Holocausto palestino: más grave que un genocidio
La batalla dialéctica sobre cómo llamar al crimen de Netanyahu en Gaza sobrevuela la mayor matanza de civiles de este siglo
Sobre el fragor de las bombas israelíes que han convertido la franja de Gaza en un inmenso cementerio se libra la batalla dialéctica por el calificativo que debe aplicarse a la mayor carnicería de civiles de este siglo. ...
Sobre el fragor de las bombas israelíes que han convertido la franja de Gaza en un inmenso cementerio se libra la batalla dialéctica por el calificativo que debe aplicarse a la mayor carnicería de civiles de este siglo. Quienes quieren subrayar la crueldad de condenar a casi dos millones de personas al exterminio, matando de hambruna a quienes sobreviven a los bombardeos, enarbolan la palabra genocidio, mientras que los que desean minimizar la gravedad del crimen se resisten a emplearla.
Según la Convención de Naciones Unidas para la prevención y castigo del delito de genocidio, de 1948, este consiste en un conjunto de actos “perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”. Es decir, lo que diferencia el genocidio de otros crímenes contra la humanidad es la intencionalidad del criminal. ¿Quiere el Gobierno de Netanyahu destruir a la población palestina o lo que pretende es arrebatarle su territorio sin importarle el coste en vidas humanas? ¿Su plan se asemeja al de Hitler cuando quería deportar a los judíos a la isla africana de Madagascar o a la Solución Final para eliminarlos en las cámaras de gas?
Aunque apenas se conozca, ni siquiera en España, un genocidio de libro fue la llamada Gran Redada, diseñada por el marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, quien en 1749 ordenó capturar por sorpresa a toda la población gitana del Reino y encerrar por separado a hombres y mujeres para que no pudieran reproducirse y conseguir así la extinción de su etnia. El plan fracasó porque, afortunadamente, el Estado español del siglo XVIII carecía de la eficacia del alemán del siglo XX, pero la intención genocida estaba clara, sin que hubiera necesidad de disparar un solo tiro.
¿El proyecto del marqués de la Ensenada era más abyecto que el de Netanyahu? ¿La supervivencia de un pueblo es más valiosa que la vida de más de 65.000 personas, en su inmensa mayoría mujeres y niños? ¿Cómo calificar la extinción de etnias que en las últimas décadas han desaparecido de la Amazonia ante la presión predadora de garimpeiros, ganaderos y agricultores ilegales?
Serán los jueces del Tribunal Internacional de Justicia quienes, en última instancia, determinen si se ha cometido genocidio en Gaza. Mientras tanto, en contra de lo que algunos parecen creer, la palabra genocidio no es la más gruesa que tiene el castellano para referirse a un crimen abominable. Si se quiere molestar a Netanyahu comparándole con Hitler, una de las pocas cosas que se pueden hacer para desahogarse ante la impotencia que produce la contemplación diaria de la barbarie, hay otro término más preciso y no menos terrible: holocausto. La RAE lo define como una “gran matanza de seres humanos”. Supone la comisión masiva de asesinatos, sin que importe cuál sea la intención del asesino. Hasta ahora, esta palabra se reservaba para el Holocausto judío, escrito con mayúscula, pero a día de hoy nadie puede negar que está en marcha un Holocausto palestino