¿En qué momento el horror dejó de importarnos?
Los lectores escriben sobre la masacre en Gaza, los incendios en Castilla y León y la endometriosis
Me recuerdo en 2015 frente a la desgarradora fotografía del cuerpo del niño Aylan, tendido boca abajo en una playa en Turquía. Entonces, devoraba todo lo que caía en mis manos sobre crisis migratorias y humanitarias. Cada lectura me llevaba a indagar en las raíces de las guerras y conflictos que las provocan. Era una mezcla de compasión y ansia por entender. Algunos días, sin querer, vuelvo a esa imagen y me pregunto en qué momento comenzó este proceso de anestesia frente al horror. Quizá supervivencia. Años después, aún me sorprende cómo la rutina y los horarios interminables facilitan esa distancia con la realidad. Me descubro más preocupada por trivialidades personales que por el drama colectivo de quienes tuvieron la mala suerte de nacer en el desastre. Este verano decidí detenerme y retomar esa búsqueda de sentido. Volví a leer compulsivamente, intentando comprender lo incomprensible. No existe argumento ni contexto que justifique un genocidio. Y en medio de ese intento por entender, regresó una mezcla de tristeza, rabia y una claridad incómoda que nunca se fue del todo. Una sacudida. Una conexión con lo importante, con lo que debería dolernos siempre.
Natalia Repila Manzanas. Salamanca
Orgullo entre la pena
No soy de La Bañeza, pero llevo algunos años en contacto con lo más valioso que tienen, sus jóvenes. Entre la desolación, angustia y rabia que dejan los incendios que están arrasando todavía la Valdería, se cuela también un sentimiento de orgullo hacia nuestros chavales. Deberían estar disfrutando de la comida de sus abuelas en la casa del pueblo, preparando las fiestas, gozando del merecido descanso estival. Pero les ha tocado aprender a hacer cortafuegos, consolar a sus mayores, que han perdido entre las llamas los recuerdos de toda una vida, y ser luz entre el humo. Les ha tocado crecer. Han cambiado los reels de Instagram por la movilización en redes para coordinar la ayuda a los desalojados y a los que luchan por salvar los pueblos. Han aparcado los instrumentos que tocan en las charangas para agarrar con decisión las palas y las mangueras. Han estado a la altura. Su fuerza y compromiso con los suyos y con su entorno arde más que el fuego. Hay futuro en esta tierra, hoy ennegrecida. Hoy soy una profesora desolada y orgullosa de mis alumnos. Aprendamos de ellos y luchemos por su futuro, que es el nuestro. Regalémosles otro verano en casa de los abuelos.
Laura Llanos Casado. Ardón (León)
Invisibles
Vivir con endometriosis va mucho más allá de unos cólicos incapacitantes y de una regla que te deja sin fuerzas: es convivir con la soledad de tener una enfermedad crónica que muchos desconocen. Es esperar entre seis y casi nueve años para recibir un diagnóstico. Es pasar por tratamientos hormonales que, muchas veces, son solo un parche mal puesto. Es lidiar con un sistema de salud que no está preparado para ello. Es la desesperación de saber que no se investiga lo suficiente para mejorar la vida de quienes la padecen. Y en medio de todo eso, es aprender a vivir con un dolor que no se ve, que te marca y transforma, día tras día.
Ester López. Tarragona