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Por ahí sí que no

Conviene tener propósitos para incumplirlos: porque a veces hay que decir hasta aquí

De septiembre dicen que es el mes de los propósitos, lleno de listas con buenas intenciones. Lo mismo que el infierno. Luego la vida va echando dosis de realidad sobre nuestros deseos y nos atropellan la falta de sueño y la falta de horas; las prisas y las extraescolares de los niños; el trabajo, su búsqueda o el alquiler de fin de mes. Y la culpa, claro, porque querríamos hacer más cosas o hacer cosas distintas, pero algo ha pasado con el tiempo para que tan a menudo no lo manejemos nosotros por mucho que sea lo único que en realidad tenemos.

Lo natural sería ...

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De septiembre dicen que es el mes de los propósitos, lleno de listas con buenas intenciones. Lo mismo que el infierno. Luego la vida va echando dosis de realidad sobre nuestros deseos y nos atropellan la falta de sueño y la falta de horas; las prisas y las extraescolares de los niños; el trabajo, su búsqueda o el alquiler de fin de mes. Y la culpa, claro, porque querríamos hacer más cosas o hacer cosas distintas, pero algo ha pasado con el tiempo para que tan a menudo no lo manejemos nosotros por mucho que sea lo único que en realidad tenemos.

Lo natural sería cumplir con los propósitos que nos hacen mejores o que nos hacen sentirnos mejores. Es bueno tenerlos, para saber quiénes queremos ser. Pero es mejor saber de verdad quiénes somos y cuánto podemos exigirnos, no vaya a ser que el mundo esté hecho para que nos exprimamos y que, en esa competición, nosotros seamos nuestros peores aliados. Conviene tener propósitos para incumplirlos: porque a veces hay que decir hasta aquí. A veces hay que decir que no, empezando por uno mismo.

A la vuelta del verano, a muchos les seguirá quedando pendiente el gimnasio y aprender francés y la interminable lista de películas y de series que todo el mundo ha visto como si todo el mundo tuviera las horas que a nosotros nos faltan. Es mentira: lo único que ha pasado es que hemos cambiado de mes, no de dimensión temporal. En casa crecerá la pila de los libros pendientes y quedaremos con los amigos con la misma frecuencia de antes, si ni siquiera una pandemia mundial logró cambiar nuestros hábitos y, peor aún, nuestras prioridades. Pero ya está bien: hay que presumir de lo que no se logra. De aquello a lo que, por lo menos, se aspira.

Podría decirse que es resignación. No lo es, aunque qué importa. Es una forma de reivindicar que también somos lo que nos quede por leer y por ver, lo que tengamos que cambiar. Es una forma de exigir nuestro tiempo y combatir la idea de que pueda llegar el día en que no nos quede nada por hacer. Eso sería terrible, y por ahí sí que no.

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