Meghan Markle o cuando el esnobismo supera a la realidad
El documental de la actriz y duquesa de Sussex desata críticas y burlas en las redes sociales
Hace exactamente cinco años, mientras observábamos la llegada de esa pesadilla que vino a llamarse pandemia del coronavirus, también mirábamos extasiados uno de esos acontecimientos cercanos al drama que tanto nos alimentan: el divorcio Sussex vs. Windsor. Es decir, la salida con portazo del príncipe Enrique y de Meghan Markle de la familia real británica. Si entonces alguien se preguntó qué sería de los duques cinco años después, probablemente nunca hubiera dado con la respuesta. Enrique se ha convertido en un príncipe sin reino girando por el mundo en eventos benéficos, pero la mayor sorpresa la ha dado Meghan, convertida en cocinera, ama de casa, otorgadora de consejos y hacedora de arreglos florales. La mujer que trató de incorporar una pátina feminista en la familia real británica, una trabajadora criada por su madre, se ha convertido en una burla de sí misma que, probablemente, ella tampoco se hubiera creído hace cinco, diez años.
La duquesa enseña en un programa que no es de cocina, ni de hogar, ni de entrevistas, sino todo y nada a la vez, a recibir, que dirían las cursis. A ser una tradwife, señora perfecta, en un formato que parece más cercano a lo que haría una damita de la Sección Femenina o la influencer Roro (”Hoy a Pablo le apetecía...”) que a los objetivos de una mujer hecha a sí misma, formada, feminista y, básicamente, que está en este mundo. Markle, con una sonrisa perenne y un pelo absolutamente perfecto, vestida con un jersey beis de Loro Piana de 1.300 euros, cocina tostadas con flores en una casa que no es la suya, con unos ingredientes absolutamente falsos (la leche en una jarra, el bacon en un fotogénico papel de estraza) para una fiesta infantil. Los niños tendrán sus bolsitas, caseras, de regalo: herramientas para el jardín y una maceta compostable, algo que el 90% de ellos tirará a la basura nada más recibir.
Netflix ha sido inteligente —habrá segunda temporada—, sacando a la duquesa con sus amigos famosos (esos por los que llegó a pelear legalmente para que se respetara su privacidad) y en algo así como su cocina. Pero el formato saca los colores. Este supuesto acercamiento al pueblo llano no hace más que alejarla, que alejarlos, que demostrar ceguera, esnobismo y falta de realidad. Si Isabel II levantara la cabeza la volvería a esconder, porque no podría creerse que su nieto, el moderno (a veces de más), el que luchó por su independencia y por casarse con una mujer de su tiempo, aparezca en un formato tan terriblemente conservador como este.
El pijerío llega al extremo cuando la duquesa regaña a una amiga por llamarla Meghan Markle, asegurando con esa tensa pero perenne sonrisa que ahora se apellida Sussex. Cosa no del todo cierta: es Meghan, duquesa de Sussex, pero su apellido sería Mountbatten-Windsor, así lo escogió Enrique. Las conversaciones son imposibles: ese amor por las yemas de huevo no puede ser real, como tampoco pueden serlo las superficiales charlas con supuestos amigos. Pero la apariencia y la falsa perfección venden: Markle crea un arco de globos a mano, pero hinchados en una máquina y sobre una tira precortada para ello; coloca una bolsa con dulces para sus amigos, pero los saca de un paquete de supermercado y los reetiqueta a mano.
En las redes sociales, siempre hay cursis dispuestos a imitar un arcoíris de frutas o a hacer “té de sol”: básicamente, dejar una bolsa de té en agua sin calentar durante horas hasta que infusione. Markle crea su propio té, claro, y se burla de cuando en su infancia, con menos recursos, sacaba una bolsa de té de una caja, como si fuera inferior por ello, en una falta de visión y respeto por ella misma y por su pasado que saca los colores. Pero también, y qué alivio, hay miradas críticas que ven que la duquesa es una especie de imitación vacía de Martha Stewart, icono de la cocina y del buen recibir estadounidense. Que ven inalcanzable tener el tiempo y los recursos para preparar velas en casa con la cera de tus propias abejas. Porque al final, quién lo diría, Meghan era más real cuando era royal.