La pregunta perfecta

Primero uno es un lector, un espía discreto, y un día decide pasar al otro lado, transformarse en espiado

Un joven lee un libro. Diane Keough (Getty Images)

Durante una firma de libros que hice en una librería de Buenos Aires, se acercó un hombre de veintipocos años, muy alto, fornido. La solidez física contrastaba con su actitud nerviosa y tímida. Se llevaba las manos a la cara y decía: “No lo puedo creer, no lo puedo creer”. Había llevado varios ejemplares. Aseguró que uno de esos libros lo había devuelto a la lectura, una actividad que tenía abandonada, y preguntó si pedirme que le firmara tantos no era un abuso. Le dije que no, que lo haría con gusto. Le pregunté a qué se dedicaba. Me respondió. Aseguró que se había escapado del trabajo para e...

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Durante una firma de libros que hice en una librería de Buenos Aires, se acercó un hombre de veintipocos años, muy alto, fornido. La solidez física contrastaba con su actitud nerviosa y tímida. Se llevaba las manos a la cara y decía: “No lo puedo creer, no lo puedo creer”. Había llevado varios ejemplares. Aseguró que uno de esos libros lo había devuelto a la lectura, una actividad que tenía abandonada, y preguntó si pedirme que le firmara tantos no era un abuso. Le dije que no, que lo haría con gusto. Le pregunté a qué se dedicaba. Me respondió. Aseguró que se había escapado del trabajo para estar ahí. Cuando estaba firmando el primer libro, dijo: “¿Le puedo preguntar una cosa?”. Entonces hizo la pregunta. La gente suele preguntar “¿por qué escribe?”, o “¿cuándo empezó a escribir?”, o “¿cuál es su método de trabajo?”. Pero este hombre joven, tímido, con el rostro iluminado por la curiosidad más inocente, preguntó: “¿Cómo es la escritura?”. Aturdida, pregunté: “¿Cómo?”. “Sí, ¿cómo es la escritura, cómo es escribir?”. Quedé maravillada. Me estaba preguntando qué se siente al escribir como uno le preguntaría a un astronauta que acaba de regresar a la Tierra cómo es el espacio exterior, como uno le preguntaría a alguien que logró descender a la fosa de las Marianas cómo son las criaturas que habitan ese abismo, como uno le preguntaría a quien volvió de la muerte cómo es la muerte. No con la ambición de replicar esa experiencia, sino con la intención de vivirla a través de la experiencia de otro. Me estaba haciendo la pregunta perfecta de un lector perfecto: cómo es hacer eso que usted hace y que yo leo. Con una generosidad incauta me reveló, quizás, el primer motor que nos mueve a la escritura: primero uno es un lector, un espía discreto, y un día decide pasar al otro lado, transformarse en espiado. Le contesté, le hablé mucho. Hasta hoy, muchos meses después, le sigo hablando en secreto a este perfecto desconocido.

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