a la mente este arquetipo de rica desnortada a aquella Blue Jasmine de Woody Allen, cuyo marido millonario acabó en la cárcel por un hedge fund fraudulento o a otra italiana, Patrizia Reggiani, la choni que se casó con un Gucci, se codeó con la alta sociedad de su país y cuando su marido le pidió el divorcio buscó un sicario que arreglase la situación. En una entrevista, que aún circula por ahí, dice una frase muy reveladora: “Se está mucho mejor llorando en la parte de atrás de un Rolls Royce que sonriendo en una bicicleta”. Últimamente tengo la sensación de que vivimos encerrados en un manicomio de bipolares. Seguimos pedaleando con la esperanza de acabar escapando en coche de lujo. Nos han convencido de que solo entonces seremos felices.