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La huerta y el fin del mundo

Nunca habíamos avanzado tanto y, sin embargo, aquí estamos, con ecos de viejos imperios

Supongo que esto valdrá para cada presente, pero eso no quita que explique el momento que vivimos: nunca la humanidad había innovado tanto en tantas cosas, salvo en las grandes ideas políticas. En ciencia o en tecnología, nunca se había visto tanto desarrollo en tan poco tiempo, desde internet a la inteligencia artificial, y, sin embargo, parece una ingenuidad no sentir algo de desasosiego, o miedo. A veces, precisamente, por el uso de esos avances. ...

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Supongo que esto valdrá para cada presente, pero eso no quita que explique el momento que vivimos: nunca la humanidad había innovado tanto en tantas cosas, salvo en las grandes ideas políticas. En ciencia o en tecnología, nunca se había visto tanto desarrollo en tan poco tiempo, desde internet a la inteligencia artificial, y, sin embargo, parece una ingenuidad no sentir algo de desasosiego, o miedo. A veces, precisamente, por el uso de esos avances. Se ha fragmentado el orden multilateral que surgió tras la II Guerra Mundial, se han desmoronado muchas de las certezas con las que crecimos y nadie podría decir del todo aquello que hace apenas unos años habríamos sostenido sin mucha duda: que la democracia era un sistema irreversible.

Este lunes, Andrea Rizzi describió aquí la manera en que el mundo ha quedado en manos del temperamento de cuatro líderes, todos hombres: Trump, Putin, Netanyahu y Jameneí “comparten la disposición a desestabilizar sin escrúpulos para avanzar intereses imperialistas, nacionalistas o personalistas”. Nunca el mundo había avanzado tanto y, sin embargo, aquí estamos: con ecos de viejos imperios y noticias que hacen pensar sin quererlo en el fin del mundo —el mundo que hemos conocido, por lo menos—, como si la nostalgia se hubiera vuelto un ideal nuevo y revolucionario. La guerra no es una abstracción o una lección de la historia: es una realidad que asoma en los telediarios.

Son normales entonces el desasosiego y el miedo, convertidos en ideología y en instrumentos de poder. Es lógico preguntarse qué hacer, si las instituciones que más podrían han quedado orilladas y los perfiles de hombres fuertes debilitan la idea de sociedad, y su fuerza. Tocará querer saber y tener claras las ideas más básicas, que a menudo son las más complejas, para que el cambio del mundo nos pille en nuestro sitio: saber dónde está ya constituye a menudo una proeza.

Nuestro sitio es aquello que Voltaire bautizó como la huerta cuando escribió el Cándido, el libro en que alertó contra la ingenuidad y nos llamó a cultivar nuestra modesta parcela de terreno frente a quienes nos prometieran que este iba a ser el mejor de los mundos posibles. No lo es, desde luego, y quizá lo que pasa es que ya ni el futuro siquiera se deja pensar como el mejor de los mundos. Pero es justo por eso por lo que no conviene tenerle indiferencia ni miedo.

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