Desembarco de Alhucemas: cuando éramos ‘el enemigo’
Al pretender conmemorar la guerra del Rif, Vox borra tanto a los que murieron en aquel conflicto como a quienes en España estaban en contra del colonialismo
El pasado se ha convertido en un campo de las batallas culturales del presente. Los hechos son manipulados y reinterpretados, encajados en rígidos marcos ideológicos en beneficio propio, borrando, si hace falta, los matices y la complejidad de un momento no vivido. Yo creía desfasados los discursos que legitimaron la colonización, creía que ya estábamos todos de acuerdo en que fue un error histórico mayúsculo de catastróficas consecuencias para los pueblos conquistado...
El pasado se ha convertido en un campo de las batallas culturales del presente. Los hechos son manipulados y reinterpretados, encajados en rígidos marcos ideológicos en beneficio propio, borrando, si hace falta, los matices y la complejidad de un momento no vivido. Yo creía desfasados los discursos que legitimaron la colonización, creía que ya estábamos todos de acuerdo en que fue un error histórico mayúsculo de catastróficas consecuencias para los pueblos conquistados (y para los hombres que eran obligados a luchar contra los indígenas). Pero la extrema derecha ha desempolvado ese supuesto patriotismo belicoso que no fue el de la mayoría de la población española ni siquiera en los tiempos de la guerra emprendida contra los rifeños hace más de un siglo. Vox pretendía que se conmemorase el Desembarco de Alhucemas, la victoria militar de 1925 que siguió al horror del desastre de Annual y acabó con la resistencia de Abdelkrim. Si, por un lado, sería injusto y absurdo exigirle a la España de hoy que rinda cuentas de lo que hizo la de Alfonso XIII o la de Primo de Rivera también podríamos tachar de revisionismo lo que hacen los radicales de Abascal: borrar el contexto de esa guerra que trajo muerte y desgracias para los que iban a morir a Marruecos por los intereses de unos pocos empresarios que se valieron de sus influencias políticas para iniciar una conquista. Llegan a comparar la operación del Rif con el desembarco de Normandía, algo ofensivo no para Marruecos ni su gobierno, como dicen, sino para todos los que se dejaron la vida en las áridas tierras en las que nací, vidas de rifeños y de españoles.
Pretendiendo conmemorar esa guerra Vox borra de la memoria histórica tanto los que murieron en ella como a quienes estaban en contra de la penetración colonial. Desempolvan así el discurso de un sector de ese ejército predemocrático con altos índices de corrupción y cuyos oficiales actuaban a menudo al servicio de sus propios intereses y no de los de España. Los militares de hoy deberían repudiar con contundencia esa instrumentalización tendenciosa.
De lo ilegítima que fue esa desgraciada aventura tampoco se acuerdan los ultras. No leyeron a Sender ni a Barea ni a Galán ni ninguno de los que escribieron entonces. Ni tienen en cuenta la visión crítica de historiadores demócratas como Rosa María de Madariaga, Eloy Martín Corrales y tantos otros que no se han conformado con el relato único de los vencedores.
A Vox no le importan los muertos del pasado, lo que pretende con su revisionismo es volver a construir a ese enemigo que tan bien armó la propaganda belicista: el moro como anárquico, salvaje, violento, rebelde y traidor. Rasgos que perduran en el imaginario colectivo y en mayor medida en los discursos de la extrema derecha morófoba.
Los moros no pudieron defenderse entonces de su encierro en el estereotipo deshumanizador (aunque las entrevistas a Abdelkrim demuestran que su resistencia fue también con razones y argumentos), algo con lo que nos vemos enfrentados, a nuestro pesar, los moros del presente. Porque encontramos ecos del pasado en el racismo que vivimos hoy pero también porque al indagar en las razones últimas de la diáspora rifeña, fenómeno endémico desde hace décadas en la zona, acabamos en ese punto crucial de la historia de España, descubriendo con asombro que ahí se unen nuestras dos identidades, la española y la amazig (palabra que, por cierto, no aparece en el diccionario de la RAE).
