Mejor vivir los errores propios que los sueños de los demás
Es un error escoger una carrera pensando en si habrá más o menos trabajo en esa profesión, porque aprender una disciplina con más salidas no te garantiza que una de ellas vaya a ser para ti
No soy quién para dar consejos y es verdad que las columnas de los periódicos corren el riesgo de despeñarse por ese acantilado hasta llegar a una moraleja o a un final que no mejore la vida de nadie. Con suerte, una columna generará indignación, quizá un recuerdo y, si la cosa va particularmente bien, aportará una frase que sobreviva a las demás: algo que justifique el rato.
Para esta semana, había pensado escribir una columna sobre la vocación. La escribí. Al terminarla, caí en que no valí...
No soy quién para dar consejos y es verdad que las columnas de los periódicos corren el riesgo de despeñarse por ese acantilado hasta llegar a una moraleja o a un final que no mejore la vida de nadie. Con suerte, una columna generará indignación, quizá un recuerdo y, si la cosa va particularmente bien, aportará una frase que sobreviva a las demás: algo que justifique el rato.
Para esta semana, había pensado escribir una columna sobre la vocación. La escribí. Al terminarla, caí en que no valía la pena. Había atenuado cada afirmación y había disimulado el mensaje, supongo que por miedo a no expresar bien lo que quería decir o a no tener claro lo que quería decir. A veces pasa, que crees que tienes una opinión y resulta que tienes una duda, lo cual es tan valioso que por supuesto lo escondemos. Nos dan vergüenza las mejores cosas.
Verán. Yo les iba a contar la historia de la alumna a la que su profesor le desaconsejó que se matriculase en la carrera de periodismo con el argumento de que este oficio apenas tiene salidas. Se lo dijo así, como se dice en tantos otros grados universitarios: que no tienen salida laboral. Yo había escrito que entiendo sus reservas, aunque esa me parece una razón insuficiente como para dejar de estudiar lo que te apetezca si puedes hacerlo. Ahí, me ponía conciliador y me hacía cargo de que conviene pensarlo bien, que la experiencia universitaria son varios años de la vida propia y del esfuerzo de la familia. Pero, si la decisión está clara y existe la opción, no debería tener vuelta de hoja. Lo que pase al final de una carrera no habría de coartar su principio. Aunque vaya mal. De hecho, que algo vaya mal no lo convierte necesariamente en un error: un error es aquello de lo que te arrepientes y, sin embargo, de algunos fracasos se suele salir ganando.
Es un error escoger una carrera pensando en si habrá más o menos trabajo en esa profesión, porque aprender una disciplina con más salidas no te garantiza que una de ellas vaya a ser para ti. Porque la vida, además, da muchas vueltas y los trabajos no son siempre para quienes más se esfuerzan o lo merecen; porque la vida a menudo es caprichosa e injusta. A veces es azar, aunque nos duela. Y, más que eso, porque si se tiene una vocación hay que defenderla hasta el final: no hay nada que se parezca a esa sensación de haber encontrado aquello que te aporta y que te hace feliz.
Es evidente que no siempre se puede y que mucha gente quiso estudiar y no pudo. Hablo de los casos en los que su situación, o el sistema de becas, permiten la privilegiada tesitura de poder elegir.
Luego vendrán los desencantos, claro, porque el peligro de hacerse una idea es tener que confrontarla con la realidad. Pero renunciar a la expectativa es tanto como renunciar a una parte de lo que aspiramos a ser. Se entiende el miedo a perder aquello que no se tiene, pero se entiende porque ese miedo no tiene ningún sentido: puestos a acertar o a equivocarse, mejor vivir los errores de uno antes que los sueños de los demás.