Radiografía
Nunca vas a estudiar con más profundidad un rostro que el rostro que observa tus análisis médicos
Fui hace unos días a Urgencias por algo muy doloroso que finalmente no tuvo importancia (una contractura intercostal), pero antes de que lo supiésemos, el médico encargó una radiografía. Hasta entonces yo estaba tranquilo. Algo me dolía de forma insoportable (la única razón por la que voy al médico: cuando ya no puedo ir a ningún otro sitio), y en el hospital me darían la medicación adecuada. Pero la radiografía lo cambió todo. La radiografía abría posibilid...
Fui hace unos días a Urgencias por algo muy doloroso que finalmente no tuvo importancia (una contractura intercostal), pero antes de que lo supiésemos, el médico encargó una radiografía. Hasta entonces yo estaba tranquilo. Algo me dolía de forma insoportable (la única razón por la que voy al médico: cuando ya no puedo ir a ningún otro sitio), y en el hospital me darían la medicación adecuada. Pero la radiografía lo cambió todo. La radiografía abría posibilidades y, cuando uno cree estar bien, lo que menos necesita es abrir posibilidades. El doctor me hizo llamar cuando escrutaba mis pulmones. De esto quería yo hablar. De los segundos en los que el médico mira un papel y tú miras al médico mirando el papel, y ya todo es posible. Tú no ves la radiografía pero sí la cara del doctor, que es el espejo. Nunca vas a volver a mirar a nadie de la misma manera. Nunca vas a estudiar con más profundidad un rostro que el rostro que observa tus análisis médicos. Olvídate del flechazo, olvídate de la última vez que miraste a alguien antes de que muriese, olvídate de la cara de tu hija cuando aprendió a andar, o cuando nació. La cara de un desconocido en Urgencias, y además un desconocido con estudios, mirando una radiografía de tus pulmones es una cara que podrías dibujar ahora con una precisión exacta. Cada milímetro que la ceja que se ha movido es un milímetro que tu vida ha cambiado. Un micromúsculo encima del pómulo que parece haber temblado un poco, el dibujo de la boca, un labio más húmedo que el otro, las orejas peludas que crees agitarse, el brillo de los ojos, si es que brillan, cuántas veces ha parpadeado en cuarenta segundos y qué significa eso. Es un tiempo breve impresionante. Hasta que llega el momento del lenguaje verbal. “Pensé que podía ser algo de los pulmones”, dijo. “Pero no”, rematé. Asintió. Y ahí entendí que lo insoportable no era el dolor, ni siquiera la contractura, sino la grieta diminuta que se abre en la vida cuando alguien sostiene tu destino en un folio, y la suerte que yo había tenido en ese momento, quién sabe después, y la suerte que otros no tienen nunca.