¿A quién le toca ahora?
Fueron a por los cómicos porque entendieron que el humor no era ligero ni banal, sino un peligro en el nuevo mundo: el humor se había vuelto subversivo y rebelde, símbolo de resistencia
Fueron a por los cómicos para que, visto con cierta distancia, pudiera hacer hasta gracia, una gracia hiriente: que se consintieran los crímenes de guerra, ...
Fueron a por los cómicos para que, visto con cierta distancia, pudiera hacer hasta gracia, una gracia hiriente: que se consintieran los crímenes de guerra, se militarizasen las calles o se liberase a quienes tomaron por asalto el Capitolio y, a la vez, que se señalase a los humoristas.
Fueron a por los cómicos porque entendieron que el humor no era ligero ni banal, sino un peligro en el nuevo mundo: el humor se había vuelto subversivo y rebelde, símbolo de resistencia. Por eso apuntaron a los chistes, porque de tanto debatir sobre los límites del humor nadie se adentró en los límites del poder.
Fueron a por los cómicos porque en aquel mundo que a veces parecía una broma todas las cosas eran ciertas, sobre todo aquellas que, apenas unos años antes, sonaban exóticas y exageradas, precedidas por una ristra condescendiente de no se atreverán y de eso cómo va a ser. Aquello iba entonces tan en serio que por eso les sobraban las bromas.
Resultó que las cosas eran tanto lo que parecían que empezaron a estar de más las ironías y, al poco, las metáforas: el mundo era seco y sin doblez. Cuando llegó el momento de preguntarse por los poetas, no hizo falta que nadie fuera a por ellos: se recogieron poco a poco. Lo mismo que los novelistas o los guionistas, relegados entre montones de algoritmos que tenían la virtud de agradar siempre a quién mandaba.
Y así, luego de señalar a los caricaturistas, a los monologuistas, a los creadores, a los periodistas, a los poetas, a los que dudaban, a los que se quejaban, a los que caían mal, a los que cayeron bien, a los que retiraron programas de sus parrillas, a los que los volvieron a poner, a los que discutieron, a los que se preguntaban, a los que alguna vez rieron o a los que protestaban, el hombre que más mandaba dio medio vuelta y se preguntó: ¿a quién le toca ahora? Sucedió que ya no quedaba nadie para responderle.