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X y los políticos

La red de Elon Musk se ha convertido en una tentación demasiado potente que lleva a nuestros representantes a destruir su credibilidad o su perfil

Las redes sociales son como las drogas. No por su eventual condición adictiva, sino porque no existe un uso responsable de ellas. Al menos, no en el caso de la clase política. El antiguo Twitter, por ejemplo, genera alucinaciones en las que realidad y ficción tienden a mezclarse. Que se lo digan al primer Podemos o, ahora, a Vox: ambos partidos demostraron una robusta hegemonía tuitera que...

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Las redes sociales son como las drogas. No por su eventual condición adictiva, sino porque no existe un uso responsable de ellas. Al menos, no en el caso de la clase política. El antiguo Twitter, por ejemplo, genera alucinaciones en las que realidad y ficción tienden a mezclarse. Que se lo digan al primer Podemos o, ahora, a Vox: ambos partidos demostraron una robusta hegemonía tuitera que después no supieron traducir en votos.

Caben usos perfectamente responsables y adultos de las redes sociales, pero X se ha convertido en una tentación demasiado potente que lleva a los políticos a destruir su credibilidad o su perfil. Hay astutos bufones entrenados, como Donald Trump, quien la pasada semana publicó una imagen suya generada por IA en la que aparecía vestido como un papa. Pero también hay personas razonables que han degradado su capital político personal por la enajenación del furor tuitero.

En el caso de España, por más que existan excepciones muy puntuales, el saldo final permite concluir que apenas hay políticos que hayan podido extraer un rendimiento positivo del uso de las redes sociales. En clave corporativa, por ejemplo, el Partido Popular estuvo a punto de generar un conflicto diplomático con República Dominicana por su inaceptable abuso de la IA para parodiar la corrupción socialista. No están solos: cuentas de personas con alta responsabilidad en la comunicación del PSOE habían ensayado estrategias parecidas, y las nuevas generaciones de los dos grandes partidos han consolidado propuestas de comunicación política que no son tolerables.

Hay políticos broncos dentro y fuera de las redes. A Rafael Hernando lo hemos visto adoptar actitudes groseras en X, y hemos sido testigos de cómo el ministro Puente ha señalado a periodistas intachables. Con el silencio cómplice, por cierto, de gran parte de la profesión. Pero estos dos ejemplos no son especialmente sintomáticos, porque tanto Puente como Hernando solo exhiben en redes la personalidad que acostumbran también en vivo.

Más extravagante es la pendiente resbaladiza por la que se despeñan personas llamadas a ser algo más que el ariete bronco de cada bancada. La pasada semana, por ejemplo, vimos a Pilar Alegría empujar en X a Miguel Tellado, uno de los diputados más chabacanos del PP. El tono aspiraba a ser audaz y provocador. El resultado, viniendo de una ministra de Educación, fue simplemente sonrojante. Puede que haya llegado el momento de volver a examinar si a los políticos de cualquier signo les merece la pena estar en redes.

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