El legado amargo de Joe Biden

El presidente que llegó para enterrar los años de Donald Trump quedará para siempre ligado a él en la historia

Joe Biden pronuncia su discurso de despedida desde el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington, el 15 de enero.MANDEL NGAN / POOL (EFE)

Cinco días antes de abandonar la Casa Blanca, Joe Biden se despidió del cargo de presidente de Estados Unidos este miércoles con un discurso en el que reivindicó su mandato como un periodo de transformación económica y advirtió de los peligros que acechan a la democracia. El testamento televisivo de Biden quedó inevitablemente ensombrecido por la realidad amarga de que la principal misión de su presidencia, convertir a Donald Trump en un paréntesis de la historia, ha fracasado. El paréntesis es Biden. El mensaje de esperanza con el que llegó en 2021 ha quedado olvidado y su figura para siempre tintada de frustración.

Sería injusto, sin embargo, que se olvidara que Biden logró el apoyo bipartito del Congreso para aprobar casi dos billones de dólares en ayudas para la recuperación de la pandemia, además de 1,2 billones en inversiones de infraestructuras y transición verde que darán empleo y transformarán EE UU durante años. Las elecciones demostraron que los votantes no relacionaron la recuperación con estas medidas. Peor aún, la frustración por la elevada inflación, provocada en parte por esa lluvia de dinero, oscureció todo lo demás. Biden deja la economía creciendo al 3%, ha creado 17 millones de empleos en su mandato y ha controlado la inflación, pero esos son éxitos que va a capitalizar Trump.

Biden devolvió la dignidad a la presidencia y a las instituciones en general. Al ver que los republicanos eran incapaces de dejar atrás a Trump, advirtió a los votantes de que era un peligro existencial para la democracia y lo frenó de nuevo en las elecciones de 2022. No se puede achacar a Biden una responsabilidad que es de los republicanos, pero en algún momento faltó contundencia o sobró exceso de confianza para afianzar ese mensaje. La lentitud de la Fiscalía con los crímenes del expresidente hizo el resto. Hoy, las instituciones están igual o más amenazadas que en 2016.

En el plano internacional, Biden se despide obligado a repartirse con Trump el mérito de una frágil tregua en Gaza. Los votantes han visto cómo Israel humillaba durante meses a la diplomacia estadounidense, incapaz de matizar su apoyo militar ante una limpieza étnica con ambiciones imperialistas. La prometida y necesaria retirada de Afganistán quedó manchada por la sensación de caos de la operación y la tristeza de la vuelta al horror de los talibanes. Su férrea defensa de la OTAN y la firmeza ante el expansionismo ruso quedan ensombrecidas por la tibieza de la ayuda a Ucrania y un gasto descomunal que los votantes no entienden. Biden ha sido un pilar del atlantismo y el orden mundial basado en reglas, pero no puede asegurar que su legado sea un mundo más seguro y más pacífico.

Biden quiso emular al presidente Eisenhower en su despedida. El viejo general advirtió en 1961 de que el “complejo militar-industrial” tenía un poder desproporcionado que amenazaba las instituciones. El miércoles, Biden advirtió contra lo que llamó el “complejo tecnológico-industrial”. El término será útil para poner nombre a lo que está ocurriendo: la amenaza para la democracia de la concentración de poder en la oligarquía tecnológica, que ha adoptado a Trump como su protegido. Ese poder desatado de los oligarcas se ha forjado también bajo la presidencia de Biden y no de manera precisamente disimulada.

El mero contraste con Donald Trump asegura a Joe Biden un lugar amable en la historia. Pero el presidente que llegó para devolver a EE UU y el mundo a un carril de prosperidad y estabilidad democrática, y en buena parte lo hizo, se va con la impotencia de no haber sido capaz de afianzar ese legado ante el avance de las fuerzas del caos.

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