Cómo vencer a las sirenas
Bluesky nos proporciona armas para defendernos de los cantos de nuestros enemigos digitales. Pero ignorar no es lo mismo que ganar
Repasemos el mito de las sirenas porque es interesante para un tema que nos ocupa: internet. Cuenta la Odisea que aquellos tan imprudentes como para acercarse a ellas y escuchar su canto ya no volvían a ver a sus esposas ni a sus hijos pequeños, porque acababan hechizados en una pradera rodeados de los huesos putrefactos de otros hombres también débiles. Bien aconsejado, Ulises sobrevivió a sus influjos tapando los oídos de su tripulación con cera blanda y pidiendo que le ataran a él mismo a...
Repasemos el mito de las sirenas porque es interesante para un tema que nos ocupa: internet. Cuenta la Odisea que aquellos tan imprudentes como para acercarse a ellas y escuchar su canto ya no volvían a ver a sus esposas ni a sus hijos pequeños, porque acababan hechizados en una pradera rodeados de los huesos putrefactos de otros hombres también débiles. Bien aconsejado, Ulises sobrevivió a sus influjos tapando los oídos de su tripulación con cera blanda y pidiendo que le ataran a él mismo al mástil de su barco para poder escucharlas sin lanzarse a sus brazos. Despechadas, las sirenas fueron vencidas. Orfeo también fue capaz de encontrar otra forma de resistencia en su viaje con los argonautas: tapar sus cantos con otros, los suyos, aún más bellos.
Las técnicas modernas para enfrentarnos a las sirenas digitales siguen siendo, en esencia, las mismas de siempre. Podemos no escucharlas, como los marineros; oírlas pero resistirnos a su influjo, como Ulises; o neutralizarlas con melodías aún más cautivadoras que las suyas, como Orfeo. Pero llevábamos tanto tiempo perdiendo batallas que habíamos olvidado que esas armas existen, porque X, Meta o TikTok han hecho todo lo posible para que no las usemos en nuestra propia defensa. Nos hemos dado cuenta al entrar en Bluesky, donde sí existen formas elaboradas de taparse los oídos a través de listas masivas de bloqueo creadas por los usuarios, o herramientas avanzadas para silenciar mensajes. La propia existencia de esa red, con un algoritmo que no insiste en mostrarnos lo que nos altera para mantenernos enganchados, y con unos usuarios que se mantienen de momento más civilizados, ya nos envuelve en una cómoda burbuja de autoprotección.
La directora de operaciones de la red, Rose Wang, ha explicado en varias entrevistas que achaca la preocupación de Bluesky por la seguridad al hecho de que tanto la consejera delegada como ella son mujeres jóvenes pero con un par de décadas de experiencia en internet, lo que se convalida en algunas universidades por un máster en defensa personal. Podemos aplicar a las infraestructuras digitales una idea del urbanismo feminista —que dice que las ciudades no han sido construidas pensando en las mujeres, sino más bien en contra de ellas—, y pensar que, del mismo modo que un parque demasiado grande, mal iluminado y de paso nocturno obligado no acaba de ser una buena idea, tampoco lo es una red monopolística sin ley donde los usuarios son incentivados para actuar de forma violenta. Si las redes son nuestras nuevas ciudades, también necesitan que la luz llegue a todas las esquinas para evitar el acoso y otros peligros.
Celebro las nuevas herramientas de seguridad que nos proporciona Bluesky y confío en que exijamos lo mismo al resto de redes a partir de ahora, pero encuentro dos sombras de duda en ello. Una: esta plataforma descarga una gran responsabilidad sobre su protección en el usuario, convirtiendo un problema estructural en individual. El equipo de la red de moda —y también el externo de moderadores— es diminuto para la población de 24 millones de usuarios que ya posee, tal y como es costumbre en Silicon Valley. En eso no hay novedad alguna. Dos: no escuchar a las sirenas no significa que no existan y, como descubrieron Ulises y Orfeo en sus aventuras, ignorarlas tampoco es en absoluto sinónimo de vencerlas. Para ganar al poder seductor de la oscuridad no basta con taparse los oídos, es necesario atarse a los mástiles, escuchar, y cantar con dulzura.