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El síndrome DuBois: confiar en la amabilidad de Putin y Trump

El dilema no es tanques contra hospitales, sino qué pasará con la democracia europea si no se actúa

Incendio tras un ataque con drones en Odesa (Ucrania). Nina Liashonok (REUTERS)

Yo era muy chico cuando lo del referéndum de la OTAN, aunque de él guardo el recuerdo de la que fue, quizá, mi primera discusión política. Tenía siete años y, seguramente por vivir en unas calles empapeladas de propaganda, los niños del colegio nos contamos lo que iban a votar nuestros padres. Los míos eran de los del no. “Así que tus padres son comunistas y quieren quedarse con mi casa”, me dijo un compañero cuyos padres eran de los del sí.

Cuarenta años después, estamos en las mismas. Uno cr...

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Yo era muy chico cuando lo del referéndum de la OTAN, aunque de él guardo el recuerdo de la que fue, quizá, mi primera discusión política. Tenía siete años y, seguramente por vivir en unas calles empapeladas de propaganda, los niños del colegio nos contamos lo que iban a votar nuestros padres. Los míos eran de los del no. “Así que tus padres son comunistas y quieren quedarse con mi casa”, me dijo un compañero cuyos padres eran de los del sí.

Cuarenta años después, estamos en las mismas. Uno creería que tanto el país como los niños de entonces han tenido tiempo de razonar, pero el debate sobre el rearme de una Unión Europea desasistida de la OTAN no es mucho más sofisticado que aquellas peleíllas escolares de 1986. La caricatura, el trazo grueso, el insulto o el encogimiento de hombros se imponen a cualquier intento de hablar con sosiego. Y no es fácil sosegarse, con una panda de machotes descerebrados a cargo de los maletines nucleares, y con unos gobernantes europeos débiles, atrincherados y negados para el arte del consenso. Pero alguien debería hacerse cargo de la gravedad de lo que estamos viviendo y actuar como adultos.

Las tornas han cambiado. Si hoy se repitiera la escena del patio de colegio, el niño del no a la OTAN le diría al del sí: “Así que tus padres se creen Rambo y quieren meternos a todos en la guerra”. La caricatura no sería de menor calibre que la de los comunistas expropiadores, pero no por ello deja de escucharse, como un lema que une a los trumpistas con la izquierda radical.

Nadie que haya seguido los acontecimientos desde la invasión de Ucrania hasta la explosión de delirios de Trump puede sostener que la UE está libre de amenazas, y no conozco a un solo demócrata con ardor guerrero ni deseoso de que sus impuestos financien drones de combate en vez de comedores escolares. Pero el dilema no es tanques contra hospitales, sino a qué se enfrentan las democracias europeas si no actúan, qué paisaje podría quedar después de unas batallas que ya no son tan hipotéticas.

Los que van a manifestarse, 39 años después, con el lema OTAN no, bases fuera plantean el problema en los términos de la Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo: confiemos en la amabilidad de los desconocidos, que no tienen entre sus planes invadirnos ni violentarnos. Esto podría valer cuando Putin y Trump eran de verdad desconocidos sobre cuya amabilidad se podía especular. Hoy ya los conocemos demasiado y nos caben pocas dudas sobre sus intenciones.

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