Al intentar viajar al pasado para comprender el peso que tiene en el presente yo he tropezado con un enorme vacío fruto, en parte, del flagrante desequilibrio entre la historia que contaron los vencedores y lo que callaron los vencidos. En este caso, además, me encuentro, como descendiente de esos insumisos guerreros, con dos silenciamientos y un olvido. Las autoridades españolas derrotaron a los rifeños y contaron desde su condición de colonizadores lo que llamaron proceso de ‘pacificación’ pero es que una década después la zona fue brutalmente reprimida por el gobierno de ese Marruecos del que nunca nos hemos sentido parte. Abandono, plomo y maltrato por parte del régimen de Hassan II que también explica el origen de nuestra disgregación por el mundo. El olvido, en cambio, se debe al hecho de ser hablantes de una lengua oral cuya memoria colectiva se remonta a lo que puedan recordar los mayores. Sin archivos, sin hemeroteca, sin tangibles a los que aferrarnos para conocer el pasado, nos vemos obligados a buscar en la Historia de otros la nuestra.
Nunca nadie en mi familia me habló de la guerra con España ni de la Civil que se produjo en la Península pero un día mi primera suegra mencionó como de pasada que no conoció a su padre porque murió en combate en Sppania y que nunca supieron dónde fue enterrado, si es que alguien le dio sepultura (sería uno de esos ‘moros de Franco’). Y luego en un encuentro familiar se aludió al hecho de que el padre de nuestra abuela materna fue militar en un tiempo en el que solo podía serlo bajo las autoridades españolas. La última vez que estuve en mi pueblo una de mis tías me señaló la casa de al lado, en la que habían nacido mi madre y sus hermanas, y me aseguró que ahí había estado Abdelkrim. Me tomé la información con cautela dado que los relatos orales suelen permitirse no pocas licencias literarias pero un día, buceando por la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, di con una crónica en la que se afirmaba que el líder de la resistencia rifeña se encontraba en el aduar de Tanut n’Arruman, que es donde está la casa de mi bisabuelo. Y en algunos vídeos recientes en YouTube unos primos lejanos la recorren acompañados de un señor mayor que va mostrando dónde tenía Abdelkrim su “tribunal”, dónde los prisioneros o los escondrijos.
Así que sí, es bastante probable que la memoria oral acierte en este caso y que ese líder inteligente y carismático que unió por primera vez a las tribus de la zona para frenar la colonización española se hospedara en la misma casa en la que nació mi madre. También es probable que Tanut n’Arruman fuera uno de los primeros sitios donde la población civil fue bombardeada con gases tóxicos (mostaza, cloropicrina y fosgeno e iperita) a pesar de que ya se habían prohibido después de la Primera Guerra Mundial. Hay organizaciones que atribuyen a esos ataques el elevado número de enfermos de cáncer que hay en todo el Rif pero la hipótesis es difícil de demostrar a pesar de los conocidos efectos mutagénicos de las armas de ese tipo. Más cuando algunas décadas más tarde la zona volvió a ser bombardeada con los mismos gases venenosos por un joven príncipe llamado Hassan.
Al investigar sobre esta parte de la historia he dado con un vacío difícil de suplir solo con la memoria de los ancianos: el que dejan los ganadores al tener en exclusiva el poder de relatar la historia. En este caso quienes acabaron perdiendo la guerra, a pesar de la larga resistencia, fueron mis antepasados, esos “indígenas” primitivos y atrasados que había que “civilizar”. En realidad, como toda empresa colonial, de lo que se trataba era de explotar los recursos naturales de la región sin que ese supuesto progreso llegara nunca a los rifeños. De haber revertido positivamente en la población civil quién sabe, puede que no nos hubiéramos visto obligados a emigrar. Nos habríamos ahorrado así el tener que defendernos, de nuevo, de la morofobia de esa ultraderecha que hoy, como hace cien años, quiere volver a convertirnos en el enemigo.